En la Sierra Norte de Oaxaca, una docena de kilómetros después de Guelatao e Ixtlán, se encuentra el pueblo de Capulálpam de Méndez. Es una aldea hermosa, con su zócalo e iglesia barroca, sus cabañas y recorridos, su banda juvenil y centro de medicina tradicional. Tanto es el atractivo de esta población zapoteca que fue incluida en el programa de Pueblos Mágicos en 2007, mientras que sus bosques han sido reconocidos por el Fondo Mundial para la Naturaleza.
Pero detrás de esta fachada de postal yace otra historia: un poco más adelante en el camino está la mina de La Natividad, concesionada a la empresa canadiense Continuum Resources, la que se ha empeñado en excavar —y expatriar— el oro y la plata de la zona. El expresidente del Comisariado de Bienes Comunales Nétzar Arreortúa Martínez me hizo un recuento de los daños causados por la actividad minera: la pérdida de trece mantos acuíferos, presas de jales tóxicos sin ningún control y contaminación de los ríos Grande y Capulálpam, cuyos efectos se sienten en comunidades río abajo hasta el Golfo de México.
Después de este repaso histórico y de detallar la larga lucha del pueblo contra la empresa minera, el profesor Nétzar concluyó con esta amarga reflexión: La minera en cualquier lugar donde se plante no es sinónimo de desarrollo, no es sinónimo de calidad de vida. Aquí en Capulálpam existen muchas viudas y huérfanos todavía, de familias de mineros que fallecieron en el socavón y le entregaron a la familia el cuerpo en un ataúd sellado, y ni siquiera dejaron que lo vieran… Minería es muerte, es destrucción, es desolación, es acabar con la biodiversidad.
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Al momento de entrevistarme con Nétzar, otra de esas “presas de jales sin control” se estaba haciendo notoria ahí debajo en los Valles Centrales. En octubre del 2018 se derramó la presa de la mina La Trinidad, ubicada en el pueblo de San José el Progreso y operada por Cuzcatlán, filial de la empresa canadiense Fortuna Silver Mines. El derrame provocó que un lodo tóxico bajara por el lecho del río Coyote, llegando así al pueblo colindante de Magdalena Ocotlán. El regidor de obras, Francisco Rosario Valencia, me mostró cómo ese fango de residuos había contaminado el bebedero de agua de los animales y amenazaba con alcanzar el pozo de agua potable que abastecía a un 90 por ciento del pueblo. Con las primeras lluvias, me dijo con cierto tono de impotencia, era cosa segura: el agua del río terminaría de arrastrar los residuos a la ciénaga, donde se filtrarían al pozo. Para entonces, sería demasiado tarde para hacer algo al respecto: “Esto ya va a estar contaminado para siempre”. Mientras tanto, al desconfiar de su fuente de agua, los pobladores estaban recurriendo a garrafones de agua de empresas privadas para satisfacer todas sus necesidades.
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En el debate sobre la reforma minera en el congreso, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y sus aliados no se han cubierto de gloria. Acto primero, la Cámara de Diputados tomó la iniciativa de vanguardia de la presidencia, dejó que la Cámara Minera de México (Camimex) la diluyera de manera considerable y procedió a aprobar la versión modificada a altas horas de la madrugada. Acto segundo, los senadores Rafael Espino y Geovanna Bañuelos escucharon el canto de la sirena del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) para declarar que sus respectivas comisiones permanecerían en sesión permanente, amenazando así con patear la minuta hasta la siguiente sesión legislativa.
Sí, la propuesta retiene algunas cosas buenas. Elimina el carácter preferente de la minería; prohíbe que las actividades de explotación se realicen en áreas protegidas y submarinas; otorga al Estado cierto margen para retirar concesiones (aunque menos); reconoce el derecho de las comunidades afectadas a ser consultadas y a recibir utilidades (aunque menos). Entiendo, también, la estrategia de actuar rápido antes de que la oposición pueda movilizar sus fuerzas. Pero al prestar un oído tan atento a las cámaras patronales y no a los representantes de los trabajadores, las comunidades indígenas o las pequeñas y medianas empresas (pymes), la mayoría legislativa da la apariencia de haber consumado un madruguete. Y es sencillamente incongruente que Morena critique a la oposición por abrir la puerta a los cabilderos energéticos si va a hacer lo mismo, a su vez, con los cabilderos mineros. ¿O acaso cambia algo el hecho de que algunos cabilderos sean extranjeros y otros nacionales?
Algo saldrá de todo esto: el asunto minero es demasiado urgente para que se demore mucho más tiempo. Y habrá algún avance sobre el desastroso dueto de leyes que se aprobó en el 1992 en términos mineros y de aguas nacionales. Pero me pregunto cuán mejor sería este avance si el profesor Nétzar y el regidor Francisco tuvieran el mismo acceso al recinto legislativo que el que tienen los representantes de la Camimex.