Ninguna semana estaría completa en tiempos recientes sin una renovada andanada de ataques de la prensa anglófona.
El mismo día que la reforma electoral mexicana estaba sorteando su último obstáculo en el senado, el New York Times arremetió contra la iniciativa con su típica estridencia. Fiel a su estilo de redactar una nota informativa como si fuera una columna de opinión, la corresponsal en jefa Natalie Kitroeff sentenció que la ley es la más significativa “de una serie de medidas adoptadas por el presidente de México que socavan las frágiles instituciones independientes, y forman parte de un patrón de desafíos a las normas democráticas en todo el hemisferio occidental”. Y no sólo eso, sino que acusó que con la ley “podría dificultarse la realización de elecciones libres y justas, incluida la contienda presidencial clave del próximo año”. Así, entiéndase bien, pretenden descalificar una victoria del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en los siguientes comicios, incluso antes de que se realicen.
Publicada ni 48 horas después del veredicto en el caso de Genaro García Luna, la diatriba de Kitroeff subrayó la increíble irresponsabilidad del rotativo en su cobertura (llamémosla así) de México. Mientras el país apenas digería la noticia de que el secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón era culpable de coludirse con el Cártel de Sinaloa, ahí estaba el Times exaltando la misma maquinara electoral que había instalado al gobierno que hizo posible sus crímenes en primer lugar. Y al mismo tiempo, claro, repetía textualmente los argumentos —casi a manera de su departamento de comunicación— del partido, el Partido Acción Nacional (PAN), que recibió a García Luna en su seno durante dos sexenios enteros. Pero quizá tal conducta no debería sorprendernos, al provenir de un periódico que, durante el cenit del poder del “superpolicía”, en 2008, sacó un artículo tan adulatorio acerca de él que cuesta mucho trabajo volverlo a leer hoy en día.
Y eso ni siquiera fue el peor artículo de la semana: el premio para esta categoría se otorga al de la revista The Atlantic, redactado por David Frum, un escritor de discursos para el presidente George W. Bush. En sí, el artículo no es más que un batiburrillo de acusaciones unificadas por la combinación de prepotencia, proyección y predicación típicas no sólo del autor sino del establishment de la costa estadounidense del Atlántico que forma el público target de la revista. El presidente de México para la publicación es “errático”, “autoritario” y un “autócrata”. La violencia está fuera de control. El Instituto Nacional Electoral (INE) no se toca. Nadie va a ver el nuevo aeropuerto porque sólo hay vuelos a Venezuela, Panamá y República Dominicana. La refinería de Dos Bocas es un despilfarro. El problema de México no es que tuviera demasiado neoliberalismo, sino demasiado poco. Sazona con citas de Enrique Krauze, Ciro Gómez Leyva y Luis Rubio, y revuelve.
Frum es un belicista congénito que ha sido porrista de todas las guerras de Estados Unidos en las últimas tres décadas. Pero peor que eso: aprovechó su puesto en el gobierno de Bush para propagar las mismas mentiras que condujeron a la invasión de Irak, conflicto que mató a más de un millón de iraquís y desplazó a millones más. Cómplice en esta empresa fue su actual editor en The Atlantic, Jeffrey Goldberg, quien en un artículo muy sonado en la época alegó sin sustento que Saddam Hussein estaba vinculado con Al Qaeda. En resumen, Frum y Goldberg tienen sangre en las manos y no deberían ser tomados en serio acerca de ningún tema en absoluto. Pero en el sistema oligárquico de los Estados Unidos son precisamente el tipo de personas que “fracasan hacia arriba”, pasando de puesto en puesto sin tener que responder jamás por sus desastrosas equivocaciones. De hecho, Frum, quien es comentarista en el canal de televisión MSNBC, ha logrado reinventarse como un oponente a Donald Trump, ganando así la aprobación de muchos de sus antiguos adversarios. Todos son amigos en las cúspides del bipartidismo.
Y es por eso, finalmente, que deberíamos prestar atención. Al final de su texto, Frum dice que los verdaderos demócratas mexicanos (según él) “están luchando por defender ideales. No piden mucho de los estadounidenses, pero lo que piden es vitalmente importante para ellos: alguna garantía de que no están solos”. Suena a una velada manera de promover una intervención. Y justo el 19 de febrero el diputado republicano Dan Crenshaw tuiteó acerca de un proyecto de ley suyo que autorizaría el uso de fuerza militar contra los cárteles en México. ¿Una idea disparatada? Sí. Pero, como los mismos artículos en The New York Times y The Atlantic ilustran, sus ideas acerca de México ya son disparatadas. Y recordemos que, según su secretario de Defensa, Trump tuvo que ser disuadido de su plan de lanzar misiles a México para atacar laboratorios de droga. Con gente así en ambos partidos, sólo haría falta un empujón más.