Fue de las ruinas de una nación devastada por el neoliberalismo que el humanismo mexicano surgió como otra forma de entender la sociedad y la política.
El momento de la doctrina
Quienes esperen de este texto una definición de diccionario sobre el humanismo mexicano están a punto de sufrir una gran decepción. Pero también se equivocan los que, por su actual estado de indefinición, se apresuran a descartar el término. Aquel 27 de noviembre de 2022, Andrés Manuel López Obrador propuso un nombre que sintetizara una forma de entender la política, el servicio público y el gobierno que se encuentra dispersa en lemas, frases y acciones concretas. Al ser así, no es necesario inventar ex nihilo esta doctrina pues de alguna manera ya forma parte de la identidad de este movimiento popular. El humanismo mexicano es, hacia atrás, una mirada retrospectiva respecto al camino andado y hacia adelante, la posibilidad de proyectar el movimiento al futuro.
Es en el plano de la identidad donde hay que situar este debate. El humanismo mexicano es el nombre escogido para identificar un “nosotros”, y lo hace poniendo en blanco sobre negro los principios e ideales en torno a los cuales se debe organizar el esfuerzo colectivo de este movimiento. No es casual que esta convocatoria se haya dado en la que pudiera ser la última movilización que encabece López Obrador. Se trata del paso obvio de un movimiento que se forjó en torno a un liderazgo muy claro pero que está llamado a trascenderlo. Y esto sólo lo podrá lograr si ese movimiento se reconoce y se apropia de una doctrina capaz orientar la acción de sus militantes y de convocar a nuevas generaciones.
Indicio de una necesidad no siempre bien resuelta en los movimientos nacional-populares, el mismo gesto de despersonalización lo podemos encontrar en el peronismo argentino. En efecto, hacia 1949 y luego de cerca de seis años de práctica política, Juan Domingo Perón empezó a plantear el tránsito de la fase personalista a la fase de organización del movimiento. En el centro de ese pasaje situó el problema de la doctrina, misma que debía cumplir la función que había desempeñado hasta entonces su liderazgo: del gran conductor a la idea conductora. Pero para qué explicar lo que ya se ha dicho con tan sabias palabras:
“Por eso –afirmaba Perón- también he dicho muchas veces que este movimiento que nosotros representamos, que ahora está detrás de un hombre, ha de transformarse paulatinamente para colocarse detrás de una bandera y detrás de un ideal (…) Nuestra misión no la podemos cumplir en la corta vida de un hombre. Los hombres pasan y las naciones suelen ser eternas. En consecuencia, buscando esa eternidad para nuestra patria y la perennidad para nuestro movimiento, es necesario que lo organicemos con declaraciones de principios, con doctrinas perfectamente establecidas y con cartas orgánicas que den a este movimiento la materialización orgánica que él necesita”
Si algunos hemos considerado relevante atender al llamado a pensar el humanismo mexicano es precisamente porque contemplamos en esa doctrina la semilla de la continuidad del movimiento obradorista.
La superación del neoliberalismo
Una buena forma de identificar el perfil del humanismo mexicano es marcando su radical antagonismo con la ideología neoliberal. Es necesario hacerlo así pues fue de las ruinas de una nación devastada por el neoliberalismo que el humanismo mexicano surgió como otra forma de entender la sociedad y la política. El humanismo mexicano nace explícitamente con ese fin. ¿Contra qué nos revelamos entonces?
Para el neoliberalismo, el Estado no es otra cosa que el resguardo jurídico de una forma de acumulación de capital. Durante décadas sus voceros intentaron convencernos, sin siquiera sonrojarse, de que la desigualdad era el motor del crecimiento económico. Con eufemismos declaraban que mantener la mano de obra barata nos aseguraría ser un mercado competitivo. La desigualdad no es una externalidad del modelo sino su propio motor.
Dentro del neoliberalismo el discurso sobre la meritocracia sólo puede considerarse como una coartada ideológica, pues resulta imposible evaluar los méritos individuales mientras que al mismo tiempo la socialización de las perdidas y los costos sociales recaen exclusivamente sobre las clases populares. La destrucción del Estado como proveedor de bienes y servicios públicos dejó a los miembros de una sociedad desligados del colectivo al que pertenecen. En este contexto, la afirmación de que “los pobres son pobres porque quieren”, sólo puede tomarse como una cruel provocación y el encubrimiento de un abandono.
Frente a este proyecto de disolución social ¿Qué ofrece el humanismo mexicano? Como bien afirmó el presidente, la piedra fundacional de esta doctrina debe buscarse en el lema máximo del movimiento: “por el bien de todos, primero los pobres”. Pero ¿Cómo es posible que el interés de una clase en singular valga como interés de todos? ¿Qué es lo que hace que la situación material y espiritual del pueblo se eleve como índice y vector del progreso social?
La respuesta a este enigma hay que buscarla en el lazo social que hace que la suerte de unos esté atada a la suerte de otros. Es este vínculo que nos entrelaza el que nos marca que no tendremos paz hasta que la justicia social reine entre nosotros. Mejorar la condición de vida de los más necesitados es un objetivo de una sociedad consiente de que será tan fuerte como lo sean sus clases más necesitadas.
De esta manera, el humanismo mexicano es la doctrina de un movimiento que busca canalizar el esfuerzo colectivo para establecer la solidaridad como criterio rector de las relaciones de una comunidad llamada México. Si “nada de lo humano me es ajeno” es porque puedo reconocerme en el otro y puedo reconocer al otro en mí.
Transformar las instituciones
Es desde esta forma de entender la sociedad que el humanismo mexicano marca su radical oposición al neoliberalismo. Para el humanismo mexicano el Estado es el brazo organizado de la solidaridad social y esto le genera obligaciones muy concretas. La política tiene como objetivo la transformación de las instituciones públicas para ponerlas al servicio del bienestar del pueblo. Ya no se trata de la mano invisible del mercado, sino de una voluntad política que surge de la conciencia de pertenecer a la misma comunidad. Hecho social que compromete al Estado con el cumplimiento de derechos que no son otra cosa que la expresión jurídica de esa solidaridad.
En contra del egoísmo neoliberal que el humanismo mexicano se presenta como una doctrina de la cooperación humana. Este es el principio que debe animar las instituciones y la que da sentido a la política, misma que debe apuntar a una concordia construida sobre la roca firme de la justicia social.
De esta manera, la convocatoria hecha por el presidente busca situar el debate ideológico y político en lo más alto, ahí donde se disputa la forma de entender la convivencia social y el sentido mismo de la modernidad. El neoliberalismo fue muy hábil para pasar su ideología como sentido común. El humanismo mexicano está llamado a disputar ese sentido planteando otro proyecto de humanidad, otra forma de relacionarnos. Mal haríamos en echar a saco roto cuestiones tan fundamentales.