Personalmente, la situación actual de Venezuela me resulta difícil de abordar. Evidentemente es un tema complejo, en donde la información genuina es escasa y el debate se convierte en un campo minado en el que se mezclan cuestiones identitarias y disputas domésticas que a veces sólo se relacionan tangencialmente con lo que sucede en aquel país. Ante tal dificultad, preferí escribir en clave personal, aceptando y mostrando todas las contradicciones que me despierta la Venezuela de hoy, esperando que esto sirva para iniciar un debate franco sobre el devenir de este movimiento político y las lecciones que deja dentro del campo nacional y popular.
Soy parte de una generación que genuinamente se entusiasmó con el chavismo. La victoria de Chávez en Venezuela fue un verdadero oasis en medio del desierto neoliberal. Era 1999 y un movimiento nacional y popular llegaba al poder ganando elecciones, algo que en ese momento era muy difícil de vislumbrar desde México. Recibíamos las noticias de aquel país caribeño mientras veíamos un México petrificado en un acuerdo bipartidista y mediático dispuesto a bloquear cualquier alternativa que pusiera en entredicho al proyecto de modernización neoliberal. Lo sabíamos en ese momento y lo comprobamos contundentemente algunos años más tarde, en 2006. Primero se intentó proscribir a López Obrador, luego vino la campaña sucia y finalmente, el fraude electoral.
Precisamente, una de las cuestiones del chavismo que más me cautivó era la innovación democrática que acompañaba a su proyecto. Lo primero que recuerdo es la discusión sobre la revocación de mandato, que al poco tiempo encontró lugar en una Constitución emblemática que el propio chavismo puso en suspenso en 2017, ya con Maduro a la cabeza. Recuerdo también la reivindicación de la democracia protagónica, de la participación popular que encontró en las comunas un enclave privilegiado. Para mi generación Chávez abrió un horizonte realmente nuevo. La referencia ya no era Cuba, como en los sesenta y setenta, sino la Venezuela de Chávez.
Por supuesto que sabía que el camino no iba a ser terso. La injerencia de Estados Unidos y su codicia respecto a los recursos energéticos de Venezuela, la derecha y sus medios esparciendo mentiras. El intento de golpe de Estado a Chávez en 2002. Acompañé ese proceso a la distancia, pero orgulloso del pueblo venezolano y su lucha.
Opinar sobre Venezuela implica para mí lidiar con una doble deuda, en sí misma contradictoria. La primera es cierta lealtad con el proceso político y social que acompañé. Cuando dudo de los resultados presentados por el Consejo Nacional Electoral, no me siento cómodo coincidiendo con la oposición, ni mucho menos con Milei o Vicente Fox. Pero tampoco puedo dejar de ver toda la saga de sucesos y hechos que hacen verosímil la hipótesis del fraude. Tampoco es necesario ser Sherlock Holmes para darse por enterado; basta con escuchar a Maduro afirmar que, si gana la oposición, habrá guerra civil. Si se asume esa postura, el fraude resulta un mal menor y casi un acto de bondad. ¿Es mi culpa ver esto y dudar? ¿Me estoy traicionando a mí mismo por querer ver las actas que confirmen los resultados que anunció el CNE?
La segunda deuda que siento al opinar de Venezuela es con los principios que alimentaron aquel entusiasmo. Hace tiempo que el chavismo me parece algo totalmente diferente. Veo que se restringe la participación política, que se censura la disidencia y que se reprime la protesta social. Veo a un pueblo sufrir por carencias y abandonar su país masivamente. Los artilugios burocráticos puestos para que la diáspora venezolana, mayoritariamente de origen popular, pueda ejercer su derecho al voto, me parece la confesión de una cobardía imperdonable.
Y, por supuesto, también está la infamia del bloqueo, un ataque directo contra la dignidad de los pueblos que lo padecen. El bloqueo es, esencialmente, usar a la población como arma contra un régimen considerado como enemigo, fomentando el malestar y acrecentando las carencias. La complicidad de la comunidad internacional con el bloqueo a Venezuela y a Cuba les resta autoridad a muchos de los que hoy se indignan con Maduro e introduce una legítima sospecha, ¿habría sido diferente el chavismo sin el bloqueo? Nada de lo que se pueda decir del régimen venezolano sirve de matiz a este crimen de lesa humanidad.
Lo que sucede en Venezuela me enfrenta con estas contradicciones, que son muy mías, pero que tal vez sean compartidas por más de ustedes. De lo que estoy convencido es que la Venezuela chavista es un debate que debemos encarar, aunque sea difícil y complejo. Son estos temas los que luego la derecha aprovecha para avanzar y la llana negación de lo que sucede es difícil de sostener.