Lacandones, caribes y hach-winik

Columnas Plebeyas

Lacandones

Lacandón es una adaptación al español de la palabra “lacam-tun”, cuya traducción fue registrada por exploradores de siglos pasados como “piedra grande”, “peñón”, “piedra erecta”, “gran peñón”, “macizo de rocas” o quizá “gran piedra sagrada en mitad del lago que es casi el mar y nos dio refugio en la noche estrellada” (cada quien), pero también se podría traducir como “piedrota”.

—¿De dónde eres?
—De ahí de por la piedrota.

Entonces, “es de Lacam-tun” pasó a “es un lacantún” y de ahí pasaron a “es un lacandón”. Así nacieron “los lacandones”, los de ahí de por la piedrota.

Lacam-tun fue arrasado por el ejército español-mexica-tlaxcalteca a finales del siglo XVI y los sobrevivientes fueron perseguidos y murieron por las armas o por la viruela. Como prueba de su victoria se llevaron tres prisioneros a la capital (Antigua Guatemala) y ahí, tras las rejas, en 1695, murieron los últimos de los primeros lacandones.

Caribes

Cuando comenzó la invasión a finales de los 1400, los españoles se encontraron en las Antillas con dos pueblos: los taínos, que eran asesinados por los soldados de Cristóbal Colón sin mucha resistencia, y los kalinagos, que eran más rudos y peleaban sin dar cuartel. Los invasores les llamaban caribes o caríbales (de esta última palabra y del miedo que su insumisión provocaba se derivó luego la palabra “caníbal”). Del mismo modo que sus antepasados mediterráneos llamaban “bárbaros” a todos los pueblos que les oponían resistencia, los soldados del ejército de ocupación europeo comenzaron a llamar “caribes” a todas las personas que habitaban las selvas americanas y no pagaban tributo ni rezaban.

Así fue que, cuando ya en el siglo 18, la región de lo que hoy se conoce como Selva Lacandona vio llegar a personas que venían del norte —unos de donde ahora es Campeche, otros de donde ahora es El Petén— los criollos del rumbo les llamaron “caribes”. Pocos años más tarde aparecieron nuevos pobladores tseltales y ch’oles que se asentaron en otras zonas de la selva. La Selva Lacandona era una especie de bosque de Sherwood donde encontraban refugio los fugitivos y los desterrados.

Hach-winik

Cuando a finales de los 1800 y principios del siglo pasado llegaron los antropólogos, y arqueólogos, además de “descubrir” sitios arqueológicos lograron establecer un tipo de comunicación que no implicaba el uso de armas. Gracias a eso aprendieron que los habitantes de la selva se llamaban a sí mismos “winik”, es decir, hombres.

—¿Eres lacandón? 
—No, yo soy hombre.
—¿Pero cómo se llaman ustedes, todos ustedes?
—Pues hombres, meros hombres.

La misma respuesta dan otros pueblos mayenses:  los tsotsiles dirán “vinik”; los tseltales y tojolabales dirán también “winik”; los ch’oles, “wiñik”; los quiché, “winaq”; y los cakchiqueles, “winäq”. Lo que probablemente querían decirle a esos primeros exploradores antropólogos era que no se llamaban, sino que eran. “Somos personas, güey, personas de verdad, personas verdaderas”. Esa es otra posible traducción de “hach-winik”: persona verdadera.

Quizá ya es tiempo de mirar de nuevo hacia los habitantes de la selva, darse cuenta de que, se vistan como se vistan, lleven el cabello largo o corto, tengan la nariz grande o chata, digan winik o wiñik, en todos los casos, son personas, y bien haríamos los habitantes de Urbania en dejar de tratarlos como niños. Para empezar, dejar de regañarlos a grito pelado porque no entregan sus proyectos productivos, pero también dejar de defenderlos como si fueran inocentes e inofensivas criaturas inmaculadas mientras gritamos desaforados: “¡Alguien por favor puede decirle a esa señora que no diga groserías delante de los niños!”.

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