Se terminó la Copa del Mundo para la selección de fútbol de México con su peor fracaso en décadas. Desde 1986, en todos los mundiales en que participó, el equipo de México había avanzado al menos a la fase de eliminación directa. Pronto algunos dijeron que el fracaso mundialista es un reflejo de la sociedad mexicana. Estoy parcialmente de acuerdo: el fracaso mundialista es un reflejo de la élite empresarial mexicana.
El fútbol profesional no es un buen negocio para los empresarios mexicanos. Algunos, los más grandes, mantienen a sus filiales deportivas por los beneficios que les traen en otras ramas de sus negocios, pero para el resto, tener un equipo es perder siempre. De vez en cuando, los equipos pequeños cambian de dueño y de sede, entra algún empresario mediano ilusionado que pronto vende para no saber más del negocio del fútbol. A nivel global, esto contrasta con las grandes inversiones en el fútbol por parte de inversionistas del medio oriente en clubes europeos, o la incursión de consorcios estadounidenses que controlan equipos tanto en la NFL como en la Premier League. El fracaso mundialista es el contraste de maneras de ver y hacer negocios.
El fútbol en México está concentrado en unas cuantas manos, con dueños que poseen más de un equipo en la Primera División, además de las filiales en divisiones inferiores, lo cual permite, entre otras cosas, que se acordara abolir el ascenso y descenso. Las barreras de entrada para invertir en el fútbol privilegian el acuerdo con el estatus quo. Para participar en el negocio del fútbol en México, los empresarios deben aceptar participar en prácticas anticompetitivas como el famoso pacto de caballeros, que impide a jugadores contratarse libremente con el club que mejores condiciones le ofrezca.
Así como pasa con las telecomunicaciones, los bancos, los seguros o la televisión, solo por mencionar algunos ejemplos, en el fútbol hay una oferta doméstica que pronto se queda rebasada cuando se compara con el exterior. Durante los últimos dos ciclos mundialistas en México se confió en entrenadores para el equipo nacional con metodologías anticuadas y que se venden como una especie de filósofos sabios que meditan, anotan y construyen teorías, a diferencia de lo que sucede con selecciones que han sido exitosas en épocas recientes en términos de renovar su forma de juego y volverse competitivos en el fútbol moderno- Francia con Deschamps, España con Luis Enrique, Argentina con Scaloni o Bélgica con Roberto Martínez- con entrenadores que no hace mucho eran futbolistas y que han seguido de cerca la evolución reciente del deporte.
Finalmente, otro aspecto que caracteriza a las grandes élites empresariales es que no solo disfrutan de un entramado legal a modo, sino de una prensa que las protege. La prensa deportiva mexicana, ligada a los grandes grupos empresariales, juega el mismo papel de lavar la cara a los dueños y sus productos, una calca de lo que ocurre con buena parte de la prensa nacional en tantos otros temas de interés público. Para la prensa deportiva no hay juego malo de la selección.
Por no haber accedido a los octavos de final, la FEMEXFUT dejó de embolsarse 4 millones de dólares por parte de la FIFA. Para las televisoras el golpe viene por el bajón en la audiencia a raíz de la salida de México del torneo. Y para los anunciantes, el golpe es fuerte no solo al perder exposición en la televisión, sino por la asociación a un producto devaluado y desgastado. Seguro todo esto ya está en la contabilidad de los dueños del fútbol. Nada que no puedan compensar unos cuatro o cinco partidos moleros en Estados Unidos de aquí a 2026.
A los empresarios del fútbol les urge realmente competir, exponerse al cambio, ser productivos. Ser modernos pues. Eso que le achacan diariamente a los trabajadores.