Sin politización anticapitalista, el feminismo instrumentalizado es potencial aliado de los valores hegemónicos neoliberales
Aunque el feminismo es un movimiento centenario, las mujeres del siglo XXI somos protagonistas de un fenómeno inédito: por primera vez en la historia constituye un movimiento global de alcances masivos. El feminismo nunca había gozado del nivel de legitimidad que alcanzó en la segunda década del milenio (a partir del 2010), llegando a ocupar un espacio que lo vuelve imprescindible referente ético en todos los espacios. A su vez, esta efervescencia de los movimientos organizados de mujeres que alzamos la bandera del feminismo implicó una explosión global que en México coincidió en temporalidad con el ascenso de la izquierda institucional al poder.
Por otra parte, el antifeminismo enarbolado por el ala más intransigente de las ultraderechas mundiales se ha convertido en una bandera de los diversos grupos neofascistas que van en ascenso en algunos países europeos. Aunque estos grupos se manifiestan con dureza también en América Latina, la segunda ola de gobiernos progresistas plantea un nuevo panorama que coloca a las feministas de la región en la oportunidad histórica de construir propuestas antineoliberales para representar una vanguardia política global.
Sin embargo, saltan a la vista contradicciones propias de la diversidad inherente al feminismo, el cual presenta demandas variadas, sostiene acaloradas discusiones y se encuentra en reconfiguración constante. En pocos años hemos presenciado su masividad empujada también por los intereses del mercado, con el protagonismo de mujeres empoderadas bajo estrategias publicitarias de grandes corporaciones del entretenimiento y la cultura masiva, las cuales retomaron elementos aislados del pensamiento feminista para llevarlo al rubro del márketing y la despolitización.
Inevitablemente ocurrió una instrumentalización de los principios feministas más superficiales para ser utilizados en su versión individualista y personalista, y con ello promover un objeto de moda que tuvo buena recepción en algunos sectores de las clases medias urbanas. Una de las consecuencias del uso acrítico de principios que en su momento fueron emancipadores, como “lo personal es político” o “mi cuerpo mi decisión”, ha sido la posibilidad alevosa de grupos mercantiles para acaparar la agenda desde lo individual, sin correlacionar esa problemática con lo colectivo. Sin politización anticapitalista, el feminismo instrumentalizado es potencial aliado de los valores hegemónicos neoliberales, bajo consignas que apelan a que la liberación individual está por encima de la emancipación de las mujeres en su conjunto.
Frente a ello, la boyante movilización de las mujeres, que es inédita y presenta características inusitadas, requiere de una memoria de corto y largo plazo que le permita librarse de los intentos de capitalización conservadora y, sobre todo, la posibilidad de observar la oportunidad histórica que representa el proceso transformador actual para el avance de su agenda, que es urgente, legítima y justa.
Neoliberalismo y feminismo
El neoliberalismo se impuso en México a partir de 1982 y con mayor dureza desde el periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari. Implicó el adelgazamiento de las políticas sociales del Estado que en el caso mexicano surgieron de una tradición política basada en una revolución social; y por eso requirió de una modificación inaudita del marco legal para favorecer lo privado, elitista y transnacional por encima de lo público, popular y soberanista.
El abandono de la función social del Estado coincidió con el repliegue de la intensa movilización contracultural de la década de 1970 que, entre otros cuestionamientos, presentó la “liberación de la mujer” y la “liberación sexual” como parte de una transformación cultural en donde se insertó el feminismo. Las mexicanas que protagonizaron ese cambio pugnaron a diferentes niveles por independencia económica y sexual, así como autonomía a todos niveles. Fueron quienes observaron la realización en México de la Conferencia Internacional de la Mujer en 1975, vieron llegar a la primera mujer gobernadora y feminista de nuestro país en 1976, comenzaron a utilizar anticonceptivos y ejecutaron la planeación demográfica nacional con el control de la natalidad.
En la década siguiente, con el marco neoliberal muchas de ellas se insertaron en el mercado laboral, algunas en áreas profesionales y la gran mayoría en trabajos precarizados, mientras cada vez menos cumplían el papel tradicional de madre y esposa dedicada 100 por ciento al trabajo doméstico y de cuidados. Para el sistema económico fue crucial la inserción laboral de las mujeres que, si bien prometía otorgar la fundamental independencia económica respecto del varón, demostró pronto contradicciones con el anhelo idealizado de ese espejismo aspiracional.
Mientras la fantasía económica de este sistema difundió la idea de que la movilidad social era posible y estaba asentada en el esfuerzo y el mérito, ocurrió un retroceso en los derechos sociales a la vez que avanzó la concentración exacerbada de la riqueza, asentada en la flexibilización laboral y, sobre todo, en la imposición de dobles o triples jornadas para las mujeres, quienes se integraron al trabajo fuera de casa sin abandonar la base de la economía: los cuidados y el trabajo doméstico.
Naturalmente, en todo el mundo el neoliberalismo agudizó la brecha entre ricos y pobres y, a su vez, acentuó la pauperización de las mujeres. De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 70 por ciento de la población más pobre a nivel mundial son mujeres, mientras que una de cada cinco niñas está en el umbral más bajo de la pobreza. En México los indicadores más recientes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, correspondientes a 2020, indican cifras menos alarmantes en términos de pobreza de las mujeres, pero sí expresan la continuidad de la división sexual del trabajo, con varones que no se involucran en las tareas del hogar, mientras la gran mayoría de las mujeres de todos los estratos sociales sigue ocupándose de los asuntos domésticos.
Por otra parte, uno de los más importantes ejes de instrumentalización neoliberal y mercantilista del feminismo, con afectaciones para todas las mujeres, fue insertar la justa lucha por la llamada “liberación de la mujer” en el cauce de la hipersexualización. En un entorno de exacerbación de la violencia como consecuencia de las diferencias sociales y de la estrategia fallida de la guerra contra el narcotráfico, los cuerpos cosificados y deshumanizados de las mujeres se convirtieron en blanco de la cara más atroz de las violencias patriarcales: el feminicidio.
Más recientemente, la biotecnología ha encontrado un nicho de mercado inexplorado que avanza a pasos agigantados y amenaza con un nuevo mecanismo de explotación y deshumanización de las mujeres más pobres. Se trata del negocio transnacional de los vientres de alquiler, en donde se despliega como nunca antes la mercantilización de los cuerpos de las mujeres mediante el aprovechamiento de sus capacidades reproductivas para usufructo de un negocio eugenésico y racista.
El feminismo para la izquierda, la izquierda para el feminismo
A partir de 2016 con la llamada primavera violeta, en México el movimiento feminista ha logrado colocarse en un lugar protagónico de la movilización social, develando algunos de sus rasgos característicos: poseer una legitimidad inusitada en el discurso público; ser de corte masivo y protagonizado por adolescentes y jóvenes; organizarse alrededor del ciberactivismo; manifestarse en las calles a través de colectivas mayoritariamente autónomas, autogestivas y locales; contar con símbolos, una estética particular y un lenguaje propios; aglutinar una diversidad de demandas que se unificaron en la exigencia de una vida sin violencias e incorporar unánimemente la lucha por la despenalización del aborto.
También se ha colocado como elemento imprescindible de las políticas públicas, los planes de gobierno y los programas políticos. Empujó la presencia de más mujeres en cargos de decisión y asentó la idea de que no es posible una democracia sin la participación de las mujeres. Aunque presenta desavenencias muy profundas en su interior, tiene un potencial de politización y de intercambio intergeneracional con enemigos comunes: las derechas confesionales, antidemocráticas y oligárquicas, el machismo retrógrada y los valores neoliberales.
Con una genealogía profunda de pensamiento antisistémico, el feminismo cuenta con un bagaje imprescindible que pugna por vidas dignas para todas. Naturalmente es un espacio intenso de confrontaciones que, si bien lo vuelven un ámbito muy apasionado, le otorgan vigencia y lo dotan de una reconfiguración constante que es ejemplo histórico de la lucha por la libertad de expresión y la democracia.
Es un movimiento que empata con los principios antineoliberales de la izquierda, al ser crítico de la voracidad mercantilista e individualista y al manifestarse contra las agendas de explotación transnacional de los cuerpos de las mujeres. A su vez, el combate de las consecuencias del neoliberalismo de la izquierda institucional empata con una agenda feminista para las mayorías: mujeres del pueblo que sufren los estragos de un modelo rapaz de todo lo vivo y de nuestros cuerpos.