Mal sabor de boca: Xochicles

Columnas Plebeyas

El psicoanálisis ha demostrado que el autoengaño no existe; que no es posible, que existe, pero no completamente, que el autoengaño es tan solo una pretensión, que la verdad retorna siempre, de cualquier forma. A mí me ha interesado vincularlo con el gusto: si el inconsciente es un saber que no se sabe, ¿a qué sabe? A que sabe, a que sí sabe; esa es la apuesta. Pongamos un ejemplo: la derecha mexicana del 2024 da asco. Digo asco por la cuestión del gusto. 

Esto es imposible de ocultar; su pretendido ocultamiento, de hecho, hace más trágica su situación, lo trágico de su autocomplacencia, los intereses ideológicos y económicos dominando la crítica en donde se espera la inteligencia hacen un ridículo tras otro. Quieren hacernos creer, por ejemplo, que sólo anhelan ganar, como si no les importara lo demás, como si no les interesara, por decir algo, la lógica. No es cierto que no se les revuelva el estómago, no es cierto que no les importe cuando su candidata pega chicles, se mete los dedos a la boca o deja pastillas en la silla. No es cierto que no les importe cuando dice groserías en televisión abierta. No se perdonan a sí mismos —lo apuesto— el tener que acudir a una mentira tras otra o al dispendio en noticias falsas. No les gustan, aunque pretendan que sí, los periodistas apurados con engañifas. Lo pienso porque, cuando estaba en decadencia la izquierda, hubo a quienes se nos revolvía el estómago con los significantes repetidos a diestra y siniestra de nuestros padres sesentayocheros. Supongo que les pasa lo mismo a ellos. Tantas frases como “López es un dictador”, “López está destruyendo al país” les deben de terminar sabiendo muy mal. Si yo fuese un conservador, las odiaría y odiaría —quizás de forma secreta— a los periodistas mentirosos. 

Tienen miedo a perder, eso es cierto; odian a la izquierda, les repugna la igualdad; eso tiene sus propios retoños en un pensamiento bien armado; no niego el pensamiento de la derecha, lo que creo es que sostenerlo a estas alturas es un semblante, e intentar engañar a sus interlocutores como si tuvieran todas las cartas en la mano termina por dar asco. 

Los derechistas detestan —lo apuesto— sus propias farsas. Más allá de la postura ideológica, que seguirán sosteniendo; más allá del odio a la otra ideología, se encuentra el mal gusto del autoengaño. En este sentido, aunque me he dado a la tarea —Dios lo sabe— de comprender el pensamiento conservador; me he propuesto como pregunta de investigación atender al problema sobre qué divide las aguas, qué axiomas inconscientes definen el pensamiento jerárquico y el igualitario, en este momento no queda más que señalar que es tiempo de izquierdas —quizás por ello también es tiempo de mujeres— y los derechistas mismos lo saben. Basta con ser honestos para que en las escuelas y familias más conservadores sientan, ellos mismos, el desagradable sabor de sus propios artilugios. Ese gusto irremediable de su propio engaño que, por lo demás, se ha fijado en esa estampa perfecta de Xóchitl Gálvez, por ejemplo, metiéndose los dedos a la boca.

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