Introducción
Caminaba como cualquier otro vecino de la Alcaldía Cuauhtémoc al atardecer en uno de sus parques citadinos mientras paseaba al Teo. A unos metros de mí un niño intentaba mantenerse parado sobre su skate, acompañado de quien yo pensaría era su abuela. Justo entonces pasaron dos chavos, despreocupados, fumándose un toque. Estas dos son escenas que comúnmente veo en este parque, pero no siempre son coincidentes. Entonces la señora le dijo al niño: “Matías, hazte para acá que allí hay unos mariguanos y no te vayan a robar”. A lo que uno de los jóvenes replicó: “No señora, los mariguanos somos los que fumamos mota, el que roba se llama ladrón”.
Esta estampa urbana es la expresión de una asociación casi automática e inevitable en el imaginario colectivo, según la cual las personas que usan drogas son criminales, o que asume que las drogas per se les vuelven violentas o que por usar drogas, o para conseguirlas, enloquecerán, agredirán, violentarán y delinquirán. Es cierto que esta triada -drogas, violencia, delincuencia- existe; no obstante, estos elementos se encuentran en un ámbito asociativo, sin que haya a ciencia cierta una causalidad directa entre ellos. Es decir, empíricamente, somos incapaces de afirmar que el uso de drogas lleva inevitablemente a la violencia y al crimen como causa – efecto. Podemos afirmar con evidencias que, si bien las personas que han cometido delitos usan más drogas que la población general (sobre todo si estos fueron detenidos en flagrancia al estar en la comisión del delito, donde el etanol sigue siendo la droga más comúnmente involucrada), una minoría de las personas que usan drogas cometen actos delictivos o violentos.
Preferiré de aquí y en adelante referirme en lo posible ya no a las drogas, sino a las sustancias psicoactivas, ya que no es lo mismo describir que juzgar. Al decir drogadicto estamos juzgando; en cambio, llamarlos persona con dependencia a una sustancia es respetuoso, políticamente correcto y atinado en el lenguaje clínico descriptivo. Así, las sustancias psicoactivas se encuadran en dos espectros distintos: del toxikon al pharmakon (del veneno a la medicina) y del chocolate al fentanilo. Las sustancias psicoactivas incluyen a toda una gama de moléculas de orígenes y naturaleza diversa, que al ingresar al organismo humano provocan un efecto patente en nuestras emociones, conductas, percepciones, pensamientos y estado de consciencia. En el otro gradiente se reconoce el hecho de que una misma sustancia, dependiendo de su modo de empleo, dosis y vía de administración, puede ser, en efecto y ambiguamente, un veneno o una medicina.
Al hablar de la violencia nos estamos refiriendo a un repertorio con numerosos tipos de violencias, entre las cuales existen similitudes, pero también diferencias categóricas. Al hablar de delitos se incluye a todos los actos en donde por acción u omisión se viola o rompe con lo contenido en las leyes y normativas vigentes.
La primera fase de la cadena de sucesos que llevan a una persona a padecer un problema por consumo de sustancias es la experimentación, misma que es bastante autoexplicativa y que incluye a la totalidad de personas que alguna vez en la vida se han expuesto al consumo. Le sigue la fase del uso adulto racional restringido, que incluye el uso ocasional, sin problemas asociados; esta población es menor que la de experimentadores. De este grupo deviene el abuso, donde encontramos un consumo riesgoso o problemático por tener ya repercusiones en nuestra salud física, mental y social. En ciertas personas, por diversas variables individuales, medioambientales y psicológicas, el abuso de la sustancia provoca una neuroadaptación, que significa que la persona se ha vuelto dependiente de la sustancia, lo que implica que a los elementos ya descritos del abuso se suman la tolerancia, que es el requerir cantidades crecientes de dosis para lograr el mismo efecto, y la supresión o abstinencia, que es la reacción física y psicológica de una persona cuando interrumpe abruptamente o disminuye el consumo y que en ocasiones puede ser muy sintomática e incapacitante. En el caso de los depresores del sistema nervioso central, puede causar la muerte. Llegando a la cúspide de la pirámide del consumo, y en donde centramos el foco de esta disertación, está el consumo caótico, que incluye, por ejemplo, el intercambio de drogas por sexo, la inyección en frenesí o los actos delictivos para proveerse de las sustancias. El número de personas que evolucionan de la experimentación al consumo en caos -tomando en cuenta todas las sustancias, aunque en cada una por separado hay distinciones-, es menor a uno de cada diez.
Es necesario comprender a la luz del conocimiento actual que dentro de la diversidad de trastornos o condiciones mentales que padecemos los humanos; habrá algunas personas que manifestemos nuestra psicopatología con un acto parasuicida, otros escucharemos voces, otras más se lavarán incesantemente las manos y otros consumirán de manera compulsiva ciertas sustancias, incluso frente a evidencias claras del daño al que la persona, su familia y su comunidad se están ateniendo por dicho consumo.
Para esclarecer la naturaleza, las características y el significado de la asociación entre el consumo de sustancias, las violencias y la conducta criminal y cómo convergen, realicé una búsqueda heurística y propositiva en la literatura científica y en documentos periodísticos, para sistematizar y explicar un modelo de multicausalidad comprensivo y estructurado.
Este modelo contiene seis capítulos ideados ex profeso y representa una síntesis proporcional y aproximada de la información y documentos existentes en la ciencia, el periodismo, las expresiones culturales y en 30 años de experiencia clínica.
I: La violencia como producto de un estado de intoxicación
Las sustancias psicoactivas tienen la capacidad de modificar intensamente la percepción del mundo que nos rodea. Dependiendo de su tipo y su dosis, es posible que nos hagan atravesar periodos de pérdida de control sobre el entorno y nosotros mismos. De hecho, esta pérdida de control es una de las razones por las cuales las personas usan drogas. Bajo dicho estado de alteración temporal de nuestro estado de consciencia (decimos “temporal” porque los efectos de las sustancias son autolimitados y reversibles), es posible encontrar personas que por un consumo crónico o agudo de una sustancia determinada se torne agresivo ante los demás o de forma autodirigida. Esta agresividad puede tornarse en violencia, muchas veces injustificada para los que rodeamos a la persona intoxicada.
Diría que es excepcional que una persona que no tuviese antecedentes de violencia o de criminalidad se convierta en el extraño caso del Doctor Jekill y el Señor Hyde. Un individuo de temperamento explosivo, con su propio bagaje psicológico, que cuenta con incidentes disruptivos en su desarrollo y que ya ha sido impulsivo, violento y cuenta con datos de conducta disocial desde la adolescencia, no sería inesperado que se torne violento con el consumo de sustancias que le estimulan o le desinhiban para ejercer conductas violentas.
Esta circunstancia puede ser observada en la violencia en el hogar y contra las mujeres que padecen frecuentemente de actos violentos, en especial proveniente de sus compañeros sentimentales, frecuentemente asociados a la intoxicación etílica, porque se bebe en el hogar, porque, al ser legal, tomar no conlleva estigma (cuando menos para los varones, porque las mujeres padecen del “doble estigma de la mujer alcohólica”) y porque es altamente disponible y accesible -en México de manera a veces escandalosa-, por su acción depresora del sistema nerviosa central, que debilita nuestros sistemas cerebrales inhibitorios literalmente “dejándonos sin frenos” y porque casi 80% de la población mexicana lo consume o lo ha consumido.
Existe otra violencia, muy importante para este análisis, propia de México, pero extensivo a una parte importante de América Latina, que atañe a las personas que se encuentran en las filas de la delincuencia organizada y que al cometer actos violentos en el marco de sus actividades delictivas, sangrientas e inhumanas, consumen psicoestimulantes, entre otras drogas, para cumplir su fin.
II: La violencia como medio para procurar el abasto, asociado a estados supresivos (o de abstinencia).
Las sustancias psicoactivas son un bien de consumo. El mercado que representan es billonario, está presente en todo el mundo y es producto también de nuestros hábitos de consumismo salvaje, frivolidad e impaciencia para sentirnos recompensados, gratificados y alejados de cualquier tipo de afecto negativo, por más efímero y menor que este sea.
Un gramo de cannabis, o de goma de opio, o de cocaína, tienen un costo real bajísimo en términos de su producción. El precio exorbitante de estos productos en las calles de Nueva York o Madrid es un efecto directo de la prohibición y, bajo este entendido, no tenemos más opción que la regulación de las sustancias en todas sus modalidades, actividades y procesos, regresando a los Estados el monopolio de la regulación productiva, comercial y taxativa, muy en línea con lo expresado en la toma de posesión del Presidente de la República de Colombia. Gustavo Petro básicamente dijo al mundo que el paradigma actual está caduco y debe de morir para dar paso a uno nuevo, moderno y humanista.
Cuando el estilo de vida de la persona dependiente y las consecuencias del consumo que sufre le impiden seguir teniendo una forma lícita de subsistir -y de conseguir la sustancia-, recurrirá ocasionalmente a medios no convencionales para solventar su consumo, y en estas actividades aparecerán conductas como robos, allanamientos, asaltos, prostitución y narcomenudeo, sin limitarse por supuesto solo a ellos.
III: La violencia resultante de las actividades propias de los “delitos contra la salud”
En la ley mexicana la mayoría de los delitos tipificados en torno a las sustancias caen en el rubro de los “delitos contra la salud”. Aparecen aquí actividades como siembra, cultivo, síntesis, procesamiento, trasiego, acopio y suministro de sustancias. El ámbito criminal del tráfico de drogas nos expone a problemas sociales, que conllevan una alta morbi-mortalidad, pero no constituyen un problema sanitarista per se, como las actividades violentas e ilegales inherentes al gremio. Por ejemplo, el consumo de fentanilo en nuestro país no representa un problema de salud pública, ya que es todavía es muy bajo y circunscrito, pero sí es un problema severo de seguridad por la síntesis y trasiego hacia Norteamérica y deriva finalmente en muertes, discapacidad, violencia, deterioro socioeconómico individual y en la degradación del tejido comunitario. Considero que este capítulo se dirime incluyendo debidamente a las fuerzas del orden público y la participación social, no con asistencia meramente sanitaria. Confieso, abatido como psiquiatra, que para las personas que ya se han involucrado en la delincuencia y se comportan como personalidades sociopáticas, la medicina no tiene mucho que ofrecer y se consideran no candidatos para un tratamiento psiquiátrico.
IV: La violencia provocada por organizaciones delincuenciales en la batalla por territorios, influencia y mercados
Como mexicanas y mexicanos estamos obligados a revisar cuál es nuestra responsabilidad frente a la problemática que representa el uso de sustancias y los fenómenos que le rodean en México. Es seguro que en el análisis de nuestra genética, cultura, condiciones socioeconómicas y geografía encontraríamos respuestas ante este cuestionamiento. No obstante, existen otros aspectos que no se explican enteramente al observar la participación de nuestro gobierno y ciudadanía, es decir, tenemos frente a nosotros una serie de elementos externos que también son provocadores del entramado de esta situación. De manera particular, hay que considerar la vecindad con los E.U.A., uno de los países más poderosos y ricos del orbe.
Entre México y Estados Unidos se extiende la mayor frontera terrestre del planeta en donde se encuentran el primer mundo y el mundo en desarrollo. También, entre estas dos naciones, se tiene la mayor diferencia per capita de ingresos económicos que exista entre dos naciones contiguas. Sumemos a esto que nuestra nación vecina es el usuario más importante de sustancias del planeta y que México es un paso casi obligado para que las sustancias y sus precursores arriben a los E.U.A, ya sea que provengan desde el interior de nuestro territorio, del hemisferio sur o del litoral pacífico mexicano. El resultado es una presión económica inmensa que aporta el oxígeno a la actividad criminal enormemente redituable.
Parece entonces que, en cierto sentido, Estados Unidos pone a los consumidores y nosotros a los muertos, en una conflagración reminiscente de una guerra civil, motivada por los corredores de tráfico y la protección de ciertas autoridades en ambos países. Las zonas geográficas donde existe la influencia de las organizaciones criminales inician un deterioro en espiral que mezcla impunidad, corrupción, quebranto del estado de derecho y desmembramiento de la vida comunitaria incluyendo a sus espacios públicos e instituciones.
En la medida que logremos hacer presente a la Secretaría de Salud y nuestros aliados en estos territorios, mejoraremos las oportunidades y calidad de vida de la población, misión que implica forzosamente apostar a la pacificación del territorio, que ha emprendido este gobierno.
V: La violencia del Estado contra los usuarios de sustancias
Desde la Convención Única de Estupefacientes, de la cual México es signatario, los gobiernos del mundo recibieron la encomienda de impedir la oferta de sustancias en sus calles, casas y escuelas. Sin embargo, los humanos siempre hemos hecho uso de elementos externos para modificar el cómo nos sentimos y lo más seguro es que los sigamos utilizando. Las fallidas políticas de guerra contra las drogas (y contra las personas) de los últimos 100 años han azuzado a los gobiernos con la misión de producir “un mundo libre de drogas” y para ello se ha usado la fuerza y un abordaje draconiano, impositivo y sin sustento científico. En este marco, debemos de fomentar el que los países, como se hace ejemplarmente en México, busquen fortalecer sus mecanismos para reducir la demanda de las sustancias, previniendo y tratando prematuramente el consumo, sobre todo en menores, y no privilegiar la reducción de la oferta con acciones belicosas, inefectivas y violatorias de los derechos humanos.
VI: La violencia, la criminalidad, el involucramiento con el tráfico de sustancias y su uso patológico como resultado de la descomposición social y la proliferación de condiciones de riesgo psicosocial y publisanitarista.
Al observar los elementos que constituyen los riesgos para el consumo de sustancias, y aplicando esa misma lógica a los factores de riesgo para ejercer o ser víctima de actos violentos o criminales, notamos una yuxtaposición de estos, es decir, los factores son mayormente compartidos. Manteniendo un carácter apolítico en estas aseveraciones, estoy obligado a reconocer que ha habido un cambio de enfoque fundamental en cuanto a las políticas públicas de la Cuarta Transformación en comparación con las de gobiernos anteriores, que dejaron en la vulnerabilidad a nuestras juventudes y se enfocaron exclusivamente en frenar al flujo de sustancias que se consumen en nuestra sociedad. En el Sistema de Salud Mental y Adicciones de esta Secretaría de Salud, si bien contamos con expertos en sustancias, hemos decidido que el foco debe de estar en las personas y alejado del discurso drogocéntrico.
Es ineludible reconocer que sin mejorar las condiciones de bienestar de la gente, no hay fin a este gran problema social. Hemos perdido posiblemente a una generación de mexicanos y mexicanas en muertes prematuras y dolorosas, estamos a tiempo para dar a nuestros jóvenes e infancias la oportunidad de tener esperanza, de poder compartir tiempo con familiares, de poder expresarse artísticamente, de contar con actividades culturales y deportivas en las comunidades, con servicios de salud universales y gratuitos, escuchando las necesidades de las comunidades y proporcionando educación de calidad, con salarios dignos. Así es como impedimos que nuestro futuro se oscurezca por las adicciones, la violencia y la criminalidad.
Gady Zabicky: Comisionado Nacional contra las adicciones