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Movimiento Ciudadano: cuando el neoliberalismo se volvió progresista

La gran ironía del movimiento naranja es que, buscando separarse del populismo, ha terminado por perder todo contacto con lo popular.

el neoliberalimismo progresista

Nacido a finales de los años noventa con el nombre de Convergencia y rebautizado una década después, Movimiento Ciudadano (MC) ha jugado un papel ambiguo en la política nacional. En sus primeras dos décadas de vida, el partido de Dante Delgado fue lo mismo compañero de AMLO que de sus adversarios, siguiendo una política de alianzas en la que primó siempre la imperiosa necesidad de conservar su registro. Sin embargo, esto cambió luego de 2018, cuando el movimiento naranja comenzó a seguir una estrategia nueva y mucho más ambiciosa.

Frente al bipartidismo de facto que domina la competencia política, en donde el bloque formado en torno al lopezobradorismo se enfrenta al cartel de partidos de la transición, MC ha buscado constituirse como una tercera vía. En un escenario polarizado, su apuesta ha sido el presentarse simultáneamente como una izquierda no populista y como una oposición que ofrece algo más que volver al pasado.

En este giro hubo mucho de táctica y marketing, pero también algo más significativo: la llegada a nuestro país del neoliberalismo progresista,  un proyecto con el que las elites de países como Estados Unidos han tratado de reinventarse y, de paso, cerrarle el paso al desafío representado por los nuevos populismos. ¿En qué consiste y de dónde surge el neoliberalismo progresista? ¿Cómo se ha adaptado a México? ¿Cuáles son sus perspectivas? Dedico las siguientes líneas a tratar de responder estas preguntas.

¿Qué es el neoliberalismo progresista?

La filósofa Nancy Fraser rastrea el origen de este proyecto hasta los años 60, cuando nacen muchos de los llamados nuevos movimientos sociales, como el nuevo feminismo, el ambientalismo o el movimiento por los derechos de la comunidad LGBTQ. En los años previos, explica Fraser, la mayor lucha de la izquierda se había concentrado en proteger a la sociedad de los procesos de mercantilización. Sin embargo, a partir de esta década surgió un conjunto de nuevas luchas sociales que no encajaban en este eje de conflicto, ya que pugnaban por una idea alternativa de justicia, entendida ya no sólo como redistribución económica sino como reconocimiento identitario. 

En su origen, estos colectivos manifestaron un sano escepticismo hacia el mercado, a sabiendas de que el capitalismo a menudo no elimina la dominación, sino que la re-funcionaliza en su beneficio (la propia Fraser ha explicado cómo, en un cruel giro del destino, el capitalismo ha hecho suyas algunas demandas del feminismo que originalmente fueron planteadas como críticas a la explotación). No obstante, también fueron muy cautos en su relación con la izquierda tradicional. La razón era que los viejos planteamientos de la protección social frente al mercado a menudo no atendían (y en ocasiones incluso reproducían) las formas de opresión no económica que sufrían los integrantes de estos nuevos colectivos, como la desigualdad de género o la que padecen aún hoy algunas minorías. El resultado fue que, frente a la visión maniquea para la cual el campo de batalla se limitaba a una pugna entre las fuerzas del mercado y las que defienden a la sociedad, lo que se abrió paso en esos años fue un escenario con tres jugadores en pugna: el de las fuerzas de la mercantilización, el de la izquierda tradicional y el de estos nuevos movimientos, que Fraser llama emancipatorios.

Desde el inicio, una de las características de estos nuevos movimientos ha sido su ambivalencia, lo que les permitió aliarse tanto con la vieja izquierda como con las fuerzas del mercado. Aquí radica la advertencia de Fraser: para la filósofa, en la actualidad existe una peligrosa deriva de las principales corrientes de la lucha emancipatoria hacia una alianza con la mercantilización, dándole a esta última una nueva fachada, más cool y seductora. La materialización de este fenómeno es lo que Fraser bautizó como neoliberalismo progresista: un proyecto político basado en la convergencia entre los sectores hegemónicos de los nuevos movimientos sociales y el mundo del capital, en el que las causas de los primeros acaban siendo instrumentalizados por el segundo y supeditadas a una lógica individualista en la que algunas personas avanzan mientras la mayoría se queda atrás.

En Estados Unidos, esta coalición ha reunido a sectores de fuerzas progresistas como el feminismo, el antirracismo o el ecologismo con la industria del entretenimiento, las finanzas y la tecnología. En esta unión, ideales tan valiosos como la diversidad y el empoderamiento han sido puestos al servicio de Wall Street, Silicon Valley y Hollywood, dándole brillo a toda clase de políticas anti-populares. Encarnaciones de esta alianza han sido los gobiernos de Clinton, Obama y Biden,  pero también el de Macron en Francia o el de Trudeau en Canadá. En nuestro país, la reinvención de MC no ha sido otra cosa que un intento de tropicalizar este tipo de alianzas.

Neoliberalismo progresista a la mexicana

Si el neoliberalismo progresista de los Clinton y los Obama cortejaba a Wall Street, la centralidad que tiene el mercado en su variante mexicana es patente en un gobierno como el de Samuel García, gobernador de Nuevo León que ha pedido licencia para buscar la candidatura presidencial de MC. Más allá de las características del personaje (que contradicen en gran medida la imagen de progresismo que el emecismo ha buscado construirse), su administración ejemplifica cómo, desde la lógica neoliberal progresista, el ejercicio de gobierno se reduce a una especie de pasarela para atraer capital extranjero, especialmente cuando lo acompaña un aura de modernidad y disrupción, a la manera de empresas como Tesla y oligarcas como Elon Musk.

El paso por el Legislativo de la que fuera la compañera de fórmula del Gobernatore, Indira Kempis, resulta igual de elocuente. La senadora, que inició su carrera en el mundo del activismo, ha acabado por defender la estafa piramidal de las criptomonedas como la gran solución a los problemas públicos y tomando como modelo tiranías como la de Bukele en el proceso. Su caso evidencia cómo el potencial transformador de las reivindicaciones feministas, cuando pasan por el tamiz neoliberal, es diluido hasta convertirse prácticamente en un tema aspiracional, en donde lo que se busca no es cambiar un sistema injusto, sino conseguir un lugar en la mesa de los ganadores.

La contradicción entre la práctica del neoliberalismo progresista y las causas que pretende defender la muestra el caso de otra senadora: Verónica Delgadillo, ecologista recordada por haber gastado una tonelada de CO2  para asistir a una marcha contra el cambio climático en Nueva York y tomarse una foto con Greta Thunberg. Poco importó que la joven alemana hubiera llegado a dicho evento en velero, precisamente para llamar la atención sobre el daño ambiental que producen viajes innecesarios como el de Degadillo. O que ese mismo día hubiera convocada una marcha equivalente en Jalisco, entidad que la legisladora representa. Así funciona la pose neoliberal progresista.

La tercera vía y sus límites

Ahora bien, ¿cuáles son realmente las perspectivas de un proyecto así para México? Al igual que sus modelos, la promesa de MC consiste en ofrecer una versión más amable del neoliberalismo. Como la célebre Third way de Tony Blair y Anthony Giddens en Reino Unido, que acabó siendo heredera del programa thatcheriano, la gran ambición del partido naranja es reemplazar a la vieja oposición, cada vez más desgastada, y tratar de ir desde ahí a por todas las canicas. El detalle es que MC tiene un gran lastre: su problema no es  —y esto hay que dejarlo claro— reivindicar las nuevas causas progresistas, sino hacerlo de forma cosmética, sin cuestionar el statuo quo y, sobre todo, de espaldas a las mayorías. La gran ironía del movimiento naranja es que, buscando separarse del populismo, ha terminado por perder todo contacto con lo popular.

No me cabe duda que, dentro de la oposición, MC es el alumno más aventajado. Con todo, hay una cuestión fundamental que tampoco ellos han entendido: que más allá del contenido programático —en el que puede haber diferencias sustanciales dentro del lopezobradorismo—, lo que explica el éxito de la 4T es su componente plebeyo. Es precisamente de eso de lo que MC ha buscado distanciarse, no sólo en el plano de las propuestas, sino incluso en el de lo estético. En ese sentido, no es extraño que su mayor éxito se de entre un segmento muy particular del electorado: aquellos votantes que, más que cambiar al país, parecen más bien querer cambiarse de país.

Como suele decir el presidente López Obrador, vivimos tiempos de definiciones. Una de las más importantes es cómo responder a los justos reclamos de movimientos como el feminista, el de la defensa del medio ambiente o los derechos de la comunidad LGBTQ. En un momento en que la derecha trata de desestimar estas agendas con términos como wokismo o de ofrecer sucedáneos neoliberales para atenderlas, la solución desde la izquierda sigue siendo sólo una: integrarlas en un proyecto genuinamente popular. Nuestro horizonte ha de ser una justicia que combine la redistribución económica, el reconocimiento simbólico y la representación política. Es nuestra responsabilidad no conformarnos con menos.

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