Tiempos excepcionales

Columnas Plebeyas

El filósofo italiano Giorgio Agamben consideraba que el gran problema de la democracia contemporánea radica en una ambivalencia fundacional. Por una parte, se apela a un “Pueblo”, con mayúscula, como una entidad abstracta, en nombre de quien se gobierna. Por otra parte, al “pueblo”, con minúscula, que alude a los sectores desposeídos, casi siempre excluidos de la esfera pública.

En este sentido, podría afirmar que uno de los grandes aciertos de este sexenio ha sido acortar la distancia entre estos dos puntos, que parecían irreconciliables. Esta nueva forma de hacer gobierno le permitió al presidente Andrés Manuel López Obrador prolongar la luna de miel por casi seis años. No es poca cosa, considerando el constante asedio mediático en su contra.

Hablo de una nueva forma porque la democracia ya no se reduce al breve periodo electoral. Al día de hoy, no hay ningún otro presidente que haya recorrido tanto el territorio nacional como él. Siempre, listo para escuchar demandas y buscar canales para atenderlas. Esta cercanía con la gente le permitió no sólo vencer la guerra sucia, sino, además, que los sectores populares hicieran propio el programa de gobierno.

Con mucha razón, el triunfo de Claudia Sheinbaum fue festejado por millones como propio, pues quedó claro que ya no se puede imponer la agenda política desde la cúpula. Apenas hace doce años, los cuatro personajes que firmaron el Pacto por México sometieron a una nación a un programa privatizador que sólo benefició a unos pocos. Sin embargo, hace seis años, 30 millones les respondieron que era momento de cambiar de rumbo y, hoy, 35 millones reiteran que debe continuarse con la transformación.

La elección del domingo 2 de junio debe entenderse, por tanto, más como un referéndum que como una sucesión. Millones de mexicanos no sólo le han dado su confianza a Claudia para dirigir el ejecutivo, sino también la oportunidad de tener el congreso a su favor y, así, ampliar su margen de acción.

Ahora, que está a punto de materializarse el plan C, es posible responderles a aquellos que se escudan en la constitución para defender sus privilegios que la propia carta magna reconoce el derecho inalienable del pueblo de alterar o modificar su forma de gobierno. En ello radica la verdadera democracia.

Por supuesto, el pueblo no es esa masa manipulable a la que la oposición pretende culpar de su derrota. Sin miramientos, votó en contra de los que consideró oportunistas o ajenos a su movimiento, como Rommel Pacheco o Caty Monreal. Al respecto, sería importante reconocerle a Claudia, además de buenos resultados durante su administración, dos grandes aciertos. Primero, a diferencia de Marcelo Ebrard, que entendió que el partido era más importante que las figuras y, segundo, que el proyecto de nación era el elemento cohesionador del movimiento. El mostrarse como una posibilidad viable para la continuidad con cambio fue lo que le valió ganar la interna, que en realidad fue la verdadera elección.

Bien señala la ley de hierro de Michels que los movimientos, sin importar su origen democrático, tienden a cerrarse a los sectores populares. Por ello, no está de más advertir los costos de algunas decisiones, como la adhesión de Alejandra del Moral o la cercanía de Eruviel Ávila, aunque los resultados en las urnas pudieran justificarlo. No podemos culpar a los viejos oligarcas por querer acomodarse en el nuevo régimen, pues siempre lo han hecho, lo que sí sería imperdonable es que los dirigentes olvidasen que sus aliados no están arriba, sino abajo.

El gran aprendizaje que nos ha legado López Obrador es que la legitimidad no es un atributo que se gana cada seis años, sino una relación que se cultiva diario. Mejor que nadie entendió que con presión y tiempo el pueblo es capaz de quebrar el hierro y romper con los privilegios de los oligarcas. Si esa lección también la ha aprendido Claudia, sin duda nos espera un gran sexenio.

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