Este 30 de octubre se cumplieron 40 años de la celebración de las elecciones presidenciales en Argentina que dejaron atrás a una de las más sangrientas dictaduras latinoamericanas. En la historia del país sudamericano esta transición de dictadura a democracia no era algo extraño, pues el siglo XX se caracterizó por una serie de rupturas institucionales y alternancias entre gobiernos democráticos y autoritarios. Sin embargo, cuando hablamos de la transición en Argentina siempre nos referimos a este último momento, el de 1983, que inauguró un periodo nuevo para todos y todas.
La novedad de esta transición fue su carácter refundacional, es decir, su intento por reorganizar la vida política y el orden democrático alrededor de valores y consensos que protegieran la vida y la libertad mientras cuestionaran el uso de la violencia en cualquiera de sus formas. El entonces presidente radical, Raúl Alfonsín, invistió a esta joven democracia de horizontes deseables para el pueblo argentino, como aquel que rezaba que con la democracia se come, se cura y se educa. Además, las políticas de verdad y justicia impulsadas durante su gobierno fueron inéditas para la época: la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y la entrega del Informe Nunca Más; el Juicio a las Juntas de 1985, en el que se condenó a los militares como principales responsables por los crímenes cometidos en la dictadura; la creación del Banco de Datos Genéticos en 1987 y del índice de abuelidad para fortalecer las búsquedas de los niños y niñas apropiadas, entre otros aspectos.
Por supuesto, no hay transición que se desarrolle sin conflictos. Aún cuando los militares estaban abiertamente derrotados por la Guerra de Malvinas, el gobierno de Alfonsín lidió con levantamientos y amenazas de un retorno al viejo orden autoritario. Refundar la democracia se presentaba como un imperativo necesario, pero difícil de alcanzar. La verdad y la justicia fueron piezas de negociación para contener esa conflictividad: las leyes de obediencia debida y de punto final fueron barreras de freno ante la amenaza violenta de aquellos sectores temerosos de pagar con la cárcel por las torturas, las desapariciones y las múltiples violaciones a los derechos humanos que habían cometido.
Pasaron 40 años de “la transición”. Cuatro décadas en las que se luchó en contra de la impunidad y por la memoria y la justicia. Organismos de derechos humanos emblemáticos, como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, fueron centrales en esa tarea; tendieron puentes generacionales para denunciar la violencia de Estado en todas sus formas, para proteger la vida y la libertad y para fortalecer el consenso democrático.
Sin embargo, hoy Argentina está frente a una elección presidencial capaz de poner en peligro ese camino recorrido. Este aniversario llegó para poner a prueba aquello que creíamos ganado. ¿Realmente dijimos nunca más?