Se suele hacer una simplificación extrema al contraponer la “energía fósil-sucia” con la “energía verde-limpia”. De la primera se piensa que es por sí sola la causa última de todos los problemas, mientras que la segunda, aún bajo las condiciones actuales, representa el horizonte futuro en el que se elimina de una vez por todas el difícil problema de la contaminación del entorno.
Para superar esta visión maniquea, es necesario recordar que el problema no sólo radica en la fuente de energía, sino también en la forma en que se procesa y a qué tipo de sistema económico alimenta.
La crisis climática que enfrentamos tiene su explicación última en el tipo de interrelación productiva de explotación existente entre los tres sectores de la economía (estatal, privado y social), en la que ha predominado el sector corporativo. El capitalismo implica una combinación de estos elementos, en la que el sector privado se vuelve central y obliga a los demás sectores a girar cada vez más rápido, al ritmo de las ganancias privadas. Es decir, la crisis climática está relacionada, sin duda, con el contenido fósil, pero especialmente con el ritmo impuesto.
Tanto es así que incluso en la industria que apunta hacia opciones verdes se presenta una problemática similar. Consideremos lo que sucede con la explotación de la gran minería que devasta países africanos para obtener materiales como el cobalto, sin el cual sería imposible la estabilización de las baterías para los nuevos automóviles eléctricos. O, planteando una pregunta de corte estructural: ¿no es un grave desperdicio utilizar energías limpias que permiten, de todas formas, la perpetuación del consumo capitalista de plásticos?
Es decir, el cambio de lo negro a lo verde no sólo tiene que ver con la fuente de energía, sino también con la forma económica que la impulsa. Una nueva matriz energética implica, por lo tanto, una nueva matriz social.
Es un hecho que a nivel mundial nos encontramos en ese proceso de transición, aunque todavía de forma incipiente. China se ha convertido en el país que más invierte en la transición energética, reconociendo precisamente que la dependencia a la energía fósil, controlada por un cartel de ofertantes como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), hace vulnerables a los que no disponen de esas fuentes. Esto asegura la posibilidad de un dominio internacional que hasta el día de hoy nos tiene al borde de un estallido nuclear.
Por su parte, México ha proyectado un periodo de recuperación de su base industrial petrolera, no con el objetivo de ganar mercado, sino bajo el principio de la autosuficiencia, que permita eliminar la dependencia y operar soberanamente en su matriz de transición, no sólo en lo energético, sino especialmente en lo social.
No debemos olvidar que Petróleos Mexicanos (Pemex) tuvo que ser rescatado, ya que fue víctima de un proceso de chatarrización para eventualmente privatizar. Resulta tremendamente cínico cómo la oposición ha comenzado a utilizar como campaña el abandono de este proceso de recuperación, proponiendo la desaparición de refinerías.
La derecha engaña al pueblo haciéndole creer que cambiar de lo negro a lo verde es un proceso de varita mágica, cuando en realidad el único camino posible es aquel al que sistemáticamente ellos se niegan: cambiar de fondo la matriz social.