El coctel de organizaciones que convocaron a la manifestación del domingo 18 de febrero acogió a una asociación que resalta por su radicalismo de extrema derecha. Se trata de la Unión Nacional Sinarquista (UNS), una agrupación con 87 años de existencia nacida en León, Guanajuato, y creada por un grupo de simpatizantes del nazifascismo alemán. En la década de 1940 sus impulsores encontraron en el catolicismo militante un caldo de cultivo propicio para adentrarse en territorio campesino e, incluso, llevar a cabo (sin éxito) proyectos de colonización en el norte del país.
En aquel momento aprovecharon el recuerdo fresco de la guerra cristera, que logró movilizar a miles de católicos opositores al laicismo de Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, para buscar “implantar el Reinado Social de Cristo desde una visión estrictamente católica”. No sin altibajos, esta asociación creó comités en todo el territorio nacional y hacia 1944 formó un partido político poco exitoso.
Aunque el sinarquismo fue y continúa siendo un movimiento político marginal, es un grupo longevo, con raíces ideológicas en el ala más autoritaria y antidemocrática de todo el espectro político. Sin embargo, en el mitin más reciente de la llamada “marea rosa” se expresaron codo a codo con otras organizaciones, bajo el grito de democracia, y por ello valdría la pena plantear preguntas: ¿por qué un movimiento de origen nazifascista y confesional observa en ese movimiento una afinidad con su visión política? ¿Cómo puede el resto del movimiento aceptar la presencia de una organización que plantea un modelo autoritario, regido por los principios que dicte la iglesia católica, al tiempo que enarbola la bandera de la defensa de la democracia?
Entre las organizaciones que fueron difundidas por Claudio X. González como convocantes al evento hay heterogeneidad, sin duda, pero es claro que la creadora del discurso que podríamos llamar “oficial” del movimiento corre a cargo de “Unid@s”, una agrupación compuesta a su vez por un puñado de fuerzas de reciente creación, que se presentó formalmente el 11 de octubre de 2022. En sus documentos guía enarbolan principios como la igualdad y la libertad, además de que han presentado una plataforma con propuestas generales con las que cualquiera estaría de acuerdo, como un salario mínimo digno o transporte público eléctrico. Sin embargo, es notorio que esa agenda genérica, que tiene como bandera principal la defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), no ha sido el catalizador del apoyo de organizaciones como la UNS.
Aunque en el discurso de Lorenzo Córdova pronunciado en el mitin del 18 de febrero o en la plataforma de “Unid@s” se revelan algunos principios generales y hasta técnicos del engranaje institucional de nuestro país, muchos asistentes hablan de su temor al comunismo, del peligro castrochavista, de la polarización y, sobre todo, de su oposición al presidente Andrés Manuel López Obrador. Al mismo tiempo, no son pocas las expresiones abiertamente racistas y clasistas de los asistentes.
Podemos intuir que para muchas personas que siguen la “marea rosa” y acuden al llamado de “Unid@s”, son poco relevantes sus propuestas y tienen más cosas en común con remansos nazifascistas de la UNS, que cabe muy bien en esas expresiones contra el peligro comunista o en favor del supremacismo racial. Uno de los problemas de una movilización desarticulada en sus propuestas es que sus objetivos resultan difusos, poco claros, pero desde una lectura de sus símbolos, consignas y declaraciones, colinda con el ala más antidemocrática, injusta y anquilosada del espectro político.
La “marea rosa” es la superficie poco asequible de un mar de contradicciones.