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Oscurantismo neoliberal en el trabajo

El avance de un movimiento plural de izquierda, con mayor acceso a la información por los avances tecnológicos, probó que las políticas neoliberales en el mundo sólo beneficiaban a unos pocos y que era necesario buscar el desarrollo por otras vías.

Quizás, uno de los motivos que volvieron atractivo al neoliberalismo fue que está diseñado con un aparente rigor científico —y ello también tal vez explique que siga resultando atractivo para varios grupos conservadores. Una dinámica donde los tecnócratas jugaron un rol fundamental para confundir a la población con la difusión de ideas falsas basadas en modelos matemáticos sin fundamentos en la realidad.

Poco a poco esta ideología ha ido cayendo en descrédito alrededor del mundo. Conforme más gente pone a prueba los supuestos de sus modelos, más se nota que sólo son castillos de arena, mientras crecen la desigualdad y la pobreza, y unos cuantos se quedan con casi toda la riqueza. La famosa idea de que la riqueza podía dispersarse de arriba hacia abajo es completamente falsa.

Esto mismo ocurrió en México, donde el neoliberalismo representó un retroceso enorme para los y las trabajadoras. La política laboral se sometió a los capitales nacionales y extranjeros; el enfoque era privilegiar bajos costos laborales a expensas del bienestar de la base obrera. Es por ello que entre 1976 y 2017 el salario mínimo perdió 70 por ciento de su poder adquisitivo; se aprobaron reformas para la “flexibilización laboral”, que se tradujeron en mayor precarización en los puestos del trabajo; el sindicalismo quedó casi desdibujado, convenciendo a sus dirigentes de que era mejor tener un trabajo mal pagado que luchar por mejores condiciones; la paz laboral se convirtió en un motivo de orgullo, se celebraba que no hubiera movimiento obrero en México, sólo sometimiento a las condiciones que impuso la inversión extranjera.

Al inicio de la aplicación del modelo neoliberal se registró, primero, la liberación de la economía o, en otras palabras, la privatización de la mayor parte de las empresas estatales. Segundo, la apertura comercial, lo que implicaba eliminar aranceles mediante la adición al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, seguido de la participación en la Organización Mundial de Comercio (OMC), y, más tarde, de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en condiciones desventajosas. Tercero, para combatir la inflación se permitió que el salario mínimo perdiera su poder adquisitivo.

La lógica detrás de esta política fue que, dado que otros salarios estaban indexados al salario mínimo, serviría como un tope salarial que frenara el consumo y, por tanto, bajaran los precios. Finalmente, acompañada de todas estas políticas, se implantó la idea de atraer inversión extranjera directa como motor de desarrollo. En pocas palabras, generar empleo precario con un bajo costo laboral para el empresariado internacional.       

Estas políticas tuvieron un impacto muy desfavorable para los trabajadores de México, paralelo a un gran beneficio para una parte del sector empresarial. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el salario promedio en la industria manufacturera cayó 11,9 por ciento entre 1980 y 2017, mientras que la productividad laboral subió un 219,5 por ciento en el mismo periodo. Recordemos que uno de los dogmas del neoliberalismo es que el salario no puede subir si no mejora la productividad, aunque la evidencia empírica muestra que la relación es al revés: si sube el salario, mejora la productividad. En el caso de México, los datos mostraban lo contrario, que la productividad subía y el salario no.

En Estados Unidos, en tanto, el salario real en el sector manufacturero creció 79.6 por ciento. En China, que en 2006 tenía un salario promedio más bajo que el de México, lo superó con creces mediante políticas económicas enfocadas a la creación de un empleo mejor remunerado. El salario de China creció más del 600 por ciento entre 1993 y 2017, y actualmente es dos veces más alto que el de México, en primedio.

La desigualdad siempre ha sido enorme en todo el mundo, pero empeoró también en el periodo neoliberal. En 1980, según datos del World Inequality Database, en México el 10 por ciento más rico concentraba el 54,8 por ciento de los ingresos, mientras que el 10 por ciento más pobre ejercía el 5,9 por ciento. Para 2018, la relación era del 66,1 al 5,8 por ciento.

Esto se acompañó de prácticas como la subcontratación, que a su vez generó dinámicas como que las empresas incorporaran a trabajadores de empresas de dudosa existencia. Muchas firmas subcontrataban a toda su nómina, y las empresas a cargo de brindar tal servicio corrían a todo el personal cada dos o tres meses para reincorporarlos después con una razón social diferente, de modo que nunca adquirieran antigüedad laboral. Con este esquema laboral, la empresa matriz se evitaba todos los costos de la incorporación de personal, como pagar seguridad social y diversos impuestos. También surgió el insourcing, una especie de subcontratación interna donde una empresa creaba dos subsidiarias, una donde se reportaban todas las ganancias y tenía pocos trabajadores, y otra donde estaba la mayor parte de los empleados, que declaraba ganancias en cero. Con esto eludían el reparto de utilidades, que por ley implicaba repartir el 10 por ciento de las ganancias entre el personal.

Todas estas prácticas cambiaron la relación entre el capital y el trabajo. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se puede calcular que en 1980 en México de todo el valor agregado el 60,8 por ciento lo concentraban las empresas como ganancia, mientras que el 35,4 por ciento gestionaba las remuneraciones. Para el 2017, las empresas capturaban el 69,4 por ciento de todo el valor que se generaba en el país y los trabajadores gozaban sólo el 24,6 por ciento.

Otro cambio fundamental se observó en el rol que jugaron los sindicatos en este periodo. El sindicalismo mexicano se ha caracterizado siempre por estar muy cerca del poder político y de coludirse con el gobierno y las empresas para controlar a la masa trabajadora a cambio de algunos beneficios y prestaciones.

En el periodo neoliberal, el sindicalismo fue excluido del poder poco a poco. Se mantuvieron algunas posiciones, pero su nuevo rol ya no era el de negociar “prebendas” para los trabajadores, sino aplacarlos y convencerlos de que no había más opción que aguantar los bajos salarios. También el rol del sindicalismo corporativo se centró en evitar a toda costa las huelgas en el país, bajo el argumento de que la “paz laboral” era lo más importante para atraer inversiones y que era mejor tener un empleo mal pagado que ninguno.

El neoliberalismo coordinó a México bajo una visión de libre mercado, en favor de una élite política y empresarial. Sin duda, un retroceso en los derechos laborales ganados después de la Revolución mexicana. Se dejó perder el poder adquisitivo de los trabajadores, aumentó la pobreza y la desigualdad, y se rompieron los mecanismos en favor de los obreros para articular contrapesos al sector empresarial.

Afortunadamente, después de sumir a México y el mundo en empleos precarios, esta ideología fue perdiendo fuerza después de la crisis económica de 2009. Nuevas ideas en contra, movimientos obreros, académicos y políticos de izquierda lograron influir cada vez más en la agenda económica del mundo. En varios países se dieron cambios importantes, incluidos países desarrollados. El avance de un movimiento plural de izquierda, con mayor acceso a la información por los avances tecnológicos, probó que las políticas neoliberales en el mundo sólo beneficiaban a unos pocos y que era necesario buscar el desarrollo por otras vías. Con ello se cerró un periodo muy obscuro en la historia de la clase trabajadora de nuestro país. 

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