Lo anterior deja de lado el papel de la geopolítica y la estrategia, e ignora las agendas de las agencias estadounidenses y los intereses de empresas transnacionales en la explotación de recursos estratégicos.
La recaptura en julio pasado de Rafael Caro Quintero, el “narco de narcos”, revive, sin titubeos, la idea de la “guerra de cárteles” en el estado mexicano de Sonora, un aspecto que la DEA (Drug Enforcement Administration) y la prensa especializada en estos temas (particularmente la internacional) habían venido vaticinando —y algunos ya reportando— en los últimos años. La cobertura al respecto vuelve a poner a un territorio rico en recursos naturales en la mira de las agencias federales estadounidenses y —como parecen haberlo esperado, o más bien deseado, estas últimas— en el radar también del ejército mexicano.
La extradición fast-track del capo (que no se dio afortunadamente) en el marco de la denominada, en inglés, kingpin strategy, o estrategia centrada en cortar cabezas al “narco”, las disputas resultantes en una región ya de por sí “caliente” por luchas intestinas entre grupos delincuenciales (o más bien entre grupos paramilitares), así como la presencia militar en los puertos y territorios dominados por la delincuencia organizada en México, formarían la tormenta perfecta para hacer estallar a una entidad abundante en recursos naturales estratégicos (entre los que destacan el litio, minerales raros y oro, entre otros). Las zonas en disputa podrían ser las que concentran estas riquezas, aunadas a otros territorios estratégicos, tales como el puerto de Guaymas.
Lo que sucede en Sonora nos recuerda a lo ocurrido en el noreste mexicano y regiones estratégicas colindantes con el Golfo de México a partir de la declaración de la “guerra contra el narco”, que se planteó como necesaria para contener a los denominados carteles que se militarizaron debido a la llegada de un grupo de paramilitares criminales conocido como Los Zetas —y luego debido al arribo del ejército mexicano y la Policía Federal. Ya desde algunos años para acá Sonora se ha venido convirtiendo en el epicentro de una nueva “guerra de carteles” que supuestamente se consolida con el regreso de Caro Quintero al mundo criminal. Parece un tanto inverosímil que un “capo de la droga” que estuvo fuera de circulación por 28 años regrese con la entereza y las redes necesarias a conquistar plazas y pelear territorios contra células criminales herederas de los carteles que se desprenden de la organización que él mismo fundó.
No obstante lo inverosímil que esto puede parecer, según los reportes de las agencias estadounidenses —principalmente la mencionada DEA— y de medios de comunicación especializados en el tema (sobre todo medios como Infobae e InSight Crime, entre otros), así como la cobertura de la prensa mexicana y extranjera en momentos clave como la “recaptura” del “Narco de Narcos”, Caro Quintero se convierte de nuevo en un actor protagónico del mundo criminal mexicano. Asimismo, estos actores y medios refuerzan la narrativa de que, al salir de prisión después de casi tres décadas, el fundador del Cártel de Guadalajara, junto con miembros de su familia, forman y consolidan la presencia de una nueva organización criminal: identificada como el Cártel de Caborca.
Este nuevo grupo criminal opera fundamentalmente en territorios estratégicos del estado de Sonora —incluyendo los municipios de Caborca, Magdalena de Kino, Guaymas y Empalme. Es importante destacar la cobertura reciente con respecto a este grupo criminal. Llama la atención la nueva narrativa que lo coloca en el centro de la disputa por territorios clave del estado de Sonora en la lógica de la guerra de cárteles —curiosamente involucrando a grupos delincuenciales de amplia presencia a nivel nacional o a células criminales que derivaron de los famosos cárteles de antaño. Es interesante, por ejemplo, analizar con cuidado la cobertura que hace Infobae sobre este cártel, sus alianzas y sus rivalidades. Esta atención periodística no se limita únicamente a este medio, pero nos sirve de referencia. En un artículo del 16 de junio, firmado por Antonio San Juan y titulado “Cártel de Carboca, la plaza, los Rusos y Peñuelas: la dinastía criminal de Caro Quintero”, se explica cómo la “herencia delictiva” ligada a esta personaje se mantuvo supuestamente “mientras él estaba tras las rejas y se acentuó una vez que quedó fuera de prisión en la última década”.
Este reportaje incluye múltiples nombres de narcos y grupos delincuenciales, cuyas pugnas sangrientas parecen representar el microcosmos de las guerras de cárteles que se han librado a lo largo de la historia del narco en México. Este relato coloca al nuevo cártel del “narco de narcos” y a sus familiares en el centro de una nueva “guerra” o serie de enfrentamientos violentos que involucran a grupos como Los Chapitos de Sinaloa, la Barredora 24/7, los Cazadores, el Grupo Delta, Gente Nueva, el Clan de los Salazar, los Rusos y los Mazatlecos (que derivaron de los Beltrán Leyva), entre otros. Muchos de estos grupos han sido también identificados por la DEA. A principios de año, InSight Crime identificó tres frentes criminales detrás de la violencia en Sonora: el retorno de Caro Quintero, las disputas internas del Cártel de Sinaloa y la ofensiva por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Todas estas historias coinciden en el enrarecimiento del ambiente delincuencial y las pugnas entre grupos de narcos. También centran el origen de la violencia que vive Sonora en el narcotráfico. Estas dinámicas se recrudecen recientemente. Recordemos también la masacre de Bavispe, Sonora, donde en noviembre de 2019 fueron asesinadas mujeres y menores de edad pertenecientes a las familias LeBarón, Miller y Langford. Todo ello parece reforzar la narrativa de que la violencia en territorios estratégicos de México tiene su origen en personajes de origen mexicano vinculados a la venta y distribución de estupefacientes. Lo anterior deja de lado el papel de la geopolítica y la estrategia, e ignora las agendas de las agencias estadounidenses y los intereses de empresas transnacionales en la explotación de recursos estratégicos.
No obstante esta narrativa, que pareciera justificar estrategias de securitización (ligadas a intereses económicos, geopolíticos y geoestratégico) e incluso la militarización de la seguridad en el estado fronterizo de Sonora, es verdaderamente difícil identificar el origen de los grupos delincuenciales que aquí operan y que parecieran hacerlo más bien como grupos paramilitares. La situación que ahora se registra y las fuerzas que confluyen en Sonora no parecen estar relacionadas únicamente a temas de narcotráfico. El tema de la masacre de Bavispe y la familia LeBarón, por ejemplo, plantea varias interrogantes, dado que incluso en 2019, ese evento dio origen a que diversos actores estadounidenses plantearan la posibilidad de nombrar a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas internacionales. De haberse logrado, ello hubiera justificado intervenciones en territorio mexicano por parte de las agencias federales de Estados Unidos.
La intensidad del conflicto en Sonora no es menor y las reacciones militares o la intervención por parte de autoridades estadounidenses podría derivar incluso en niveles de violencia mucho mayores —como ocurrió en la segunda década del siglo 21 en el noreste mexicano con la llegada de los Zetas y con su pugna con el Cártel del Golfo, en el marco de la Iniciativa Mérida y la declaración de una “guerra contra las drogas”. Sorprende que en Sonora, un estado fronterizo clave, se dé ahora mismo este conflicto entre bandas delincuenciales cuya dinámica quedó más clara poco antes y poco después de la reaprehensión de Caro Quintero —según la cobertura de agencias estadounidenses, así como fuentes y medios internacionales. Es curioso que fenómenos similares sucedan en regiones donde abundan recursos naturales estratégicos (véase el libro titulado Los Zetas Inc., Planeta, 2018). Es preciso recordar que en Sonora, según algunas fuentes, se localiza uno de los principales proyectos “en desarrollo” de litio del mundo.
Según las tesis (o más bien hipótesis) de algunos académicos y periodistas —entre ellos me incluyo—, la guerra de cárteles (o más bien de grupos paramilitares), aunada al uso de las fuerzas armadas, magnifica el conflicto armado y desplaza poblaciones de territorios estratégicos. El caso de Sonora podría discutirse en este contexto teórico. La reaprehensión y extradición fast-track de Rafael Caro Quintero podría haber revivido la narrativa de la “guerra de cárteles” bajo nuevos liderazgos que se pelearían la plaza o formarían alianzas con el Cártel de Caborca, elevando así masivamente los niveles de violencia y justificando, por último, el uso de militares. Esto no queda claro todavía, pero valdría la pena estar atentos al proceso que se desarrolla en este preciso momento.
El desplome de un helicóptero y la muerte de 14 marinos que apoyaron en la detención de Caro Quintero parecían un elemento adicional de peso para alimentar la necesidad de reactivar una estrategia de confrontación con el narco por parte de las fuerzas federales, así como la renovación de la cooperación antinarco con Estados Unidos. Ello le daría la razón a la DEA, a sus señalamientos e investigaciones, al tiempo que justificaría su presencia extensa en el país. Ya parecía todo estar preparado para que se calentaran varias plazas del narco en Sonora y las agencias anunciaran su entrada triunfal. Sin embargo, y atendiendo a los amparos y la reciente suspensión definitiva contra la extradición de Caro Quintero a Estados Unidos, el proceso que aquí se anticipa tendrá que esperar. No obstante, la guerra por Sonora y sus recursos podría plantearse como una fuerte posibilidad.
Guadalupe Correa-Cabrera
Profesora de la Universidad de George Mason de Virginia y autora de varias publicaciones entre las que se encuentran: La guerra improvisada: los años de Calderón y sus consecuencias y Los Zetas Inc.