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Notas sobre las elecciones presidenciales en Brasil y el escenario que se vislumbra

La victoria de Lula será una batalla ganada, pero el Estado de ahora ya no es el mismo que el de veinte años atrás

1. Lula es el favorito, pero el bolsonarismo aún no se marchita

Desde el inicio de la campaña electoral, Luiz Inácio Lula da Silva aparece como favorito en todas las encuestas, aglutinando cerca de 44 por ciento de las intenciones de votos para la primera vuelta.[1] Para una eventual segunda vuelta, el expresidente vencería frente a cualquiera de los demás candidatos. Pero su principal rival sigue siendo Jair Bolsonaro, que aparece en las últimas encuestas con 34 por ciento de la intención del voto.[2]

El actual presidente de Brasil sigue teniendo más fuerza entre los evangélicos y la parte de la población con mayores ingresos. Preocupante es el aumento de sus intenciones de voto entre los sectores populares, que ganan hasta dos y entre dos y cinco salarios mínimos,[3] un movimiento que puede estar vinculado al reciente aumento del valor del Auxilio Brasil, programa social que pasó de los 77.6 a los 116 dólares y que sustituyó el Bolsa Familia.

Sin embargo, el actual gobierno también tiene un rechazo de más del 50 por ciento, que se mantuvo durante todo el último año. Son muchos los datos que expresan el desastre de casi cuatro años de ultraliberalismo económico y que explican el descontento de la mayoría de la población: estancamiento económico; tasas de desempleo que rebasaron el 14 por ciento en 2020 y 2021; altas tasas de inflación; más de 600 mil muertes por covid-19; negacionismo ante el virus y retraso en la compra de vacunas; escándalos de corrupción involucrando al mandatario y a su familia, y un retroceso a los niveles de los años 90 con relación al hambre y la pobreza.[4] Pero Bolsonaro mantiene un núcleo duro que no puede ser ignorado: durante todo su gobierno, su aprobación osciló entre el 20 y el 30 por ciento.

Decir que todos los que hoy pretenden votar por él son fieles seguidores del neofascista sería simplificar demasiado el escenario político, pero los datos nos permiten entender que su debilidad política aún no es la que nos gustaría.

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2. La tercera vía no es competencia, pero logra dispersar

El principal nombre que se presenta como la tercera vía es Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT). Defensor de un proyecto desarrollista, busca diálogo con fracciones de la burguesía brasileña e intenta ganar al electorado indeciso —y a aquellos que no son ni “demasiado lulistas” ni “demasiado bolsonaristas”— con el discurso de que el país necesita ser pacificado y salir de la polarización entre derecha e izquierda. Ciro suma el siete por ciento de las intenciones de voto.

Entre los demás candidatos que puntúan en las encuestas, figuran la senadora Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), con cuatro por ciento de las intenciones de voto; Felipe D´Avila, del Partido Nuevo, y la senadora Soraya Vieira Thronicke, de la Unión Brasil, ambos con un punto porcentual. La nueva (vieja) derecha repite el mantra de liberar la economía a través de privatizaciones, reducción de impuestos y menor intervención estatal para lograr una mayor participación privada en los sectores estratégicos. Parece que ya no convencen al electorado.

Para una victoria de Lula en la primera vuelta es necesario que concentre más del 50 por ciento de los votos válidos, o sea, necesita tener más votos que la suma de los votos de todos los demás candidatos. El electorado con mayor chance de migrar en favor de Lula es el de Ciro Gomes, que reúne a parte de la izquierda crítica al Partido de los Trabajadores (PT).

Una victoria avasalladora en la primera vuelta sería un gran triunfo político contra el bolsonarismo. Una victoria con un porcentaje muy apretado podría dar margen al discurso golpista del presidente, que viene cuestionando la seguridad del sistema electoral de urnas electrónicas.

3. El discurso golpista de Bolsonaro sigue con fuerza y las concentraciones del 7 de septiembre muestran que no está aislado

El último 7 de septiembre sucedieron las conmemoraciones por los 200 años de independencia de Brasil. Además de la tragedia de pensar que esa fecha ocurre cuando estamos bajo un gobierno de ultraderecha, con un presidente que se destaca por su entreguismo y subordinación frente al imperialismo decadente de Estados Unidos, el evento nos deja en alerta.

La izquierda y la derecha opositora denuncian lo ya esperado: Bolsonaro utilizó la fecha patriótica para hacer campaña política con recursos públicos, lo que podría ser caracterizado como crimen electoral. Pero hay que poner atención en la cantidad de personas que se movilizaron en Brasilia y otras capitales del país, lo que permite vislumbrar que él no está tan aislado como quisiéramos.

Antes del acto público, en una reunión con ministros, parlamentarios y empresarios, Bolsonaro habría mencionado momentos de ruptura democrática en Brasil, como el golpe cívico-militar de 1964, afirmando que “la historia puede repetirse”.[5] Hay que destacar que en el acto oficial no había representantes ni del Congreso ni del Supremo Tribunal Federal.

En su discurso público, como un buen neofascista, habló de “la lucha entre el bien y el mal”, que “el mal quiere regresar a la escena del crimen”, pero que la voluntad del pueblo va a prevalecer porque “la voz del pueblo es la voz de dios”. Defendió a la familia tradicional y la propiedad privada, afirmó que el pueblo brasileño no quiere el aborto o las drogas y convocó a sus seguidores a convencer a los que piensan diferente porque “lo que está en juego es nuestra libertad, nuestro futuro”.

Entre los simpatizantes de Bolsonaro que salieron a las calles, el discurso golpista también se hizo notar: portaban pancartas con frases como “Exigimos la destitución de los miembros del Supremo Tribunal Federal, Tribunal Superior Electoral y Congreso”, “El pueblo brasileño pide que el presidente Bolsonaro utilice a las fuerzas armadas y destituya a los ministros de la Suprema Corte brasileña” o “Pedimos que las fuerzas armadas asuman el gobierno de Brasil toda vez que no existe armonía entre los poderes”.

Bolsonaro tiene razón en decir que la historia puede repetirse. No es la primera vez que parte de la sociedad brasileña sale a las calles pidiendo una intervención militar. Ocurrió en 1964, durante la Marcha de la Familia; ocurrió entre 2014 y 2016, en las marchas en contra de la corrupción y por el impeachment contra Dilma Rousseff.

Nuestra historia reciente nos muestra también que un golpe no necesariamente se da por la fuerza y que una campaña golpista puede tardar años pero resultar victoriosa si encuentra las condiciones materiales necesarias, como fue el caso de la expresidenta Dilma. El agravante en la actual coyuntura es que una parte de las fuerzas armadas juega en la cancha de Bolsonaro. Para frenar intentos golpistas, la solidaridad internacional será fundamental.

4. La victoria de Lula será una batalla ganada, pero el Estado de ahora ya no es el mismo que el de veinte años atrás

Lula repite en sus discursos que cuando llegó a la presidencia por primera vez, en 2003, encontró un país en crisis económica, y que sabe como revertir ese cuadro. No están en discusión las capacidades de quien es reconocido como uno de los mayores estadistas del mundo. No obstante, la actual coyuntura para Brasil y América Latina es distinta de la que vivimos durante el primer ciclo progresista. La pandemia, que profundiza la crisis económica mundial y que afecta a América Latina con decrecimiento y estancamiento económico, es uno de los grandes hechos que, por sí solo, cambia el escenario.

Internamente, además de los datos presentados en el inicio de este texto, el gobierno de Bolsonaro deja un Estado con menor control de sectores estratégicos, por el avance en las privatizaciones de importantes empresas, como Eletrobrás y subsidiarias de Petrobras. Entre 2019 y 2022, las empresas controladas por el gobierno federal se redujeron de 209 a 133.[6] Pero los problemas no son solamente de orden político-económico, tienen que ver también con cambios en la configuración del bloque en el poder, donde los militares volvieron a tener un papel destacado.

Los militares han tenido participación en momentos decisivos de la vida política del país desde la primera república, y en las siete constituciones que existieron en Brasil, cinco —incluyendo la de 1988, que sigue vigente— han asegurado su papel como mediador entre los tres poderes, una especie de poder moderador que garantice la ley y el orden.[7]

Pero en el proceso de redemocratización, después de 21 años de régimen dictatorial, los militares fueron del escenario al pasillo. Durante los gobiernos neoliberales de los años 90, las fuerzas armadas pasaron por serias restricciones de presupuesto. En los dos gobiernos de Lula hubo un esfuerzo por restablecer la política de defensa nacional; no obstante, cuando asume la presidencia una exguerrillera, presa y torturada, y que se atrevió a abrir los archivos de la dictadura a través de una comisión de la verdad, las tensiones volvieron a ser latentes. No por casualidad representantes de las fuerzas armadas se posicionaron públicamente favorables al impeachment de Dilma y a la prisión de Lula.

Aunque el gobierno de Bolsonaro no pueda ser considerado una dictadura militar, podemos hablar de un Estado militarizado. En 2020 fueron contabilizados 6,300 militares en cargos civiles de la administración pública, un aumento del 108 por ciento en comparación con 2016. Los cargos están distribuidos entre ministerios, cargos comisionados, áreas de salud y educación, y dirección de empresas estatales.[8] Cualquiera que asuma la presidencia en 2023 tendrá que negociar con quienes mantienen un papel de poder moderador, garante del orden y el progreso.

5. El bolsonarismo tiene que ser derrotado en las urnas y en las calles

La actual coyuntura política ha llevado a parte de la izquierda, centroizquierda y centroderecha a una unificación táctica a pesar de sus diferencias. Empezando por el candidato a la vicepresidencia Geraldo Alckmin, histórico opositor de Lula y quien, pese a las críticas por su trayectoria política como gobernador de São Paulo —llena de medidas represivas en contra de sindicatos y movimientos sociales— fue elegido por Lula para garantizar el apoyo del “dios” mercado.

La coalición por la candidatura de Lula, Brasil de la Esperanza, está compuesta por diez partidos: el Partido de los Trabajadores (PT), Partido Verde (PV), Partido Comunista de Brasil (PCdoB), Partido Socialismo y Libertad (PSOL), Red Sustentabilidad (REDE), Partido Socialista Brasileño (PSB), Solidariedad, Avante, Agir y Partido Republicano del Orden Social (PROS). Claro está que algunos se unen más interesados en lanzar sus candidaturas a los gobiernos locales y al legislativo que propiamente por un alineamiento ideológico. Pero esa es la lógica de la democracia representativa, llevada a su máxima en un país con más de 30 partidos políticos registrados ante el Tribunal Superior Electoral.

Habría que destacar la decisión del PSOL, partido que surge como una disidencia del PT y que siempre optó por lanzar candidatura propia. Para estas elecciones decide cerrar filas para la construcción de un frente contra Bolsonaro. Lula también tiene el apoyo de distintos movimientos sociales y viene señalando en sus discursos que, en su eventual próximo gobierno, fuerzas como el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) serán protagonistas.

Esa alianza táctica entre izquierda y centroizquierda tendrá que ser también estratégica. La lucha emprendida no es solamente vencer a Bolsonaro en las urnas, hay que derrotar el proceso de fascistización de la sociedad brasileña[9] que hoy se presenta como bolsonarismo y que, aunque esté en cuestión su carácter de masas, se expresa de forma cada vez más recurrente a partir de acciones individuales violentas, como el asesinato de simpatizantes de Lula por personas que apoyan a Bolsonaro. Los intentos de aglutinar y organizar a la ultraderecha en un partido hasta el momento han sido fallidos, pero una derrota electoral de la izquierda podría ser la chispa para tal movimiento.

Fortalecer a la izquierda exige regresar a las bases, al trabajo que el propio PT hizo durante los años 80. Reocupar el lugar que la izquierda ha dejado a las iglesias evangélicas, replantear lo comunitario frente a la teología de la prosperidad, la participación frente al centralismo en el Estado paternalista, construir subjetividades transformadoras frente a la subjetividad neoliberal, revolucionar las conciencias a la par de la revolución de las estructuras.

La reconstrucción del trabajo de formación política de base es la principal arma que tenemos para vencer al fascismo. Y solamente con una izquierda fortalecida en las calles podremos empujar al deseado próximo gobierno de Lula a consolidarse como un gobierno popular, frente a las tremendas limitaciones estructurales, coyunturales y a los grupos dominantes que estarán disputando el control de las políticas estatales por los próximos cuatro años.


[1] Para los datos de intención de votos presentados en este texto, utilizamos la encuesta elaborada por Genial/Quaest de 7 de septiembre de 2022, disponible en: https://media-blog.genialinvestimentos.com.br/wp-content/uploads/2022/09/06164726/genial-nas-eleicoes_pesquisa-para-presidente-2022_resultado-setembro-P01.pdf

[2] El 3 de agosto de 2022, Lula tenía el 44 por ciento de las intenciones de voto en la primera vuelta; 45 por ciento el 17 de agosto; 44 por ciento el 31 de agosto, y 44 por ciento el 7 de septiembre de 2022.

[3] Entre los evangélicos, 44 po rciento declara el voto en favor de Bolsonaro y 19 por ciento de Lula. Entre la población con ingresos por encima de cinco salarios mínimos, 39 por ciento declara por Bolsonaro y 27 por Lula. En la misma encuesta vemos que 51 por ciento de la población que gana hasta dos salarios mínimos declara voto en favor de Lula, siendo que en junio estos eran 57 por ciento; 26 por ciento declara voto en favor de Bolsonaro, siendo que en junio eran 21 po rciento. Entre los que ganan de dos a cinco salarios mínimos, 42 por ciento declara por Lula y 39 por ciento por Bolsonaro.

[4] De acuerdo con un estudio de Oxfam, Inseguridad alimentaria y covid-19 en Brasil, 2022, disponible en: https://olheparaafome.com.br/wp-content/uploads/2022/09/OLHESumExecutivoESPANHOL-Diagramacao-v2-R01-02-09-20224211.pdf

[5] Ver: https://valor.globo.com/politica/noticia/2022/09/07/bolsonaro-cita-momentos-de-ruptura-democratica-e-diz-que-historia-pode-repetir.ghtml

[6] Ver: https://www.brasildefato.com.br/2022/06/14/bolsonaro-ja-privatizou-um-terco-das-estatais

[7] He abordado el tema en la tesis doctoral Desarrollismo, neodesarrollismo y progresismo en Brasil: un análisis histórico-estructural de los pactos político-económicos, defendida en 2021 y disponible en: http://ilitia.cua.uam.mx:8080/jspui/bitstream/123456789/921/1/DESARROLLISMO%2c%20NEODESARROLLISMO%20Y%20PROGRESISMO%20EN%20BRASIL.pdf

[8] Los datos fueron recuperados del estudio realizado por William Nozaki, A militarização da Administração Pública: projeto de nação ou projeto de poder?, 2021, disponible en:
https://fpabramo.org.br/observabr/wp-content/uploads/sites/9/2021/05/Cadernos-Reforma-Administrativa-20-V4.pdf

[9] Traté el tema en el artículo “Estado capitalista y rearticulación autoritaria de la derecha. Consideraciones en torno al caso brasileño”, en Revista Conciencias, n. 3, febrero 2022. Brasil y el escenario que se vislumbra

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