La moral hace referencia a las acciones de las personas desde el enfoque de su obrar en relación con el bien y el mal, y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva, de acuerdo con la Real Academia Española.
Al ligar las acciones a lo bueno y lo malo, la moral, entonces, no es un concepto fijo, sino movible: se dota de sentido en determinados contextos históricos, económicos, políticos, geográficos, culturales. Los movimientos de mujeres y feministas lo sabemos muy bien, al enfrentarnos al reto de transformar la cultura patriarcal y sus diversas expresiones de opresión hacia las mujeres; a saber: donde anteriormente se alegaba el ejercicio de un derecho, ahora incluso puede considerarse un delito. Para ilustrar, no fue sino hasta 1994 cuando la violación entre cónyuges fue considerada violación; antes se pensaba que era el ejercicio indebido de un derecho. Otros ejemplos sobre la relatividad de lo bueno y lo malo, lo repudiable y lo aceptado, son los delitos de acoso y también la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo antes de las 12 semanas (aborto).
La teoría ética feminista explora las formas como la devaluación cultural de las mujeres y de lo femenino se expresa y racionaliza en los conceptos y métodos centrales de la filosofía moral. Como ya sabemos, la teoría ética occidental es androcéntrica; por ello, los feminismos han aportado elementos teóricos y prácticos para darle nuevos sentidos que incluyan las experiencias femeninas, pero sobre todo buscar un replanteamiento de las dicotomías conceptuales entre lo femenino y lo masculino.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha expresado firmemente que su gobierno es la continuación, el segundo piso de la cuarta transformación, pero con una perspectiva diferente que parte de lo que ha llamado “tiempo de mujeres”; por esto, la cartilla moral que articule a esta administración no puede ser la misma que impulsó el antecesor de la actual mandataria, Andrés Manuel López Obrador. La cartilla moral correspondiente a la gestión de Sheinbaum debe ser reformulada a la luz de este nuevo momento en el que el navío del gobierno y el proyecto de una nación lo tiene una mujer de izquierda.
La cartilla moral de Alfonso Reyes y su adaptación presentada por el exmandatario ignora la cargas androcéntricas de varios de sus planteamientos. Por mencionar algunas, no logra superar la escisión de lo corporal con lo espiritual: separa emociones y actitudes de lo social y, por tanto, continúa con la idea de la “naturaleza” sin afectación de lo social, al hablar de dos gemelos, “cuerpo y alma”, que deben aprender a llevarse bien; así, quedan plasmados un antropocentrismo y un androcentrismo. Aunado a ello, el documento del poeta regiomontano propone a la familia como un ideal, sin un análisis crítico material y bajo una perspectiva meramente reproductiva y heterosexista. En cuanto a la ley y el derecho, sobrepone el deseo de las mayorías (deseo del pueblo) sobre los dolores y necesidades de las minorías, con lo cual fomenta un universalismo ciego.
Sin duda, un proyecto de nación, de una nueva sociedad, necesita de un código ético como una utopía realizable hacia la cual construir caminos al andar. El tiempo de las mujeres implicaría la reconceptualización de horizontes, fines y medios para su materialización. Junto con la cartilla de los derechos de las mujeres que promueve Sheinbaum, se debería proponer una cartilla moral otra, que recoja nuevos sentidos de justicia y, por tanto, de lo que en nuestro contexto consideramos bueno y malo; esto es, las necesidades y valores de las llamadas “minorías” de género y sexualidad, así como otras maneras no opresivas de entender valores que por años han servido para justificar la opresión de las mujeres y la devaluación de lo femenino, tales como la naturaleza, la patria, la nación y la familia.