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Pablo de Tarso, Lenin y la mañanera

Si López Obrador formulara la respuesta al qué hacer, a diferencia de Lenin, respondería: una conferencia mañanera

I

En su carta a los Romanos, Pablo de Tarso provocó uno de los giros más importantes en la historia de la humanidad: deslindó la fe cristiana del origen étnico. Es decir, si bien Jesucristo fue un profeta judío, en su misiva dirigida a las comunidades cristianas primitivas que vivían en Roma y no eran de origen hebreo Pablo de Tarso realizó una profunda y densa argumentación sobre la posibilidad de cualquier pueblo de participar en la naciente fe cristiana.

Pablo, así, logra transmitir a los nuevos fieles que si bien Jesús era un creyente del dios judío, había encabezado una rebelión contra los fariseos y las élites religiosas, que estaban más ocupados en hacer cumplir la ley que en practicar la justicia entendida como la misma fe (Romanos 9:30, La Biblia de nuestro pueblo).

Pablo de Tarso, además de ser un apóstol que estableció los cimientos del cristianismo, bien debe ser considerado como un teórico de la política y yo agregaría que de la política emancipadora. El “apóstol de los gentiles” tuvo la capacidad de expandir el cristianismo gracias a su política de superación de las identidades cerradas; sin su intervención probablemente el cristianismo hubiese sido una más de las diversas corrientes teológicas del judaísmo, pero su convicción de llevar la fe a los paganos, a los que no eran herederos “naturales” del mensaje de Jesucristo, dotó al cristianismo de un carisma evangelizador, de permanente expansión, con miras a mantenerse en la búsqueda de sumar más seguidores al mensaje de la justicia por sobre los obsesionados en consolidar comunidades cerradas y ortodoxas en el cumplimiento de la ley.
En esa misma carta, Pablo hace una advertencia que sigue resonando en nuestro tiempo:

Ya no hay diferencia entre judíos y griegos; porque es el mismo, el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Pero ¿cómo lo invocarán si no han creído en él? ¿Cómo creerán si no han oído de él? ¿Cómo oirán si nadie les anuncia? ¿Cómo anunciarán si nadie los envía? Como está escrito: ¡Qué hermosos son los pasos de los mensajeros de buenas noticias!

(Romanos 10:12-16).

II

En mayo de 1901 Vladimir Illich Lenin intentó resolver la pregunta que a su juicio se hacen “con particular insistencia los socialdemócratas rusos”: ¿qué hacer? En toda Europa había un consistente ascenso del movimiento obrero, se multiplicaban las facciones socialistas, las contradicciones del capitalismo se agudizaban. Pero, ante todo ello, ¿qué hacer?, ¿por dónde empezar?, ¿cómo habrá de suceder el ascenso del proletariado anunciado por Marx décadas antes?. Lenin responde:

A nuestro juicio, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esta organización debe ser la creación de un periódico político para toda Rusia. Antes que nada, necesitamos un periódico.

En su mítico texto, el ruso plantea que el periódico tiene la función de difundir sus ideales, también de educar políticamente a los militantes, pero además es un organizador colectivo. El periódico es un organizador por la propias labores que detona la publicación sistemática de un material, es decir, la impresión, la distribución, etcétera, pero también organiza porque permite al movimiento de un país extenso y desarticulado identificar causas, batallas y adversarios comunes. El periódico facilita que la diversidad de facciones dispersas por el territorio adquieran un lenguaje común, explicaciones compartidas sobre la realidad. La organización sí es práctica en cuanto a la construcción de una articulación de personas y colectivos, pero sobre todo es lo que ahora llamamos una narrativa de la que participan millones.

III

Andrés Manuel López Obrador se encuentra en lo que podríamos llamar la tradición de la política popular, es decir, los liderazgos y movimientos que apuntan a una política emancipadora con un profundo arraigo en el pueblo. A diferencia de una parte sustancial de la izquierda mexicana histórica, el hoy presidente de México practica el noble oficio de la política, como él mismo lo ha llamado, a través de una especie de apostolado dedicado a politizar e involucrar en la vida pública a los pobres, a los excluidos, a los que no participan del gran banquete del poder.

En la concepción de López Obrador de la política, ninguna transformación es posible por la gracia de las élites, conoce bien a los sectores dominantes de nuestro país, ha experimentado su sistemático desprecio e incluso sus intentos de seducción. Sabe que el elitismo, el clasismo y el racismo no son prácticas exclusivas de la derecha, conoce lo que bien podríamos categorizar como la “izquierda fifi”: esos intelectuales representantes de la sociedad civil y hasta exmilitantes del Partido Comunista que padecen una profunda frustración al no ser los grandes faros orientadores de la sociedad.

López Obrador comprendió que si quería hacer política transformadora debía seguir el consejo de José Martí y con los pobres de la tierra su suerte debía echar. Así lo ha hecho.
Ahora, la política popular requiere de al menos dos claves fundamentales: primero, si se quiere hacer política con el pueblo, no se le puede despreciar; por el contrario, se debe comprender y respetar la cultura popular, sus rituales, héroes, dolores, alegrías, prácticas, ires y venires. Segundo, hay que aprender a comunicarse con el pueblo, los políticos tradicionales formados en los inefables concursos de oratoria hacen piezas retóricas que, además de huecas, no entiende nadie. López Obrador ha demostrado una voluntad persistente por ser accesible a sus audiencias; es más: para algunos sobresimplifica e incluso repite hasta el cansancio.

Podríamos decir que el que quiera hacer política popular puede abstenerse de “hablar en físico” y comprometer su acción política en traducir asuntos complejos a un lenguaje accesible a las diversas audiencias, más en un país constituido por infinidad de pueblos, idiomas, contextos culturales y profundas desigualdades sociales.

No podemos saber si López Obrador leyó a Pablo de Tarso, pero no cabe duda de que siguió sus recomendaciones hasta las últimas consecuencias, y no hablamos de la práctica religiosa del presidente, hablamos de la vocación de ir por los paganos, por las millones de almas que no pertenecen a los antiguos linajes, que no estaban convidadas de antemano a la comunidad política. Y si algo ha hecho el tabasqueño es ir a anunciar un mensaje de cambio; ¿cómo iba a anidar la “llama de la esperanza” entre millones que habitan los pueblos más recónditos si López Obrador no recorría dos veces todos los municipios de México?, ¿cómo se iban a sentir interpelados los damnificados de siempre si no se recorrían las barriadas informando casa por casa?

IV

En un ejercicio de especulación, podríamos suponer que si López Obrador formulara la respuesta al qué hacer, a diferencia de Lenin, respondería: una conferencia mañanera.
Y es que el ejercicio de responder a diario los cuestionamientos de la prensa se ha convertido en un auténtico instrumento de organización del movimiento por la transformación. Todas las mañanas millones de militantes, dirigentes y personas comunes nos despertamos para conocer una interpretación alternativa a los medios hegemónicos de comunicación sobre lo que sucede en la actualidad, pero también sobre la historia de México y los problemas más concretos de la cotidianidad.

La mañanera es un instrumento de pedagogía política que socializa y expande marcos de referencia alternativos para comprender lo que sucede en el país. Además, es la plataforma del máximo dirigente social por medio de la cual dota al movimiento de señales sobre las batallas, las prioridades y los adversarios a los que se va enfrentando el proceso de transformación. Es común que, frente a un acontecimiento relevante que sucede después del mediodía, mucho conmina a la calma la claridad de que al día siguiente conoceremos la opinión del presidente, muchas veces encontramos un desmentido ante una flagrante mentira de la derecha y otras tantas una explicación que nos da argumentos para comprender y defender una acción del gobierno de la transformación.

Podríamos decir que de alguna manera la mañanera también nos nacionaliza, en el sentido de que nuestro movimiento está formado por miles de partes regadas en un territorio inmenso y contrastante, con realidades locales que fácilmente absorben la atención de los actores políticos y sociales. La mañanera dota de sentido, en una dimensión nacional, problemas locales que, así, pueden comprenderse a la luz de explicaciones que superan las fronteras de la patria chica, y se extiende una narrativa a todo el movimiento que posteriormente se tropicaliza, pero que finalmente se articula más allá de la provincia.

V

Vivimos una explosión sin precedente de la industria de la comunicación política, los consultores dedicados al márketing en el ámbito venden paquetes a costos millonarios para que los políticos se hagan graciosos en redes sociales, gestionan presencias artificiales en medios de comunicación masiva y logran disfrazar la ausencia de ideas en paquetes de diseño gráfico. En el mundo candidatos de todo el espectro político se desviven por una andanada de likes y las campañas electorales parecen todas idénticas: el que bailó con mayor torpeza en tiktok, un encuentro con un influencer y la desenfrenada batalla por el photoshop que hace parecer la carrera nuclear de la guerra fría como un juego de niños.

El caso de López Obrador nos debería convocar a los interesados en política, sobre todo en la transformadora, a repensar el mundo de la comunicación política. La industria del márketing en el área no tiene mucho que ver con el noble oficio de la política. Fundamentalmente porque el márketing es un instrumento para vender productos, una actividad muy respetable, pero que no tiene nada que ver con hacer política para transformar la realidad.

Nuestra tarea es llevar un mensaje de esperanza, especialmente a los que sufren y no se resignan a las condiciones de injusticia. Nuestra tarea es conducir a un movimiento y a toda la sociedad a escenarios de mayor justicia, y lo hacemos mientras en la acera de enfrente hay un aparato mediático que sistemáticamente se dedica a convencernos de que hemos de vivir para servir los intereses de los que de por sí ya lo tienen todo. Aquí sólo hemos procurado intentar traer a la memoria algunas antiguas fotografías de la profunda relación entre la política transformadora y la comunicación.

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