Se institucionalizó el mito del Día de la Madre para contrarrestar todo un movimiento de planificación familiar y educación sexual que se estaba gestando.
A medida que me fui instruyendo llegué a saber que
Elvia Carrillo Puerto, 1922
aquellas ideas inspiradas por el dolor constituyen
un cuerpo de doctrinas llamado feminismo.
¿Cómo perciben las y los adolescentes el movimiento feminista? ¿Cuáles son los discursos que a través del sistema educativo se reproducen o interiorizan sobre “el deber ser mujer”? ¿Qué memoria colectiva guardan las y los jóvenes sobre la participación histórica de las mujeres? Estas y muchas otras preocupaciones me llevaron a intervenir, desde la didáctica de la historia, en diversas secundarias públicas de la Ciudad de México. El acercamiento a las concepciones de jóvenes que no rebasan los 15 años nos puede dar cuenta de cuáles son las representaciones que tienen o les han inculcado sobre el feminismo a la mayor parte de la población. En una ocasión ante la pregunta sobre la participación de las mujeres en la actualidad, algunos estudiantes de tercer grado de secundaria respondieron: “actualmente son feministas, se han vuelto locas”; “algunas son buenas, trabajan, otras son feministas”.
¿Qué les lleva a pensar a estos jóvenes que el feminismo en nuestro país, primero, es algo nuevo y, segundo, algo negativo? Ellos, como muchas otras personas, consideran que el feminismo en México es una especie de moda, que antes las mujeres no se manifestaban ni se apropiaban del espacio público. Tal vez por las pocas o nulas referencias históricas que hay en la enseñanza de la historia en educación básica y media superior o por la poca convivencia con plazas, murales o nombres de calles que los inviten a conocer las distintas luchas lideradas por mujeres en busca de sus derechos. Poco en el imaginario están los primeros congresos feministas de México (1916) o, por ejemplo, aquellas mujeres sufragistas que en las primeras décadas del siglo XX convocaron a mítines, manifestaciones o incluso huelgas de hambre, como la protagonizada por Refugio “la Cuca” García en 1937 fuera de la residencia presidencial, cuando “por ser mujer” no le reconocieron un triunfo electoral en Michoacán.
Remitirnos a las huellas del feminismo, aun cuando no existía México, nos lleva indudablemente a la pluma de sor Juana Inés de la Cruz, quien en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz contestó a las recriminaciones que le hizo el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. Así, la poeta defendió su labor intelectual y reclamó educación para las mujeres, la defensa de ese fundamental derecho la figura en nuestros días como feminista.
También por el ámbito educativo a finales del siglo XIX encontramos un semillero del movimiento feminista mexicano en Yucatán. La maestra Rita Cetina Gutiérrez, quien a través de la escuela y de la revista La siempreviva formó una generación de mujeres que se aglutinaron en torno de un feminismo que tomaría fuerza a inicios del siglo XX, entre ellas Elvia Carrillo Puerto quien encabezó, entre 1922-1924, ligas feministas que tenía por objeto ser autogestoras del mejoramiento laboral, educativo y de salud de la mujer, poniendo al centro el control natal.
Entre 1887 y 1889 se publicó el semanario Violetas del Anáhuac bajo la dirección de Laureana Wright, donde se hablaba de un feminismo que buscaba el reconocimiento de la igualdad de capacidades intelectuales entre hombres y mujeres. Ahí, las periodistas daban a conocer los avances del sufragio femenino en el mundo. Ya a principios del siglo XX, en la misma línea de editoras y escritoras, la profesora normalista Dolores Correa, junto con otras médicas y abogadas, fundó la revista La mujer mexicana (1904-1907), de línea feminista y donde se priorizaba la igualdad y se abogaba por una educación libre de dogmas que permitiera a las mujeres acceder a la modernidad, la reivindicación de sus derechos civiles y la dignificación de su trabajo. Leamos a la profesora Dolores Correa Zapata (1906):
Hay todavía quienes ignoren lo que significa feminismo y hay también quienes vean o finjan ver en él una ridiculez, un disparate […] No obstante, entre la gente seria el feminismo es el grito de la razón y de la conciencia, proclamando justicia, porque el feminismo consiste en levantar a la mujer al nivel de su especie, al de la especie humana.
En sus publicaciones la normalista cuestionaba que la naturaleza determinara las condiciones y capacidades de las mujeres: “La mujer ha estado confinada a un puesto de inferioridad y dependencia respecto del hombre, por leyes sociales, no por leyes naturales”, decía. En su tiempo, revistas como El magisterio nacional (1905) recomendaban a las mujeres no estudiar ciencias, asegurando que: “El exceso de instrucción científica ataca el organismo de la mujer […] la anemia y el neurosismo se apoderan de ellas y los hijos que tienen son débiles y enclenques”. Dolores puso en tela de juicio estos argumentos y ofrecía como ejemplo a la joven doctora Columba Rivera (una de las primeras médicas mexicanas): “Ella desmiente todas esas injustas acusaciones hechas a la ciencia. Quién conozca a la Srita. Rivera ha de convenir en que el saber ni mata ni envenena, que ni el estudio marchita la juventud de la mujer, ni entenebrece el alma ni amarga el corazón”.
Una década después, en 1916, en medio del convulso ambiente revolucionario, tuvieron lugar los primeros congresos feministas en Mérida, Yucatán. En ese momento la invitación a participar se extendió a las mujeres con conocimientos primarios. De acuerdo con la historiadora Piedad Peniche, se congregaron tres tendencias: las feministas moderadas, que se identificaban como sujetos sociales, pero no políticos, es decir, eran partidarias del trabajo, la independencia económica y la educación laica, pero no del sufragio, ni de la educación sexual; las conservadoras, quienes se congregaron en torno a los valores de la iglesia católica y con el modelo que exalta “el ángel del hogar”; y, finalmente, las feministas radicales, que se percibían como sujetos políticos y libres de dogmas, además de que exigían el derecho al sufragio y a la educación sexual.
La difusión de ideas sobre el control natal empezó a hacer eco de Yucatán al resto de la república, lo que provocó un contraofensiva por parte de los grupos conservadores. Liderados por la iglesia y medios de comunicación, se institucionalizó el mito del Día de la Madre para contrarrestar todo un movimiento de planificación familiar y educación sexual que se estaba gestando.
Años después se organizaron otros congresos nacionales e internacionales. En 1923, liderado por Elena Torres, tuvo lugar el Primer Congreso Nacional Feminista. En este participaron Luz Vera, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya y Columba Rivera. Las discusiones y resolutivos giraban en torno a impulsar la igualdad civil para que la mujer pudiera ser elegible en cargos administrativos y tuvieran representación.
En 1935, se constituyó en el Teatro Hidalgo de la Ciudad de México el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM) bajo el lema: “Por la liberación de la mujer”. Este movimiento femenil aglutinó a miles de mujeres de “las más variadas tendencias ideológicas” que compartían demandas: conquistar el derecho a votar y ser elegidas, y un programa más de 22 puntos, entre ellos: la extensión de la alfabetización, las guarderías para madres trabajadoras, mejoras salariales, bienestar y mejores servicios de salubridad. Estas iniciativas fueron perdiendo fuerza hacia la década de 1940, particularmente en el sexenio de Manuel Ávila Camacho, cuando los discursos conservadores volvieron a colocar “al ángel del hogar” en el centro de la formación de las mujeres mexicanas.
Podemos observar las preocupaciones de algunos sectores de mujeres: el reconocimiento de los derechos civiles, que fue una demanda central, y que se consolidaría en 1953 con la conquista de derecho a votar y ser votadas, pero que, a 70 años de distancia, apenas lo estamos convirtiendo en realidad: hoy día hay nueve gobernadoras de manera simultánea, más del 50 por ciento en el recuento histórico de gobernadoras electas en la historia de México.
También las feministas de hace 100 años luchaban por salarios más justos. Las de hoy seguimos batallando ante una brecha salarial conformada por desigualdad de género. Otra continuidad es la necesidad de educación sexual para decidir, así como una maternidad libre y deseada.
Sin duda queda un camino de luchas, pero es importante volver la vista y reconocer a las mujeres que se organizaron, lideraron, lucharon por una vida más justa para las mujeres de hoy. Conocer sus historias, tener estos referentes históricos, nos permite a nosotras reconocernos en las luchas de nuestras antecesoras para volverlas realidad y responsabilizarnos para dar continuidad a las demandas en favor de las generaciones futuras.