La botarga de Troya

Columnas Plebeyas

La oposición tiene una semana agrupada en torno a Xóchitl Gálvez, celebrando por enésima vez en el sexenio que han encontrado el punto débil del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pregonan alegremente que en Palacio Nacional están muy nerviosos, aunque sus planes se desmoronan tan rápido como sus partidos. Repiten que la némesis del mandatario es “una indígena que a base de esfuerzo y tesón llegó a ser una persona exitosa que no le debe nada”. La viva encarnación del echaleganismo.

Al final del día, esta narrativa no es capaz de resistir ni siquiera un examen muy superficial. De forma muy burda, la oposición trata de implantar, en un personaje vacío, carente de proyecto, los símbolos de lo que han renegado por décadas porque creen que son la razón por la que arrasó la izquierda en las últimas elecciones.

No es necesario disputarle autodeterminación, ni caer en la tentación de los purismos étnicos: la senadora Xóchitl Gálvez tiene detrás de sí una carrera de casi un cuarto de siglo en la que ha pasado de institución en institución y en la que deja muy en claro el oportunismo con que ha asumido la cuestión indígena.

Estando al frente de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas se promovió una reforma constitucional con la que, supuestamente, se cumplió con los Acuerdos de San Andrés. Sin embargo, esta medida fue calificada por las propias comunidades originarias como una traición, pues fueron borradas muchas de las demandas sustanciales. Por supuesto, este hecho jamás le interesó a Gálvez. Tal es su desconocimiento e insensibilidad ante esto que en vez de avergonzarse presume su vileza a los cuatro vientos.

Siendo funcionaria, en vez de dar cabida a las demandas indígenas, su labor se concentró en crear una enorme burocracia que le permitiera pagar favores, construir lealtades y lucrar con causas ajenas. Es evidente que no entiende la cuestión ni le interesa. No hace falta más que escucharla unos cuantos minutos para constatar que cree fielmente que el pobre es pobre porque quiere. Por eso, su única propuesta  respecto a los pueblos indígenas fue reproducir el modelo del changarrismo.

Así como hoy se vuelve a colgar de lo indígena, hace un par de años enarbolaba la bandera de las energías limpias. También se escuda en su falso feminismo para tratar de eludir los cuestionamientos que se hacen a su trayectoria política.

En ese aspecto es idéntica a Vicente Fox, ambos poseen una retórica vacía, adornada por causas justas, pero ajenas. Así como Fox secuestró la democracia, Xóchitl hace lo propio con los indígenas. ¿Cuántas comunidades fueron despojadas de sus tierras para ser entregadas a las mineras mientras ella no se dio por enterada? Al final del día ambos han sido caballos de Troya en los que se esconden las causas más perversas.

A veces los malos chistes se convierten en tragedias, como pasó con la supuesta alternancia del 2000. Esa posibilidad es la que nos debería resultar verdaderamente preocupante. Sin duda, la izquierda ha ganado en el ámbito discursivo, pero una y otra vez ha visto como roban sus causas y sus banderas. Ya en aquel año, el de la victoria de Fox, se traicionó al pueblo en nombre de la democracia, incluso con la colaboración de una buena parte de la izquierda.

Cualquier proyecto que tenga la mirada puesta en el largo plazo debe aprender de esas lecciones. Se ha permitido que los principios y valores sean utilizados como las botargas que acostumbra a usar la senadora: una apariencia que oculta sus verdaderas intenciones. La enunciación necesariamente debe ir acompañada de una praxis política distinta, si es que no se quiere seguir regalando triunfos y espacios a una clase política acomodaticia.

Nuestra historia reciente está repleta de estos sujetos que están dispuestos a asumir cualquier apariencia. Incluso están incrustados dentro del movimiento. Mientras las causas se porten como insignias y no como prácticas, persistirá este uso utilitario. Ahí radica el gran valor de lo que, a mi parecer, es el mayor proyecto del presidente, la claridad política, la revolución de las conciencias para fundar una nueva praxis.

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