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Violencia contra las mujeres, una mirada oblicua

El que las mujeres accedamos cada vez más a mejorar sus condiciones y/o a ejercer mayor libertad que la que tenían nuestras ancestras nos coloca paradójicamente en mayor riesgo.

violencia contra las mujeres

¿Desde dónde y cómo abordar este tema, tan doloroso y aterrador, sin caer en cualquier lugar común o injusticia, desconocimiento o falta, y además de modo breve?

En este texto me propongo abordar el tema uniendo piezas, haciendo un collage que (me) de un poco de sentido y posibilidades para interpretar la violencia contra las mujeres menos en lo inmediato y más con una mirada de mayor alcance.

Cada feminicidio, cada violación, cada agresión con ácido, cada maltrato físico, cada acoso, cada mujer controlada por la falta de dinero o por la manipulación psicológica, cada acto violento en contra de nosotras cuenta, debe siempre contar. Todos importan, pero mi impresión es que en un país inmerso en una crisis de violencias y de injusticias tan profunda, termina por ocurrir que la justa indignación y el dolor ya no nos alcanzan, a veces construyen y algunas otras nos mueven a buscar respuestas e imaginar soluciones. Sin embargo, lo que permea a nivel social es que hay casos más mediáticos que generan una ola justificada de enfado, mientras que otros se conocen poco o nada. Ocurre también que los casos más mediáticos casi siempre lo son porque ocurren en la capital del país o en ciudades grandes; no obstante, también es verdad que cada vez más los familiares y amigos muestran una capacidad asombrosa para articular rápidamente alguna protesta pública en la que exigen a las autoridades que los casos no queden impunes. Es un hecho que la violencia en contra de las mujeres se politiza, para bien y para mal; genera conciencia al mismo tiempo que también algunos actores políticos la instrumentalizan para otros fines diferentes a la causa feminista y eso también hay que tenerlo en cuenta.

Sabido es que la violencia en contra de las mujeres es un fenómeno complejo y multifactorial. Como toda violencia ésta es un continuum, una concatenación de violencias de diversos tipos que termina por ser una cadena muy difícil de romper. Y conocido es también que todo aquel acto que tenga o pueda tener como efecto un daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico para una mujer, incluyendo amenazas, coacción o privación arbitraria de la libertad constituye un hecho de violencia en contra de la mujer (ONU, 1993)[2].

Hay diversos tipos de violencia en contra de las mujeres. En el ámbito privado, la violencia puede ser económica, psicológica, emocional, física, sexual; en el ámbito público, hay acoso sexual, violaciones, trata, matrimonio infantil, violencia laboral en razón de género, violencia digital, violencia política. Pero en general la frontera entre lo público y lo privado es porosa y difusa y existen siempre interacciones en esas zonas grises, intermedias, donde todo se entremezcla.

Aunque se asuma que la violencia de varones en contra de las mujeres es consustancial al patriarcado y por lo tanto, no es un fenómeno nuevo aunque las formas que reviste sí se modifiquen según el tiempo histórico y el contexto, en este texto parto de la hipótesis de que actualmente en sociedades como la mexicana, esta violencia es la secuela más atroz del papel cada vez más relevante de las mujeres en casi todos los ámbitos de la vida. Pero además es necesario recalcar un hecho inobjetable: que esta violencia es perpetrada no por cualquier varón, sino en su mayoría por los hombres que son familiares o parejas, exparejas o que la conocen y desearían sostener una relación sexoafectiva con la víctima.

En los años y décadas recientes, las mujeres han ido ganando cada vez más un lugar destacado en muchas esferas de la vida. Esto no garantiza en absoluto que los principales problemas que nos aquejan estén resueltos, pero en algunas circunstancias esto representa que muchas mujeres estén en condiciones menos desfavorables para desplegar sus aspiraciones y deseos. Esto es algo que resulta, para muchos varones, una situación incómoda y para otros algo francamente intolerable. Echemos un vistazo a algunos indicadores relevantes que dan cuenta de ello:

En cuanto a la escolaridad[3], entre el 2000 y el 2020 disminuyó el número de niñas con primaria incompleta, pasando de 11,762 066 (26.95) a 9,376 708 (15.23); el bachillerato terminado, del 2,044 379 (4.68) a 7,475 245 (12.14). Y en posgrado, pasamos de 145,662 (0.33) a 1,004 275 (1.63).

El promedio de hijos nacidos vivos de mujeres de 12 años o más[4] es un indicador que muestra cómo, en general, las mujeres ya tienen menos hijos. Entre el 2000 y el 2020, todas las categorías del estado civil registradas para construir este indicador, disminuyeron. Hablando del total, se pasó de 2.6 en 2000, a 2.3 en 2010 y luego a 2.1 en 2020.

En cuanto a la cuestión laboral y al trabajo doméstico y de cuidados[5] los datos recientes muestran que, de todos modos, cuidar y llevar a cabo labores del hogar son actividades que siguen recayendo en las mujeres. Con respecto a la información del rubro “Distribución porcentual y horas promedio a la semana que dedican las personas de 12 años o más a la realización de actividades seleccionadas, según parentesco”, en 2016 mientras que el porcentaje de horas a la semana de trabajo doméstico y cuidado de miembros del hogar hecho por mujeres fue de 54.9, los hombres en igual situación destinaron un promedio de 28.3; 2020, los números fueron, respectivamente, 53.8 y 29.1.

Resulta importante recordar que en los temas de educación, trabajo y fecundidad existe una conocida relación que indica que entre más años de escolaridad tenga una mujer, la fecundidad disminuye y también aumenta la probabilidad de que se inserte en el mercado laboral con un trabajo remunerado. Y naturalmente esto no significa que con ello la condición general de todas las mujeres sea mejor, ni se sugiere que sea suficiente observar solamente los indicadores positivos, sabiendo que la desigualdad y la exclusión que padecen millones de mujeres permanecen y en algunos casos y momentos se ahonda, como pasa con las mujeres en condiciones de mayor precariedad.

La representación política de las mujeres no es por sí misma suficiente para tener efectos directos e inmediatos en la igualdad sustantiva con los hombres, lo cierto es que es también un indicador de la relevancia que tienen las mujeres en la vida pública de un país. En México todavía falta mucho, pero es un hecho que este indicador ha crecido sostenidamente durante varias décadas, por más que haya habido algunos momentos de descenso, al menos en lo que respecta a la participación de las mujeres en el Poder Legislativo (Freidenberg, Alva, 2017)[6].

De cualquier modo, tampoco es irrelevante que a diferencia de décadas anteriores, actualmente hay muchas mujeres en puestos de decisión dentro del Poder Ejecutivo a nivel federal y también local. Casi la mitad de los cargos de las secretarías federales están en manos de mujeres y hay nueve mujeres encabezando gobiernos estatales. Y la posibilidad de que México tenga a una mujer presidenta en el futuro inmediato es mucho más grande que en cualquier otro momento; me parece que esto no es cosa menor.

Hasta aquí he mostrado unas pinceladas de datos con la pretensión de caracterizar mejor que, a pesar de todo, el papel de las mujeres hoy en día es cada vez más relevante, y que este conjunto de transformaciones poco a poco van constituyendo un proceso de cambio cultural más profundo. ¿Y qué tiene que ver todo ello con la violencia de la que son víctimas las mujeres en México hoy en día? Este texto es un ensayo, no una investigación, pero he propuesto que una de las razones que podrían explicar el incremento de ciertas formas de violencia contra las mujeres, especialmente la violencia feminicida que se comete en mayor medida en el ámbito de la pareja o las posibles relaciones sexoafectivas y los hogares, es una reacción funesta ante la autonomía, la autodeterminación, la libertad para no seguir en relaciones tóxicas y el hecho de que cada vez más mujeres están advirtiendo la estafa que significan los fundamentos del amor romántico, ese que ha vendido la idea que todo es soportable por amor, desde el trabajo de cuidados y doméstico no pagado hasta la violencia en una relación de pareja.

No es mi intención proponer una causa única para explicar los feminicidios en México. Como en todas las formas de violencia, siempre será necesario en primer lugar comparar su comportamiento en el tiempo, las maneras en las que se ha caracterizado a nivel formal, las particularidades regionales o locales, la diferencia en los contextos, el cruce de múltiples variables y caracterizar con mucha mayor profundidad las condiciones y los perfiles de los agresores. No obstante, desde 2015 hasta 2022[7] se reporta un innegable incremento en feminicidios con un ligero descenso al final (2015: 412; 2016: 608; 2017: 742; 2018: 898; 2019: 943; 2020: 947; 2021: 980; 2022: 948). ¿Qué significado tiene esto?

De entrada, creo que lo que nos debe quedar claro es que además de los datos, necesitamos más investigación para la intervención y la prevención. El cambio cultural que está colocando a las mujeres en una mejor posición individual y social todavía requiere profundizarse y abarcar la transformación de la mentalidad de los varones. El que las mujeres accedamos cada vez más a mejorar sus condiciones y/o a ejercer mayor libertad que la que tenían nuestras ancestras nos coloca paradójicamente en mayor riesgo. En el México en el que en 2021[8] el 70.1% de las mujeres hemos sufrido al menos un incidente de violencia en nuestra vida, donde quienes nos agreden y nos matan son mayoritariamente los hombres con quienes nos relacionamos sexoafectivamente, resulta indispensable que la sociedad en su conjunto, y particularmente ellos, asuman que no hay vuelta atrás y que más vale que si queremos poner fin a esta calamidad necesitamos mucho trabajo de pedagogía social y cultural que vaya de la mano de estrategias de prevención que no se circunscriban exclusivamente a un enfoque de seguridad, sino que a la par de erradicar la impunidad, se impulse una reeducación que libere, también, a los varones de su propia trampa: nos podrán seguir matando, pero ya nada puede detener nuestro avance.


[1]* Agradezco el apoyo de la Mtra. Anna Helena Alvarado Pla para la obtención de los datos estadísticos, pero más por el diálogo que enriqueció mucho este texto.

[2] https://www.ohchr.org/es/instruments-mechanisms/instruments/declaration-elimination-violence-against-women

[3] INEGI, Censos de Población y Vivienda.

[4] INEGI, Censos de Población y Vivienda.

[5] INEGI, Encuestas Nacionales sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH)

[6] https://igualdad.ine.mx/biblioteca/la-representacion-politica-de-las-mujeres-en-mexico/

[7] https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/datos-abiertos-de-incidencia-delictiva?state=published

[8] https://www.inegi.org.mx/tablerosestadisticos/vcmm/#:~:text=En%202021%2C%20a%20nivel%20nacional,lo%20largo%20de%20su%20vida

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