La única mirada humana que vale la pena es la mirada horizontal. La relación de caridad es una relación vertical, autoritaria, en el fondo de desprecio disfrazado de lástima. Las relaciones humanas que valen la pena son las solidarias, que son horizontales.
Eduardo Galeano
Cada persona es como nosotros.
Cartilla Moral mexicana
Nos denominamos a nosotros mismos seres humanos y no hay sustantivo más próximo a esa condición esencial de lo que somos que el de humanismo. Asimismo, el concepto seres humanos aglutina a la humanidad en un colectivo, por eso es pertinente hablar de nuestros semejantes cuando nos referimos a los demás.
Los seres humanos somos, pues, semejantes unos con respecto a otros. El término prójimo es todavía más adecuado para hablar de nuestros congéneres, y la tercera definición que el Diccionario de la Real Academia proporciona a ese término es: persona respecto de otra, consideradas bajo el concepto de la solidaridad humana.
A través de este sencillo seguimiento nominativo encontramos, pues, sin aletargados preámbulos, uno de los elementos esenciales que debe contener el concepto de humanismo: la solidaridad.
Etimológicamente, la palabra solidaridad, del latín solidus, que significa sólido, compacto, consistente, firme, y del prefijo sol-, que se traduce como entero, completo, designa la acción de participar de lo que es sólidamente entero y cuyos componentes son de la misma naturaleza.
La teología cristiana implantó el término solidaritas para identificar a la comunidad de individuos que son iguales ante su Dios y que a la vez están unidos, “compactados” en una unidad o entero que, según esa doctrina, es ese ser superior. De ese establecimiento de relaciones derivan la fraternidad y la ayuda mutua entre seres igualmente dignos que promueve el cristianismo. Si todos somos iguales, nos “debemos” los unos a los otros.
La solidaridad implica, pues, una forma particular de relacionarse con los demás que sólo puede ejecutarse o realizarse si se considera al otro como un igual (semejante) e implica un interés primordial por el estado, estadio y estadía de los otros en el mundo y la vida.
Ignorar o evadir la consideración de que somos entes en comunidad que deben interesarse los unos por los otros, es ir en contra o negar lo humano en tanto desatención de la interacción humanista, que nos define o debería definirnos. Esta última integra, pero a la vez trasciende, la convicción de que somos seres sociales, pues otorga a esta condición una tendencia específica: la solidaridad.
No son, entonces, el aislamiento voluntario ni la indiferencia ni el egoísmo lo que nos da plenitud como seres humanos, sino el ver al otro como un “yo posible”.
El imperativo “Primero los pobres” es la principal máxima que integra la visión humanista de la cuarta transformación: primero los más desprotegidos, los marginados, discriminados, desplazados, explotados, porque distan enormemente de los beneficios que otros tienen y es necesario luchar, en solidaridad, por la igualdad y la equidad. En tanto son mis semejantes, podría estar yo en lugar de ellos, de ahí que, en solidaridad, estoy obligado a ponerme en su situación y abonar en favor de lo que celebro, o deseo o desearía para mi propia persona.
Una rápida revisión de textos de pensadores de la antigüedad y tiempos posteriores nos arroja que ese ideal, componente de la esencia de lo humano (humanista) que luego conoceríamos como solidaridad, ha estado presente en el continuum del pensamiento universal. Uno de los proverbios más antiguos es el de Publio Terencio Africano: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (“Hombre soy, pienso que —o luego entonces— nada humano me es ajeno”).
En su comedia Heautontimorumenos (“El atormentador de sí mismo” es una de las más conocidas traducciones), publicada por Terencio en el año 165 antes de nuestra era, el personaje Cremes pronuncia la famosa frase. San Agustín relata que cuando se escuchó por primera vez en el teatro “el público prorrumpió en un gran aplauso, señal de consentimiento unánime”,[1] pues reflejaba “la humánitas o sentimientos humanos de los latinos” (de la que se exceptuaban, por supuesto, los esclavos, por lo que estas alusiones deben considerarse como lo que son, meros antecedentes del concepto actual de solidaridad, que es fundamentalmente democrático).
Cicerón (106-43 a. C), quien citaba a Terencio, formuló la siguiente reflexión: “De esto nace que también la común recomendación de los hombres entre los hombres es natural, de manera que es oportuno que un hombre, por el hecho mismo de ser hombre, no parezca ajeno a otro hombre”.[2]
Dando un salto enorme en el tiempo, que omite todo lo referente al uso del término en la jurisprudencia y otras disciplinas en los siglos posteriores a la Edad Media, y con el gran antecedente de los principios de la revolución francesa (igualdad, libertad, fraternidad), en el siglo XIX los movimientos obreros otorgaron un rango preferente a la ayuda mutua para abonar al bienestar social, en el contexto del cuestionamiento al sistema capitalista que propiciaba la desigualdad entre los individuos.
El francés Pierre Leroux (1797-1871),[3] promotor de un socialismo humanitario, concibió la solidaridad como conexión y lazo humano inscrito en una “realidad universal abierta” que se asume humana en función de la relación con el medio y con los otros. Emparentada con los conceptos de amistad y asociación (forma organizada de la solidaridad), la solidaridad precisa del sentimiento de amor y de la horizontalidad, y desplaza la conexión humana como un medio para tomarla como fin, como algo superior que va más allá “del otro en tanto otro, no como una subsumisión de lo desconocido en lo propio, en lo mismo”.
Sin llamarle propiamente así, desde un inicio la cuarta transformación incorporó en su ideario la virtud de la solidaridad que caracteriza al humanismo.
Omitiendo la larga tradición que buscó incorporar el humanismo en los diferentes sectores de la vida pública de México, la Cartilla moral es bastante explícita cuando privilegia la búsqueda de lo bueno y el bien para todos, que sólo puede darse a través de la solidaridad. Se trata de una búsqueda del bien social, no individualizada, como imperativo que debe regir las relaciones sociales, para lo cual es necesario el resarcimiento de una conciencia social:
El bien no debe confundirse con nuestro interés particular en este o en el otro momento de nuestra vida. No debe confundirse con nuestro provecho, nuestro gusto o nuestro deseo. El bien (…) es algo como una felicidad más amplia o que abarcase a toda la especie humana, ante la cual valen menos las felicidades personales de cada uno de nosotros.
Aunque en la Cartilla se menciona poco el término solidaridad, todo el documento está colmado de la necesidad de profesarla. Contrastemos la siguiente definición de sociedad que se lee en el documento, con el significado etimológico de solidaridad anteriormente descrito:
Esta compañía humana es mi sociedad. Mi sociedad no es más que una parte de la sociedad humana total. Esta sociedad total es el conjunto de todos los hombres. Y aunque todos los hombres nunca se juntan en un sitio, todos se parecen lo bastante para que pueda hablarse de ellos como un conjunto de miembros semejantes entre sí.
La declaración presidencial relativa al humanismo mexicano en el discurso con motivo de los primeros cuatro años de gobierno, fue precisamente esta: “No deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo que estamos aplicando. Mi propuesta será o sería llamarle humanismo mexicano, porque sí tenemos que buscar un distintivo”.
Posteriormente, como contenidos precisos del modelo, el presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió a la búsqueda de la justicia; a la creación de condiciones para que la gente pueda “vivir feliz y libre de miserias y temores”; el destierro de los privilegios y de la corrupción; la prioridad que deben tener las mayorías, en particular los pobres y marginados.
Sobre la consigna “Por el bien de todos, primero los pobres”, especificó que debe constituir la esencia de la actividad política “porque es sinónimo de humanismo”.
Décadas después de que el término solidaridad fuera utilizado demagógicamente como eje del programa de gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), muy lejano al humanismo y muy cercano a una planificación económica que terminó por ser una burla para los mexicanos, el 16 de enero de este 2023 el presidente Andrés Manuel López Obrador refrendó en su conferencia matutina que: “el neoliberalismo es sinónimo de corrupción y de egoísmo, de individualismo, de no pensar en el prójimo, sino de pensar nada más en uno mismo (…), y se les olvida que la felicidad es estar bien con uno mismo (…), estar bien con el prójimo, esa es la verdadera felicidad”.
En medio de un mundo que se debate entre el neoliberalismo y el humanismo, el presidente de México, sencillo y valiente, continúa apegado, con mayor énfasis a dos años de concluir su gestión, al valor del amor (encarnado en la solidaridad humanista) entre los seres humanos como la única vía para lograr la paz, sin la cual la civilización no puede mirar con optimismo el futuro.
[1] Publio Terencio Africano, “Heautontimorumenos” (165 a. C.), Introducción, selección y notas de José Juan del Col (s/a), https://juan23.edu.ar/delcol/pdf/terencio_heautontimorumenos.pdf
[2] De finibus bonorum et malorum (Sobre los fines de lo bueno y de lo malo).
[3] Cfr.: “La solidaridad obrera de Pierre Leroux: una exploración de la fraternidad y la amistad entre la filosofía socialista de Pierre Leroux y los textos de la Parole Ouvrière” de Juan Pablo Yáñez Godoy, https://revistas.uchile.cl/index.php/RSN/article/download/50356/53543/