Falta el pueblo: diálogo con el querido David Bak Geler

Columnas Plebeyas

El libro Gramáticas de la frivolidad, de mi amigo David Bak Geler, busca aprovechar los distintos sentidos que hay del concepto de frivolidad para hacer un mapa. Con él, nos propone navegar el pluralismo político que se impone siempre en lo real, a pesar de la neurosis de quienes querrían calmar las aguas para siempre y de los embusteros liberales que afirman que las tormentas son un espejismo que vive en la terca mente de los insumisos.  

Mi objetivo no es resumir su breviario (vale totalmente la pena y se consigue fácilmente en cualquier Fondo de Cultura Económica). Aquí lo que quiero es tener una discusión sobre la frivolidad republicana y su alternativa ultranacionalista; y, casi de paso, brindar una lectura alternativa que podría llamarse nacionalista y popular. Cualquier error es mío y agradezco de antemano la paciencia consagrada. 

David nos comparte su visión de la frivolidad republicana. Para él, esta gramática surge en el obradorismo como una forma de dar cuenta del ethos —es decir, de los hábitos compartidos— del régimen neoliberal: un individualismo hedonista que aísla a los sujetos de cualquier valor comunitario y que deriva en un desprecio sistemático hacia todo lo público. Su antítesis sería un ethos ciudadano de participación y compromiso en la construcción de lo común, y esto sería la base de la austeridad republicana, caracterizada por la institucionalización de la renuncia a la opulencia y la nueva capacidad de reconvenir a quien no participe de ella. 

Por otro lado, están las frivolidades conservadoras. Hay tres tipos: la cultural, la económica y la ultranacional. Todas son denuncias elitistas: los regímenes populistas han erosionado los estándares de lo sublime, lo profundo, lo meritocrático y lo nacional y han hecho de la mediocridad una virtud. Todas comparten como agenda la recuperación de lo perdido; proceso en el que, curiosamente, los rancios de siempre volverían a poseer al prestigio de antaño. Las cosas en su lugar: una agenda estética de filisteísmo y repulsión por lo ajeno. 

Para David, la frivolidad republicana y la ultranacionalista coinciden en alguna medida, pero difieren en sus detalles y sobre todo en sus remedios: la republicana crea su austeridad comunitaria como nuevo ethos público de regeneración nacional (aunque sospecho que David no lo diría así; creo percibir cierto rechazo al nacionalismo), y la ultranacionalista exige el regreso de lo tradicional, que se asume valioso en sí mismo, y entonces pone a lo extranjero como enemigo a vencer. La primera hila a partir de la ciudadanía participativa, que es capaz de escuchar y que está cómoda en la disonancia democrática, y la segunda trama desde la noción de soberanía para acallar todas las demás voces a las que considera ruido. 

David parece proponer una frivolidad táctica, entendida como desobediencia eficaz a la imaginación despótica, como barco adecuado. Es el único transporte que nos permitiría atravesar con decoro el pluralismo de la realidad: la única banda sonora compatible con la democracia es la que conforman el ruido y la disonancia. Y si bien este hecho no impide de ninguna manera la comunicación ni la construcción de significados compartidos, sí nos previene en contra de aquellos que —temerosos de que su voz no tenga prioridad sobre el ruido tumultuoso— apelan a una engañosa armonía.

Y aquí entro de lleno a lo que hoy leo como nuestra discrepancia: la lectura de la soberanía y de lo nacional. Me parece que colocar a la soberanía como detonador de gramáticas conservadoras es tomar la parte por el todo: considerar a los nacionalistas primordialistas como los únicos nacionalistas posibles. Para ellos, en palabras de Julio Aibar citando a su vez a Giner y Guerra, la nación da cuenta “de un grupo social que se afirma como totalidad, con base en una serie de vinculaciones étnicas, racionales o históricas, y sin conceder mayor preeminencia a su relación con el poder político predominante”. Sin embargo, hay esfuerzos modernos que, partiendo sin empacho de la contingencia de lo nacional, entienden la nación como un nuevo modelo de comunidad política en el que se redefinen los derechos, la historia, los fundamentos de la obligación política y el carácter del vínculo social. En pocas palabras, este segundo grupo recupera la noción de Anderson de nación como comunidad imaginada, en contra de quienes la pensaron como una totalidad primordial, y recupera esta entidad contingente para nuevos proyectos políticos. 

En este sentido, falta un componente que, en mi opinión, es mejor articulador de la posición republicana que la noción de ciudadano, tan ofuscada por pretenciones elitistas en México: el pueblo. En este sentido, siguiendo de nueva cuenta a Aibar, el populismo es una puesta en escena, una problematización de la cuestión nacional que se caracteriza no por la centralidad del pueblo ni por el uso del modelo nacional per se, sino por cómo se entiende al pueblo. Ese entendimiento, siguiendo ahora a Laclau, es el de un sujeto, una plebs que, sin dejar de ser nunca plebs, reivindica ser también un populus. O sea: un sujeto que en un mismo acto plantea y reclama un agravio, pero también tiene la capacidad de construir y recuperar una comunidad política más y mejor organizada para todos, sobre todo para los desplazados. En este sentido, la nueva gramática republicana es una gramática de una patria para todos y vería en la frivolidad la pulsión y la posición de quienes quieren una patria para unos cuantos. 

Aprovecho y mando un abrazo a mi querido David. Espero que esta sea una forma de nutrir un diálogo muy importante. 

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