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Las dos palabras que aterran

Ahora, el ser lesbiana no te hace feminista y mucho menos lesbofeminista.

Es peligroso escribir sobre feminismos. Son momentos intensos en el mundo porque los feministómetros están de a peso, el robo de banderas a la orden del día y la élite de la verdad absoluta se azota porque las cosas no son como lo calcularon en sus teorías. Explico las tres circunstancias:

  1. Feministómetro: esa tentación en la que caemos muchas de tanto en tanto de reconocer o desconocer el feminismo de la otra porque disentimos álgidamente. Entonces se nos salen comportamientos y comentarios del tipo: “no eres lo suficientemente feminista como para que tu opinión sea válida”.
  1. Robo de banderas: el uso que hace la derecha de nuestras causas para golpear específicamente al proyecto de la 4T, utilizando a veces a compañeras con buenas intenciones. A veces no, nomás lo fabrican y ya. Y mi predicción de pitonisa es que para este 2023 y 2024 la derecha se erigirá como defensora de las mujeres con su consabido márketing de mentiras.
  1. La élite de la verdad absoluta que es oenegeísta, academicista, vanguardista, muy lista, quizás artista y que te maneja la entrevista. A esta élite le ha venido disgustando que el presidente de México no utilice el idioma feminista. Le ha venido disgustando no tener la razón absoluta y se queda corta con la complejidad del momento histórico y las realidades de la propia política.

Habiéndoles advertido entonces que una tiene su punto de vista y que el feminismo no es parejo pero sí ancho, procedo a dar mis propias nociones de lesbofeminismo, intentando reconocer el largo camino recorrido por las que hablaron antes y lo fundamental que resulta para una reflexión de izquierda. Intentando reconocer también que si hablar de feminismos es complejo, de lesbofeminismos un poquito más.

Las raíces del movimiento de lesbianas feministas se ubican entre 1960 y principios de 1970. Mientras las mujeres ganaban derechos, a las lesbianas se les exigía mantener oculta su orientación sexual con el pretexto de no entorpecer la lucha por todas. Por otro lado, las lesbianas que trabajaban por la liberación homosexual (siendo el común denominador entre hombres y mujeres sus prácticas homosexuales) quedaron eclipsadas por las demandas y visibilidad de los hombres gays. Así surge una fuerte voz: el lesbofeminismo.

Una cosa muy interesante sobre esta mirada es la complejización de la heterosexualidad más allá de la orientación sexual, analizándola como una de las estructuras que sostiene y legitima la opresión colonialista. La heterosexualidad vista como un motor del patriarcado. La heteronorma, que tanto mentamos hoy día, es justo esa forma de asociación humana que, sin importar quienes la conformen o sus identidades u orientaciones, no cuestiona la desigualdad social, el extractivismo colonial, la explotación del norte, el racismo, el clasismo. Es decir, me parece que una de las críticas principales del lesbofeminismo hacia el mal llamado movimiento LGBTI tiene que ver con que este último no le toca un pelo al sistema económico; al contrario, a veces parece que hasta lo legitima.

Ahora, el ser lesbiana no te hace feminista y mucho menos lesbofeminista. Permítanme ponerme como ejemplo porque, como quiera, soy la que tengo a la mano y me puedo criticar a gusto.

Yo me reconocí primero lesbiana antes que feminista. Lo que muchas hemos ido descubriendo en nuestro camino de la disidencia sexual es que una vez atravesada la complejidad de la salida del clóset, es decir, una vez cruzada esta etapa en donde te reconoces lesbiana, entras en conflicto, pero no, pero sí, pero lo vives, pero te peleas, te reconcilias, te educas y eventualmente acomodas la identidad; una vez pasado esto, no se te ha quitado la idea de pareja, amor o familia y probablemente sigas siendo la misma racista, clasista e ignorante que antes, nomás que ahora ya sabes que te gustan las mujeres. Tu príncipe azul ahora es princesa y la camioneta con hijos y perros sigue estando en tu imaginario, no tendría por qué no. Romper con la idea de pareja, con la monogamia como norma y con toda la bola de ideas relacionadas con el amor romántico es un proceso aparte que no viene en el paquete de la salida del clóset.

Es decir, eres una lesbiana heteronormada porque no has roto con la estructura heterosexual familiar reproductiva que plantea una serie de formas, roles y relaciones que van sustentando las distintas opresiones, de las cuales la de género es la más conocida, pero no la única.

Si te llega el feminismo, la cosa puede cambiar y mucho, porque ahí es donde viene la conciencia de una cosa muy horrible que se llama patriarcado y que es la explicación de la desigualdad sistémica y estructural entre hombres y mujeres que hace que siempre traigas un costal de cemento a tus espaldas en la carrera de la vida.

Ahora que si la vida es más generosa contigo y aprendes de los feminismos latinoamericanos antirracistas pues entonces comprendes que hay compañeras cuyos costales son toneladas de plomo, porque además de lesbianas son indígenas o pobres, o excluidas por alguna otra interseccionalidad.

En nuestra región, por fortuna, los lesbofeminismos han sido movimientos y pensamientos muy ligados a la lucha de clases, con una crítica muy dura al modelo económico y a todos los sistemas de opresión. Desde los lesbofeminismos se cuestionan todas las formas de organización que resulten en la opresión, no sólo de las mujeres, sino de todas aquellas personas en estado de exclusión y en el reconocimiento de las intersecciones de las que vamos aprendiendo. Por eso para les lesbofeministas es inconcebible vivirse acríticas del modelo económico y de la lucha de clases. La lesbiandad es una vivencia antisistema.

En nuestra región hay diversas corrientes, unas más en el sistema, otras nada; unas más en la alianza con otras disidencias sexuales contrahegemónicas, otras en los abolicionismos. Quizás lo central que de una u otra manera nos une es la crítica hacia la heteronorma. Y acentúo, no me refiero a que la gente se relacione erótica y afectivamente de una u otra manera, me refiero a ese estándar de amor, familia, sexualidad, economía, política y sociedad que se imagina y sustenta desde ahí y que tiene sumido al mundo en una desigualdad imposible. El lesbofeminismo cuestiona la heterosexualidad obligatoria no como una orientación sexual sino como una estructura central del patriarcado colonialista y extractivista. Cuando se aprende a ser heterosexual, ello viene junto con aprender que la vida es una suma de relaciones de opresión.

El lesbofeminismo retoma las posturas básicas del feminismo que cuestiona qué es lo que nos hace mujeres, pero pregunta qué es la existencia lesbiana, qué es lo que nos hace lesbianas. De qué manera el monógamo heteropatriarcado nos atraviesa.

A mí el feminismo me ayudó a nombrar las cosas que me incomodaban como lesbiana frente a otras lesbianas que no están tocadas por el feminismo. A nombrar la incomodidad hacia el mal llamado movimiento LGBTI que carece de feminismo y que sigue repitiendo muchos patrones de la heteronorma.

Llamarnos lesbofeministas nos ayuda a nombrar y a posicionarnos en cuestiones eróticoafectivas, políticas y de la vida cotidiana, porque lo personal es político.

De las discusiones o vertientes de los lesbofeminismos en la región hay una corriente muy separatista por, desde y para personas con vulva.

Yo me identifico más con un feminismo lésbico transfeminista y transincluyente. Hay un movimiento muy interesante en esa onda, que es el de las lenchitudes, responsables de convocar a la marcha lencha cada año en México y al encuentro Venir al sur, reunión lesbitransinter feminista de América Latina y el Caribe. Ahí me siento como pez en el agua.

Pero otro día hablamos de transfeminismo.

Los feminismos son complejos y apasionantes. Es el cambio de paradigma en clave de paz más contundente en la historia de la humanidad. Vale la pena reflexionarlos siempre.

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