Políticas de la fraternidad popular

Columnas Plebeyas

La democracia no acaba de nacer y el neoliberalismo no acaba de morir. Sin embargo, no podemos negar que en estos cuatro años el país se ha transformado. Aún es demasiado pronto para anticipar la profundidad de los cambios, pero, es claro que, hay nuevos personajes que, hoy, sienten la necesidad de salir a las calles a protestar. Y, muchos de los que salíamos, ahora lo hicimos de una forma distinta. Muchos estamos convencidos que había razones para salir a festejar una política que es, en muchos sentidos, bastante más fraterna, que ha comenzado a visibilizar a sectores que fueron ignorados por siglos.

Quienes nunca tuvieron necesidad de manifestarse, no debían organizarse para ser escuchados, sólo tenían que levantar el teléfono para que sus demandas se resolvieran de inmediato, algún contrato, algún cargo. Cualquier “favor” que pidieran se les cumplía de inmediato. Para ellos, el gobierno siempre tuvo oídos atentos. Ese pequeño grupo mantenía capturadas las instituciones del Estado, las usaba a su antojo para satisfacer con recursos públicos sus intereses particulares.

A nadie sorprende que asuman como una afrenta personal el intento de democratizar el INE, de promover la participación popular en la toma de decisiones. Este órgano, más que autónomo, completamente disociado de los sectores populares, fue el símbolo de la falsa democracia. Gracias a él, los oligarcas se podían hacer pasar por demócratas. En su sentir, no hay nada más personal que mandar al diablo sus instituciones. No toleran que su voz valga lo mismo que la de los sectores populares.

Por décadas, este sector monopolizó la esfera pública y sólo daba cabida a los sectores populares una vez cada seis años. Con ira y horror, ven cómo su monopolio se desmorona. A diario, insisten, revelando su talante autoritario, en que ellos son los únicos capacitados para tomar las decisiones que competen a todos. No presentan ninguna alternativa, pues añoran su proyecto excluyente.

El contraste es claro: un pequeño grupo defiende privilegios, otro, bastante más numeroso, que festeja los derechos recientemente instaurados. Mientras el primer grupo confunde los privilegios de las oligarquías con los derechos de las minorías históricamente ignoradas, el segundo es consciente que los derechos no son concesiones sino conquistas populares.

Sin duda, para concretar la transformación es fundamental mantener a los sectores populares politizados, de ellos depende defender y profundizar la transformación. No se debe obviar la importancia de seguir presentes en los espacios públicos, pues es donde acontece el encuentro con los otros y donde se construyen los intereses comunes.

La experiencia latinoamericana nos mostró que neoliberalismo y dictadura son dos caras de la misma moneda. Ambos procuran de todas las formas posibles atomizar a los sectores populares y recluirlos en el espacio privado, pues estando desarticulados son capaces de imponer medidas que de otro modo resultarían inaceptables.

Una de las mayores virtudes del actual gobierno es que se construyó a partir de un movimiento que siempre estuvo en las calles, denunciando abusos de poder, siendo solidario, que pudo alcanzar la presidencia recorriendo todo el país, generando alianzas desde abajo, en lugares en los que nadie se interesaba.

Una buena alegoría que pudiese revelar la importancia histórica es esa multitud que se reunió el domingo, llegando de todos esos rincones, arropando a su gobernante, reconociendo sus avances y festejando una política que ha priorizado a los sectores populares. Se trató de un encuentro entre fraternos que abrazaba las demandas de los grupos más vulnerables.

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