Las quesadillas y el salario

Columnas Plebeyas

Hay quien ve un signo de decadencia moral en el hecho de que las palabras evolucionen y los conceptos se separen del origen etimológico con que se nombran. Pero la sociedad no deja de cambiar y el lenguaje cambia con ella, aunque no siempre de maneras racionales. En la Ciudad de México, y las carreteras que la circundan, por ejemplo, la palabra “quesadilla” evolucionó para abarcar toda empanada de maíz, incluya o no queso en su relleno. Eso suele ofender a los ciudadanos que crecieron en sociedades donde el queso es la condición sine qua non de la quesadilla.

Pero el ruin abuso chilango de la palabra quesadilla dista mucho de ser un caso único. Nuestra palabra salario viene del latín salarium, que se deriva de la palabra sal. Según se dice, en el imperio romano esa palabra designaba el pago que se le daba, en sal, a los soldados. Esto no es del todo preciso, pues aquel pago se llamaba en general stipendium y después soldata. Más bien, parece que la palabra salarium designaba el pequeño regalo que los amos daban regularmente a los esclavos domésticos, como una especie de propina. Lo cierto, en cualquier caso, es que ese pago, adicional al alimento, se daba en sal. De ahí que el pago por el trabajo en general haya pasado a llamarse salario en español y algo parecido en las demás lenguas romances, e incluso en inglés.

Quienes ven una virtud moral en mantener los conceptos reales apegados al origen etimológico del nombre que los designa deberían rechazar el salario en dinero y aceptarlo sólo en sal. Pero la sociedad ha cambiado. Ya no vivimos en la época de la esclavitud, cuando los amos cubrían directamente el sustento de sus esclavos y los obligaban a trabajar mediante la coacción del látigo. Entonces tenía sentido complementar la porción de alimento que se les daba con un regalo suntuario: una bolsita de sal. Vivimos en la época del trabajo asalariado. Ahora, la eficiente coacción económica ha desplazado al látigo: el trabajador se ve obligado a ceder su tiempo y su capacidad productiva a cambio de un monto de valor que le permita sostenerse y reproducirse. Y si encuentra quién le compre esa fuerza de trabajo es porque el precio que pide por ella es mucho menor al valor que produce para quien lo contrata.

La definición “correcta” de una palabra no es la que se apega mejor a su etimología, sino la que nos permite interactuar más deliberadamente con la realidad y entre nosotros. Ahora, la palabra salario designa la porción del valor producido por el trabajador que el capitalista le devuelve, en dinero, como pago por su fuerza de trabajo; su monto no equivale al del valor producido, sino al monto sumado de las mercancías que el trabajador necesita para seguir existiendo como trabajador y para reproducirse como clase. 

Lo que debe ofendernos no es que haya dejado de pagarse en sal, sino que ya no alcance ni para cubrir el costo de las quesadillas. Mucho menos si las queremos con queso.

Compartir:
Cerrar