Exilio chileno en México: 50 años de lo no contado

Columnas Plebeyas

Septiembre fue un mes convulso para México y para América Latina. Los 50 años del golpe de Estado que terminó con la vida de Salvador Allende y con el proyecto político de la Unidad Popular fueron conmemorados por todos los rincones de esta región. Fueron muchísimas las actividades públicas, académicas y diplomáticas que reunieron a distintas voces para recordar el momento en que el Palacio de La Moneda fue atacado y se desató una de las dictaduras más crueles de América del Sur. 

Las fechas redondas impactan. En México, este aniversario se desarrolló en un contexto político muy especial porque las memorias de la recepción al exilio chileno comenzaron a solaparse con otras, las de la guerra sucia mexicana. Algunos discursos comenzaron a asomarse tímidamente para marcar el contraste entre el refugio brindado a los chilenos y la persecución, desaparición y muerte que le esperaba a los mexicanos por la misma época. 

La memoria del refugio mexicano sigue vigente. La política de puertas abiertas desplegada por Luis Echeverría, las facilidades en el otorgamiento del asilo político a los perseguidos chilenos, la creación de la Casa de Chile y de las bolsas de trabajo, más los recursos económicos que el gobierno nacional dispuso para que los sobrevivientes del golpe pudieran reiniciar una vida en México, son algunas pocas pruebas de todo lo que significó el país norteamericano para el exilio y que marcó su memoria. 

Pero México también fue un territorio de vigilancia para los exiliados chilenos y sudamericanos. De forma inmediata a su arribo, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), les inició un seguimiento cercano y que se extendió por muchos años. Se vigilaban los hoteles en los que residían, las llamadas telefónicas, los paseos que daban por el Bosque de Chapultepec y los contactos que fueron estableciendo con las organizaciones políticas y sociales mexicanas. Se vigiló hasta el último detalle de la vida cotidiana que desarrollaron en México: enfermedades y urgencias médicas que requirieron de intervenciones quirúrgicas, multas de tránsito, compras en tiendas y conflictos administrativos. Pero detrás de todo eso preocupaban mucho los viajes que realizaban a Cuba y sus posibles lazos con las guerrillas mexicanas. 

La Casa Chile es hoy uno de los emblemas de la memoria social del exilio del país sudamericano, pero también fue un lugar de atención y seguimiento para la DFS, pues por allí pasaron todo tipo de actores del PRI y María Esther Zuno de Echeverría, recordada por su solidaridad hacia los niños y niñas exiliados. 

Así, los 50 años del exilio chileno en el país de Frida Kahlo pueden hablarnos más de México que de Chile. ¿Qué sabremos de esta ambigüedad en el próximo aniversario?

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