La extrema derecha como síntoma de la crisis neoliberal

Columnas Plebeyas

A estas alturas, el crecimiento global de la extrema derecha ya no es una novedad, aunque sigue causándonos sorpresa. Este asombro es comprensible, pues sus manifestaciones mediáticas y electorales parecen salidas de la imaginación de un guionista televisivo: la dichosa toma del Capitolio estadounidense, liderada por un hombre con gorro de búfalo, la verborragia descontrolada de Javier Milei en la televisión argentina o el desparpajo con el que los seguidores de Jair Bolsonaro apuntan con armas a sus opositores. Todas estas escenas, más bien delirantes, podrían ser motivo de burla si tan sólo pudiéramos ignorar que se multiplican y que su capacidad de interpelación pública crece. 

Pero haríamos mal en detenernos en la perplejidad que nos provoca este colorido mosaico. Si queremos que estas expresiones vuelvan a su marginalidad es indispensable contar con un buen diagnóstico que permita comprender las raíces del fenómeno. Y para ello hace falta reconocer lo que en el delirio aparece como una verdad, y tomar cartas en el asunto. 

Grupos que comulgan con esas ideas han existido siempre, pero hoy ese discurso ocupa otro lugar en el espacio público y se presenta como una explicación posible del estado de cosas actual. La extrema derecha se ha mostrado hábil en captar y dar una traducción concreta a un conjunto de malestares sociales. ¿Son estos malestares una reacción conservadora a la agenda progresista o un resto que no fue incorporado por ella?; una pregunta central que debería convocarnos, pues su respuesta insinúa dos planes de acción completamente diferentes. 

Los hijos del neoliberalismo se rebelan contra sus padres. El auge del discurso de la extrema derecha está íntimamente ligado a la crisis del proyecto cultural que acompañó al orden neoliberal. La cuestión es discernir si este discurso es una radicalización de los postulados neoliberales o su negación. En la primera alternativa se suele resaltar el papel que juegan la crueldad y el individualismo en sus demandas. El psicoanalista Jorge Alemán incluso ha caracterizado esta agenda como “ultraneoliberal” en tanto parece reproducir el “sálvense quien pueda” que tanto fomentó este proyecto como criterio de integración social.

La segunda alternativa prefiere mirar las condiciones que han propiciado que el discurso de la extrema derecha permee en otros sectores de la sociedad. Lejos de ser una radicalización de los postulados neoliberales, sería producto de su agotamiento. Pensemos, por ejemplo, en la precarización del empleo y en el profundo impacto que esto ha tenido a nivel comunitario, disolviendo un vínculo que fue central en la primera mitad del siglo XX; que la extrema derecha haya podido dar forma a este malestar habla más de una carencia nuestra que de la consolidación cultural de los principios neoliberales. 

En la correcta interpretación de esa coincidencia entre la crisis de nuestro presente y el auge de la extrema derecha está cifrada la posibilidad de poner un coto a estas expresiones. Para ello, sin embargo, nos vemos obligados a cuestionar nuestras propias certezas: renovarse para actuar o permanecer en el altar de nuestras certezas y ser simples testigos de una desgracia.  

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