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Una historia sobre la regulación y el acceso a los medicamentos

La regulación en México se esfuerza por lograr una armonía entre la oferta y la demanda en el acceso a los medicamentos.

Era 28 de noviembre de 2012, casi daban las seis de la tarde y había empezado a oscurecer. Rosa se acercó a un banco de la Alameda, sentándose lentamente con ayuda de su esposo Elías, quien la miraba con rostro de preocupación. Los pensamientos de ella, clavados en el horizonte, parecían atravesar una de las cuatro fuentes que, apenas dos días atrás, habían sido presentadas en la reinauguración del parque. Rosa y Elías se sentían desamparados, nada les importaba en ese momento, sólo la salud.

Hacía cinco años que a ella le diagnosticaron una enfermedad crónica y, a pesar de que en su hospital público le dijeron que tenía garantizada la cobertura del medicamento, casi nunca estaba disponible, por lo que tenían que gastar sus pocos ingresos y recorrer varias farmacias en busca de la opción más barata. Esa tarde, después de conseguir el medicamento, apenas les quedaban 50 pesos para comer algo y regresar a casa. Rosa cerró por un instante sus ojos, húmedos de la desesperanza, e intentó imaginar cómo serían los que fabricaban aquello que la mantenía viva.

Lo que ella imaginaba era algo que no sabría explicarle a su esposo con palabras, pero que concebía como una industria con el mismo ritmo frenético de innovación que la tecnológica; un entorno que facturara cifras astronómicas al nivel de la industria bélica y que abarcara tantos productos como la alimentaria. En esencia, lo que ocupaba la mente de Rosa era la industria farmacéutica, uno de los sistemas más complejos del mundo.

Sus inicios tuvieron lugar en Europa, con esporádicas ventas de excedentes que elaboraban boticarios, químicos y herbolarios en el siglo XVII. La necesidad de producir suficientes preparados medicinales para atender a un mayor volumen de enfermos llevó a algunos químicos europeos a pedir el apoyo de ciertas empresas. Así, en 1885 se produjo en Alemania el primer medicamento de manera industrial, la acetofenidina, del que derivó lo que hoy conocemos como paracetamol.

En el caso de México, aunque las primeras investigaciones farmacéuticas datan de la segunda mitad del siglo XIX, el nacimiento de esta industria comenzó en el periodo posterior a la Revolución, con el establecimiento de firmas extranjeras en vínculo con empresarios locales. Este acontecimiento formó parte de la industrialización posterior al conflicto armado.

Lo que originariamente fue una iniciativa científica para facilitar un mayor acceso a los medicamentos, se transformó en un complejo sistema de procesos concatenados, con una vasta gama de actores en todo el arco de la producción al consumo. Con estos cambios surgió lo que se conoce como “competencia imperfecta”, inducida por la asimetría de información y denunciada en su momento por Karl Marx, lo que provoca que el paciente cambie su rol al de cliente.

Recordemos que los medicamentos pueden ser tanto una solución que salva la vida, como una catástrofe económica para personas, familias y comunidades. De acuerdo con Federico Tobar, el fármaco como producto tiene tres características que lo hacen único.

La primera es su alta dispersión de precio. Ese 28 de noviembre de 2012, con 600 pesos como presupuesto, Rosa y Elías tuvieron que recorrer varias farmacias dado que un mismo medicamento, con especificaciones técnicas similares, tenía precios que oscilaban entre los 500 y cuatro mil pesos. Estas amplias diferencias en el precio de un bien de consumo son únicas y no ocurren con ningún otro producto en el mercado mundial.

La segunda característica es la inelasticidad. Pongamos de nuevo como ejemplo a Rosa. Si su enfermedad fuera la diabetes mellitus tipo 1, su medicamento sería la insulina y no administrársela le ocasionaría la muerte. Esto implica que siempre existirá demanda, ya que si el hospital no suministra el producto el paciente lo seguirá comprando aunque el precio suba constantemente.

La tercera y última característica que la hace única es la regresividad de su financiación, es decir, paga más el que menos tiene. Como muchos mexicanos, Rosa vive al día y el dinero apenas le alcanza para el hogar y los gastos de la escuela de sus hijos. En este escenario neoliberal, en el que los servicios de salud se incluyen en los gastos personales, la familia de Rosa no puede cubrir revisiones preventivas y un estilo de vida saludable. El resultado es que la atención de una enfermedad crónica supone un mayor gasto de bolsillo para la economía familiar.

En gobiernos anteriores, la limitación al acceso de los medicamentos generaba un impacto negativo que ensombrecía no sólo la economía de las familias en México, sino también el derecho universal al bienestar de las personas, especialmente las de mayor vulnerabilidad social y económica.

Con el fin de acabar con estas limitantes institucionales que impactan en el gasto de familias como la de Rosa y Elías, en la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), un organismo regulador del Estado mexicano, trabajamos arduamente en políticas de medicamentos que favorezcan la incorporación de esquemas regulatorios innovadores, orientados a garantizar el acceso de estos insumos a la población.

Es indiscutible que el medicamento genérico es equivalente al fármaco original, y además pasa por exhaustivos controles de calidad, seguridad y eficacia en la Cofepris, lo que garantiza que aporten los mismos resultados que los medicamentos de marca o de patente.

Pero, ¿qué es la regulación sanitaria y por qué se regulan los medicamentos?
Como Jacques Attali señalaba, un mercado sin Estado es mercado negro. Por este motivo, la regulación en México se esfuerza por lograr una armonía entre la oferta y la demanda en el acceso a los medicamentos. Esto implica establecer normativas e incentivos que faciliten una distribución equitativa del producto y, sobre todo, garanticen su seguridad, calidad y eficacia.

De esta forma, la llamada cuarta transformación responde con medidas efectivas para revertir los efectos negativos de la desregularización, originada por el Consenso de Washington en la década de 1990: la doctrina de que sólo hay crecimiento si el Estado no regula el mercado.

Un ejemplo de ello es la reciente implementación de políticas enfocadas en medicamentos genéricos, recomendada incluso por la misma Organización Mundial de la Salud (OMS), como un instrumento decisivo para permitir el acceso total a los medicamentos.

Desde la presente administración de la Cofepris, y ante las problemáticas que limitaban y ensombrecían los procesos de valoración, autorización y vigilancia, implementamos varias estrategias de innovación regulatoria. Un avance significativo fueron las acciones vinculadas a la oferta terapéutica, que logró ampliarse gracias a la eliminación de barreras regulatorias innecesarias referentes al registro, evaluación y autorización de medicamentos genéricos, así como la instrumentalización de plataformas digitales que agilizaron el proceso de más de 200 mil trámites.

Además, nos enfrentamos al desafío de la desconexión entre la agencia reguladora, los usuarios regulados, la academia y la población en general. Para abordar este problema, implementamos acciones directas de orientación regulatoria, cuyos resultados se reflejaron en más de mil dinámicas de sesiones técnicas y encuentros de buena voluntad para mejorar la gobernanza. Por último, frente a la consolidación de “sótanos internos de corrupción” en años previos, tomamos medidas enérgicas, que incluyeron la destitución de más de 40 funcionarios implicados y un reforzamiento en la supervisión. Estas acciones restablecieron la claridad y transparencia en aquellos espacios ensombrecidos.

Pero el trabajo para el bienestar de México aún no acaba. Debemos seguir avanzando para garantizar la distribución y el acceso total a medicamentos seguros, eficaces y de calidad. La salud de Rosa, y de millones como ella, depende de nuevas políticas públicas farmacéuticas e industriales que permitan un abasto suficiente de medicamentos.

“¿Todo bien, doña Rosa?”. Las palabras de su médico la devolvieron al presente, sentada en la Alameda, once años después. “Sus análisis indican que todo va bien y está bajo control, pero es importante que no deje su tratamiento. Aquí en la receta le indico su medicamento, incluido su nombre genérico. Vaya a la farmacia del hospital, donde se lo van a surtir sin problemas”. Ambos salieron de la consulta y, mientras caminaban para recibir el fármaco, Rosa miró a Elías. Su rostro trasmitía ahora más tranquilidad; atrás quedaron las peregrinaciones a las farmacias para ahorrar unos pesos a gastar en la comida.

Nuestro futuro necesita un presente fortalecido, equitativo y dispuesto a tomar decisiones por y para las personas como Rosa. En él, la Cofepris, con la ciencia y la tecnología como aliadas, se consolida como el escudo para lograr el fin por el que fue forjada y que durante décadas quedó en el olvido: proteger la salud del pueblo mexicano.

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