La propaganda antimaderista no fue un acto de irresponsabilidad profesional e individual, sino una estrategia de desestabilización planeada, concebida y orquestada por grupos de poder bien organizados.
El poder de los medios que están al servicio de las oligarquías
La campaña de descrédito que mantienen los grandes medios masivos de comunicación contra Andrés Manuel López Obrador desde el 2005 a la fecha sólo es equiparable a la que emprendieron los grandes rotativos y las revistas de caricaturas contra Francisco I. Madero entre 1909 y 1913.
En el lapso que va de 1913 a 2023, México se ha transformado. Han evolucionado la sociedad, los proyectos ideológicos, los actores políticos, las clases sociales y los medios de comunicación. A inicios del siglo XX, la campaña de descrédito contra Madero se organizó, esencialmente, en las salas de redacción y los despachos de los grandes oligarcas y las operaciones mediáticas se estructuraron de forma más o menos empírica. De entonces a la fecha, las cosas han cambiado mucho. En el siglo XXI, poderosos grupos de interés manejan grandes consorcios mediáticos y cuentan con eficaces herramientas de manejo de la opinión pública.
Pero, a pesar de los cambios, el país es, en esencia, el mismo y muchos de los mecanismos que mueven a la opinión pública están intactos, de modo que de la andanada mediática antimaderista de 1913 se pueden sacar lecciones valiosas para entender y enfrentar la campaña antiobradorista de 2023.
Una operación contrarrevolucionaria en forma
La campaña mediática contra Madero fue rica en mentiras, noticias tramposas, escándalos delirantes, chantajes emocionales, gritos de alarma y notas amarillistas. Fue tan delirante que, durante décadas, diversos historiadores sostuvieron que se trató de un acto de libertinaje masivo e irresponsabilidad periodística colectiva.[1] Pero detrás del caos aparente había un orden muy estricto. La propaganda antimaderista no fue un acto de irresponsabilidad profesional e individual, sino una estrategia de desestabilización planeada, concebida y orquestada por grupos de poder bien organizados. Buscó deliberadamente desatar los peores sentimientos en la opinión pública contra el presidente demócrata y fue financiada por oligarcas como Íñigo Noriega y Olegario Molina, apoyada por sectores de la casta militar porfiriana, puesta en práctica por periodistas afines al grupo de los científicos y operada políticamente por el gobierno proporfirista de León de la Barra. No es muy distinta a lo que ocurre en 2023, donde Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) recibe dinero de la National Endowment for Democracy (NED) y grupos empresariales para patrocinar la embestida mediática contra López Obrador.
La campaña de descrédito contra Madero fue —al igual que ciertas acciones políticas y militares específicas de la época— parte de una estrategia contrarrevolucionaria que buscó acabar con la Revolución y restaurar el antiguo régimen. Nunca fue un ejercicio de crítica libre o de libertad de pensamiento; los que llevaron a cabo esta campaña no eran periodistas independientes que defendían ideales o principios, sino intelectuales al servicio del viejo régimen. Esta campaña fue parte de las acciones de la oligarquía en busca de restaurar al viejo régimen.
La campaña antiobradorista del siglo XXI tiene muchas semejenzas con lo que ocurrió a principios del siglo XX, pero tiene un marco teórico más elaborado y cuenta con una sofisticada y moderna maquinaria de guerra mediática. De la segunda década del siglo XX a la tercera del XXI, muchas cosas han cambiado a nivel mediático: la radio, la televisión y las redes sociales desplazaron a los diarios y a los semanarios, se han consolidado grandes consorcios mediáticos (que manejan al mismo tiempo periódicos, revistas, estaciones de radio y televisión) que están al servicio de grupos de interés y hoy se practican sofisticadas operaciones sicológicas de propaganda y control de masas.
La eficacia y el poder de los grandes consorcios mediáticos como aparato de control de la opinión pública inspiraron al teórico de la guerra Martin Van Creveld a escribir en 1991 su libro La transformación de la guerra, en el que plantea que la población puede ser controlada mediante una estrategia de guerra que manejaría una mezcla de propaganda permanente y terror. En estas guerras —llamadas de cuarta generación—, las operaciones militares son reemplazadas o apoyadas por maniobras con unidades mediáticas y con operativos sicológicos dirigidos por expertos en comunicación y sicología de masas.[2]
La prensa norteamericana ha documentado que, durante décadas, Washington sigue una estrategia de guerras irregulares y que todos los gobiernos progresistas que se establecieron en América Latina desde 1999 han sufrido embates mediáticos brutales que son perfectamente consistentes con las guerras de cuarta generación descritas por Van Creveld.
Al igual que la campaña contra Madero, las modernas estrategias de descrédito están llenas de mentiras y discursos irracionales, pero también son parte de una estrategia muy planificada.
Para ser eficaces, las campañas mediáticas de descrédito de cuarta generación tienen que ser permanentes. Para instalar una narrativa en un sector de la opinión pública, es necesario reiterarla hasta el cansancio, hasta que caiga el último bastión de la racionalidad.
En especial, cuando se quiere instalar una historia que no se ajusta a la realidad, los medios están obligados a mantener la percepción de verosimilitud mediante la reiteración, y esto se logra manejando un arsenal de técnicas que incluyen la mentira disfrazada de verdad, el shock afectivo, el chantaje emocional y el escándalo selectivo.
Toda fake news es una simple mentira
En especial una narrativa basada en falsedades se instala por fatiga (“sí, ya sabemos que aumentar salarios es inflacionario, que los judíos mataron a Cristo y que López Obrador es un dictador”). Es por eso que grandes comunicadores insisten en difundir reportajes llenos de falsedades después y a pesar de que ya han sido desmentidos. La mentira es eficaz (la calumnia, si no mancha, tizna), pero tiene sus limitaciones; corre el riesgo de ser desmentida y de desacreditar al emisor.
El shock afectivo y el chantaje emocional, en tanto, tienen la ventaja de saltarse la parte racional del cerebro. Y son muy socorridos.
El fakescándalo
El escándalo selectivo ha sido poco estudiado, pero es muy utilizado por los operadores de guerra mediática. Es amarillismo puro. Consiste en construir una noticia alarmante distorsionando un hecho trivial. Este mecanismo es muy utilizado contra figuras éticas o políticas a las que se quiere desacreditar.
Se puede afirmar que la campaña mediática contra López Obrador es más violenta, perniciosa y peligrosa que la campaña de descrédito que abrió las puertas al magnicidio de Madero y José María Pino Suárez en 1913.
[1] En Francisco I. Madero, místico de la libertad, Enrique Krauze escribe: “nada tan irresponsable y persistente como el ataque de la prensa”. Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 79.
[2] Martin Van Creveld. La transformación de la guerra. José Luis Uceda, editor, Argentina, 2007.