En días pasados fue publicado el más reciente informe de Oxfam sobre la desigualdad en México. Los resultados arrojan un fenómeno a escala mundial: la relación íntima entre el enriquecimiento de una micro élite a costa del empobrecimiento de millones. A pesar de que la ciencia neoliberal buscó la forma de mantener separados ambos fenómenos, la interrelación es clara. La concentración del poder económico es simplemente descomunal.
Resulta alarmante, además, que México se haya especializado en construir las mejores condiciones que permitan llegar a los niveles más altos de concentración. De sus 126 millones de habitantes, solamente 14 son ultrarricos (con fortunas mayores a mil millones de dólares), de los cuales la fortuna de uno de ellos, Carlos Slim, es mayor a la suma de los 13 restantes. A esta micro élite la acompañan apenas 300 mil personas que tienen una fortuna mayor a un millón de dólares.
Pero esto no fue, para nada, un asunto meritocrático. La privatización durante el periodo neoliberal logró realizar una transferencia masiva de riqueza pública. Entre estos privilegios también se constituyó un sistema fiscal poroso y desequilibrado (regresivo), y, por supuesto, con el apoyo del sistema legal, que permite una interpretación constitucional que normaliza la ideología del “libre” mercado.
Pero hay un hecho específico que se revela en este informe y que me parece crucial tener en mente para la profundización de la llamada cuarta transformación. La pandemia significó un shock monumental en la detención de la economía, no obstante, lo que fue un infierno para millones de trabajadores significó la multiplicación de la riqueza del grupo de los 14. ¿Cómo es esto posible?
De acuerdo con este informe, se descubrió que el 60 por ciento de la elevación de precios tuvo que ver con las ganancias empresariales. Es decir, las megaempresas con poder económico tienen la capacidad de fijar los precios, una realidad muy distinta a la idílica ideología del mercado autorregulador. No olvidemos que la economía global funciona por objetivos financieros. Esto quiere decir que el fin último es elevar los dividendos con los que se reparte la ganancia entre accionistas. Así, la crisis pandémica fue utilizada para elevar precios artificialmente: la inflación no fue un accidente, sino una estrategia para mantener las ganancias privadas a costa de la población.
Afortunadamente, ha iniciado una nueva etapa en la que el Estado ha comenzado a recuperar terreno para salvaguardar la propiedad pública, ejerciendo políticas de redistribución urgentes. No obstante, el cambio estructural todavía necesita librar muchas batallas. Una en específico: la regulación democrática de la economía para erradicar el virus del monopolio.