Los días de enero de 1994 fueron muy confusos. Veía los noticieros de la tele con suspicacia, esperaba con ansias el periódico que explicara la rebelión en las montañas y cañadas del sureste mexicano. Vi avanzar al ejército federal sin dar tregua, dejando a su paso cuerpos sin vida y desplegando todo su poder de fuego. Pero el 12 de enero dejé el pasmo y salí a la calle convocado a marchar al Zócalo. Fue la marcha más amplia y diversa que jamás haya visto. “Hay más siglas que personas”, dijo un amigo de la vieja guardia que encontré a la altura de Bellas Artes. No era una marcha para apoyar o repudiar a uno de los ejércitos, no vi ninguna pancarta con vivas para nadie. Aunque de colores y signos distintos a todxs nos unía el “No a la guerra”.
Ese mismo día, un poco más tarde, el presidente ordenó el alto al fuego. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) respondió con la orden de suspender su ofensiva. Aclararon que el cese al fuego era con el fin de aliviar la situación de la población civil y “abrir canales de diálogo con todos los sectores progresistas y democráticos de México”. Todo lo que siguió entre el EZ y el gobierno federal, aunque fue emocionante y fundamental para explicar el país actual, no es el tema de este texto.
Quiero enfocarme en las personas que marcharon ese 12 de enero, esos que se subieron a un escenario al que no estaban invitados. Un actor colectivo que de inmediato se volvió objeto de deseo de todas las facciones políticas, al que el seductor político entonces de moda llamó “la señora sociedad civil”. Un grupo que quería transformarlo todo pero a la vez no quería nada: ni puestos, ni comandancias, ni candidaturas. Andaban ahí, por todos lados, necios en inventar y fortalecer eso que los que saben llaman democracia directa.
La alianza de 450 organizaciones
Cuentan que en abril de 1994 se juntaron 450 organizaciones e iniciaron una gesta para construir la transición a la democracia bajo el nombre de Alianza Cívica (AC). Convocaron a 15 mil personas para una misión concreta: observar y vigilar las elecciones presidenciales de 1994. Era la primera vez que algo así sucedía. La última elección presidencial había sido un muladar pero ahora estábamos nosotros, un “ejército” de observadores acreditados, uniformados, con nuestro reluciente gafete y nuestra tabla lista para registrar las prácticas antidemocráticas que estábamos seguros de encontrar.
No pudimos documentar algo más que lo que ya sabíamos, pero sí se demostró que el cochinero era total, pues en más del 80% de las casillas reportamos entre tres y cinco irregularidades. Pero lo que caló fue que hiciéramos presencia en todo el país, una demostración de fuerza y capacidad organizativa que ni siquiera los partidos de oposición tenían. “¿Ustedes qué quieren?” me preguntó un representante de un partido que ya no existe. “Nada”, le respondí, “solo que la competencia sea limpia”.
Tras la victoria de Zedillo, la AC se replanteó la ruta. Hubo una asamblea con representantes de todos los estados, donde se acordó que los integrantes debían rechazar candidaturas para puestos de elección popular. Recuerdo haber visto a Emilio, un joven heredero de una importante ONG, reaccionar muy contrariado al acuerdo.
La primera consulta
Luego de la toma de posesión de Zedillo apareció el error de diciembre y la gran devaluación. El presidente y el expresidente se reprochaban mutuamente, mientras se negociaba un paquete de rescate con Estados Unidos. Pocas semanas después el procurador anunció el rompimiento de la tregua con el EZ, mientras Esteban Moctezuma convocaba a la comandancia zapatista a una reunión en un lugar donde los esperaba la policía y el ejército para llevarles presos. Pero de algún modo la comandancia se enteró de la traición y escaparon.
Entonces las organizaciones que integraban AC convocaron a la primera consulta nacional ciudadana, con tres preguntas: ¿Debe investigarse y sancionarse a Carlos Salinas por su responsabilidad en la crisis económica? ¿Debe rechazarse el crédito ofrecido por el gobierno de los EU? y ¿Debe retomarse la vía del diálogo y la paz y desecharse la vía militar para resolver el conflicto de Chiapas?
Esas 15 mil personas que vigilaron las elecciones de 1994 se transformaron en promotores de la consulta desde sus territorios, donde instalaron mesas y urnas el 26 de febrero de 1995. Mucha gente que había salido a las calles el 12 de enero del año anterior volvió a salir y respondió “sí” a todo. Casi 700 mil ciudadanxs participaron de ese primer ejercicio de democracia directa. La vía militar se detuvo y se retomaron las mesas de diálogo entre los representantes del ejecutivo y el EZ hasta la firma de los acuerdos de San Andrés, acuerdos que más tarde el presidente Zedillo vetaría y modificaría.
La consulta zapatista
En abril de 1995 el EZ pidió a AC organizar la que llamaron “Consulta Nacional por la Paz y la Democracia”. Había un saque de onda porque no era una propuesta de AC, sino de alguien más que además nos había comprometido de manera pública. Organizar una consulta nacional y poner nuestra cara no eran enchiladas. Hay que señalar que buena parte de las ONGs que integraban la Alianza eran demócratas pero conservadoras, y no estaban muy contentas con ser identificadas con un grupo armado. Pero la base, lxs que hacíamos la chamba, lxs que poníamos la cara y el cuerpo, si bien inicialmente compartimos el saque de onda, también estábamos emocionadxs y convencidxs de que no podíamos seguir preocupadxs por la “limpieza de las elecciones” mientras en Chiapas los pueblos eran ocupados y bombardeados por el ejército federal.
En menos de tres meses organizamos una consulta, resolvimos problemas logísticos, los voceros no metieron mucho la pata, las oficinas centrales organizaron todo en tiempo récord y confiamos en que las intimidaciones no pasaran a mayores. La promoción de esa consulta le tocó a la Convención Nacional Democrática (CND) y la verdad no sé mucho de lo que hicieron para promoverla. Pero lo que sí recuerdo es que a la CND la integraban puros picudos de aquella época, y espero el día en que cuenten la historia del trabajo que hicieron durante ese episodio.
En agosto salimos una vez más con nuestras mesitas y urnas a instalarnos en plazas de todo el país. La participación respecto a la consulta anterior casi se duplicó pues recibimos un millón 300 mil boletas. Como se esperaba los resultados estuvieron divididos, pues si bien las preguntas sobre la democracia y el futuro del país recibieron un “sí” casi consensual, las preguntas sobre el EZ tuvieron respuestas tan confusas como su redacción (y esa confusión nos persigue hasta hoy).
El fin de la Alianza
Luego de esa consulta la historia se enreda. Ante la creación del Frente Zapatista (FZLN) el sector más beligerante de observadores decidió quitarse el uniforme morado e integrarse al Frente. Otrxs consiguieron chamba en el INE ciudadanizado. Pero la principal pérdida para la Alianza fue Martha Perez, quien había sido el motor de esa gran maquinaria, la lideresa que movía todo sin necesidad de fotos con los señoros dueños de la marca. En 1997 se fue a trabajar al gobierno de la ciudad de México en proyectos complicados, incluida la creación de Morena. Murió en marzo de 2017, sin poder ver el triunfo del partido que ayudó a levantar.
Por cierto, Martha fue quien convocó a esa marcha ciudadana del 12 de enero de 1994.
Alianza Cívica siguió por aquí y por allá, pero desfondada y queriendo recuperar el sentido de vigilancia electoral de sus primeros días. Al llegar el foxismo muchos de los cuadros que aún permanecían al frente de la que fuera la más grande organización de organizaciones se integraron al gobierno panista.
La última del siglo
En 1998 se realizó un encuentro de la sociedad civil con la comandancia del EZ en donde acordaron realizar la Consulta Nacional por el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indios y por el fin de la Guerra de Exterminio. La sociedad civil ahí reunida era muy diferente de aquella que marchó el 12 de enero. Muchísimo menos diversa (en cuanto a siglas y banderas) y mucho más disciplinada.
Ya sin el respaldo metodológico y logístico de AC, el 21 de marzo de 1999 llegué con mi mesita, mi urna, y mis boletas al lugar que nos habían asignado. Me senté a esperar a los participantes como había hecho en las consultas anteriores, pero luego de un rato llegó un grupo de personas también con su mesa, su urna y sus boletas. Les dije que a mi me había tocado ese lugar. Respondieron que su lugar asignado estaba lejos y casi no pasaba gente y que se pondrían en la banqueta, para no molestar. Más tarde me asomé a su casilla y vi a dos de ellas jalando gente mientras las otras dos anotaban en las boletas lo que les decían los peatones a toda prisa.
Al final obtuve un buen número de participantes, más o menos la décima parte de lo que habían conseguido las compañeras de la casilla contigua. Cuando fui a entregar los resultados me encontré con ellas y me llamaron: “Ahí en tu colonia no tenemos gente, te queremos postular como autoridad vecinal, para tener presencia y conseguir una candidatura en las próximas elecciones”. Les dije “Es que yo no quiero nada” y me fui.
Nunca supe los resultados por pregunta de esa consulta, pero pude ver resultados concretos inmediatos: 2 854 737 personas que salieron de sus casas para opinar sobre lo que querían para el futuro de su país.