Nos dicen zurdos por no decir izquierda o izquierdas. Y lo sueltan como un insulto que se lanza con desprecio. Lo farfullan con furia y con desdén, instalados en una palestra desde la que nos miran arrogantes mientras pregonan con la diestra que todo lo que suene a justicia social es “cosa de zurdos”. Nosotros, la izquierda, somos los zurdos para esos que tienen años insistiendo en lo anticuadas que son las diferencias entre la izquierda y la derecha. Y por eso han llegado ahora con la novedosa categoría política de lo zurdo. No lo absurdo, lo zurdo, naturalmente asociado a lo rojo, a la revolución, a los movimientos sociales, a la búsqueda de justicia y, obviamente, a la igualdad entre mujeres y hombres.
Pero esto es mucho conceder, en realidad sólo es un adjetivo asociado a la zurdera que, según el diccionario de la lengua española, es lo relativo al zurdo o la zurda. Es decir, a aquella persona que tiene la tendencia natural a servirse preferentemente de la mano izquierda o también del pie del mismo lado. Como suele suceder, esta definición no nos ayuda para el caso. Porque, entre nosotros, los zurdos izquierdosos, sabemos que hay quienes naturalmente usan la mano izquierda para firmar, para tomar el tenedor o para agarrar el micrófono en el mitin: esos sí son zurdos. Y se sabe que nadie tiene la tendencia natural a alzar el puño izquierdo ante la internacional comunista; eso, por fuerza, lo aprendió hasta el más diestro en alguna marcha.
Otro sentido que nos da el diccionario dice: “zurdo es quien va al contrario de como se debía hacer algo”. Claro, todos sabemos que los zurdos van al revés, o al menos lo intentan. Los hay peleando con las tijeras, con los bordes de las libretas, con las butacas, con la palanca de velocidades. En todos los casos quieren hacer al revés, pero viven en el mundo de la tiranía de los diestros. Aunque en este caso sí tiene sentido que nos digan zurdos. Este zurd@ se enfrenta a un mundo en el que no acomoda muy bien. Algo no le va, o le sobra, o le falta para poder funcionar con naturalidad, para sentirse cómod@ con su cuerpo.
Este zurd@ se enfrenta día a día a cambiar algo del orden establecido: sentarse mirando en sentido opuesto, voltear la libreta, renunciar al abrelatas. Va al revés. Como nosotros; como la izquierda que va al revés del sentido dominante de la realidad actual. Ahí donde ellos insisten en que la desigualdad es natural: vamos al revés. Cuando pontifican sobre el sacrosanto interés individual: vamos al revés. Siempre que pregonan que la virtud humana se mide en capital: vamos al revés. Mientras se empeñan en hacernos creer que la justicia social es un sueño juvenil: vamos al revés. ¡Somos zurdos plenamente validados por el diccionario de la lengua española! Pero ¿acaso ellos son diestros?
De nuevo hay que apelar a la autoridad. El diestro, nos dice el glosario autorizado, tiene predilección por la mano derecha, pero también se le define como hábil o experto en un arte u oficio. Es sagaz, prevenido y avisado para manejar los negocios sin detenerse por dificultades —en serio lo dice—. Es decir, el diestro, según la Asociación de Academias de la Lengua Española, es el exitoso hombre de negocios sin escrúpulos. ¡Vaya!, nada de esto corresponde a nuestra derecha: siempre tan obtusa, improvisada y torpe.
Nuestra derecha es más bien bipolar. De un lado es defensora de la familia, los valores tradicionales, la blanquitud y el statu quo; y, del otro, se conforma de neoliberales feroces que defienden la competencia económica despiadada, pregonan el echaleganismo y tienen fe absoluta en el mercado. Quieren conservar lo que su neoliberalismo necesariamente habría de destruir. Su realidad esquizoide los tiene en la indefinición. No saben de dónde vienen, qué proponen, hacia dónde apuntan. Nada hay de la habilidad o la maestría que se atribuye al diestro en el diccionario de las academias. Cuando más, se definen por contraste: no son zurdos, no son de izquierda, no van en contrasentido de nada. Su fin es mantener los desequilibrios sociales tal y como venían funcionando.
Nosotros podremos aceptar o no que nos llamen zurdos, pero ellos definitivamente no son diestros. Son conservadores sin más. Son la derecha esquizoide, improvisada, torpe e ignorante que no distingue a Lenin de Lula o del Che, porque el modo de vida que defienden les ha quitado hasta la creatividad para pensar en sus adversarios más allá de lo que estos puedan hacer o no con sus manos.