A unos días de las elecciones intermedias del 8 de noviembre en Estados Unidos todavía no se confirman algunos resultados, tan importantes como qué partido controlará el congreso. Sin embargo, hay tendencias probablemente irreversibles de relevancia para ese país y México.
Si bien tuvieron importantes victorias, los candidatos del Partido Republicano ganaron menos de lo que esperaban, especialmente los respaldados por el expresidente Donald Trump, partidarios de su ideología de odio y “negacionistas” (niegan la legitimidad de las elecciones presidenciales del 2016 y otras). La “Ola Roja” (color del Partido Republicano) que Trump amenazaba con que arrasaría con los demócratas no llegó. Sin embargo, probablemente se confirme que los republicanos ganaron el control de la Cámara de Representantes, aunque por pocos escaños.
Las tendencias también muestran que el Partido Demócrata del presidente Joe Biden ganó más, o perdió menos, de lo que se anticipaba. Uno de los probables resultados más importantes es que retendrá el control del senado, aunque por un margen muy estrecho, y eso contando el voto adicional que le otorga la constitución a la vicepresidenta Kamala Harris. De confirmarse, significaría que el balance de poder en el congreso no cambiaría a favor de la oposición, como generalmente sucede en las elecciones intermedias. Conservar la mayoría en el senado sería un logro demócrata histórico que ninguna administración estadounidense en el poder ha obtenido en los últimos 40 años. Este resultado le permitiría a Biden continuar con su agenda legislativa durante sus últimos dos años de su gobierno (2020-2024).
Entre otras victorias republicanas está la reelección de dos importantes figuras con aspiraciones presidenciales para el 2024. Uno es Greg Abbott, el gobernador de Texas —un estado relevante para México por ser uno de los más fuertes políticamente y vecino de cuatro entidades mexicanas. También reeligieron al gobernador Ron DeSantis en la Florida. La relación de ambos, Abbott y DeSantis, con Trump ha fluctuado con su cálculo político. Habiendo sido aliados del exmandatario, hoy se ostentan como republicanos conservadores pero moderados. Las grandes victorias de estos gobernadores aumentan las probabilidades de que compitan contra el propio Trump por la nominación republicana a la presidencia si el magnate busca reelegirse, como se anticipa.
Llama la atención que algunos mexicanos digan que es mejor, o peor, para México que un partido u otro gane las elecciones. Pero cabe cuestionarse qué tan relevante es para México que ganen los republicanos o los demócratas si el que formula la política exterior estadounidense es el ejecutivo, sin juego en estos comicios? La respuesta es compleja y controversial.
La política de Washington hacia México
Quien gana las elecciones intermedias en Estados Unidos es, de cierta manera, tanto importante como relativamente irrelevante para México. Por un lado es importante porque aunque los legisladores y gobernadores no formulan la política exterior estadounidense sí influyen en decisiones que afectan al país latinoamericano.
Por ejemplo, gobernadores republicanos y demócratas de estados como Texas y California tienen su propia política comercial hacia México. Asimismo, guiados por cálculos electorales, gobernadores republicanos como Abbott, en Texas, y de estados no fronterizos como DeSantis, en Florida, han implementado sus propias políticas de seguridad fronteriza, aunque la constitución dicta que estas son del fuero federal.
Asimismo, si bien las funciones principales del congreso no incluyen la formulación de política exterior, los senadores y representantes pueden influir en decisiones del ejecutivo federal. Por ejemplo, el legislativo aprueba los tratados internacionales, como el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Los congresistas también cabildean, como en el caso del representante demócrata Henry Cuellar, por Texas, y del senador republicano Ted Cruz, por el mismo estado, que cabildearon en Washington a favor de la reforma energética de México en 2013 y en contra de la reforma eléctrica mexicana del 2022. También pueden aliarse, implícita o explícitamente, con la oposición derechista mexicana para influir en las políticas de ambos países.
Por otro lado, es relativamente irrelevante para México si ganan los republicanos o los demócratas porque, aunque el tono de la relación puede variar (ser más o menos duro o suave) según la presidencia, la forma de decidir y la esencia de la política de Washington no cambian mucho.
Por ejemplo, el presidente republicano Trump frecuentemente era ofensivo y agresivo hacia México y los mexicanos, mientras que el demócrata Bill Clinton era sonriente y amable. Sin embargo, ambos promovieron la construcción de humillantes bardas para cerrar la frontera.
Otro ejemplo es la política antidrogas. Desde 1959, doce presidentes estadounidenses —seis republicanos y seis demócratas— impusieron a México y otros países de la región una agresiva, letal y fallida política centrada en el suministro externo de drogas, no en la demanda y consumo estadounidenses. Durante más de 60 años, Washington ha presionado a México para erradicar cultivos, destruir laboratorios de drogas sintéticas, decomisar y hacer uso de la fuerza letal para eliminar a los traficantes. Mientras tanto, la demanda interna ha crecido o empeorado y cientos de miles de mexicanos y estadounidenses han muerto como resultado de esta “guerra contra las drogas”. Ni republicanos ni demócratas se han esforzado mucho por modificar su política porque es redituable políticamente en su país.
La esencia de la política hacia México cambia poco principalmente por tres razones. Primero porque, aunque dicen que los demócratas son liberales y los republicanos conservadores, ambos son de derecha, unos más y otros menos.
Segundo porque, independientemente del partido político, los tomadores de decisiones en Washington, consciente o inconscientemente, tienden a creer en teorías de la supremacía racial y excepcionalidad de su país. Así justifican que pueden y deben intervenir, y hasta imponerse, en el rumbo socioeconómico y político de México; además de esperar que el país latinoamericano proteja, avance y hasta priorice los intereses estadounidenses.
Tercero, la prepotencia estadounidense es posible en términos prácticos por la asimetría de poder entre los dos países. Esta situación y la geopolítica e interdependencia económica históricamente han concedido ventajas a Estados Unidos y exacerbado la vulnerabilidad de México.
Cierto: independientemente del partido en control de la Casa Blanca y el congreso, México puede ejercer su autodeterminación y soberanía. Pero su margen de acción es relativamente limitado. Por ejemplo, este 2022 el país latinoamericano logró resistir las presiones de Washington y rechazó sancionar económicamente a Rusia tras su invasión a Ucrania, pero nunca podría formar una alianza militar con el país eurasiático. Igualmente, en 2021 canceló el fallido y letal marco de cooperación bilateral de seguridad conocido como Iniciativa Mérida e impuesto a México desde 2007, para negociar otro más favorable para los mexicanos, llamado Entendimiento Bicentenario, pero México no podría suspender la cooperación.
En síntesis:
1. La esencia de la política de Washington hacia México cambia poco, independientemente del partido que gane.
2. No cambió el balance de poder en el congreso.
3. No aumentaron las probabilidades de que Trump gane la nominación republicana y retorne a la Casa Blanca en 2024.
4. Los pobres resultados electorales del ala trumpista republicana benefician a México, a la democracia y a la población de Estados Unidos, incluyendo a republicanos moderados, a demócratas y a millones de habitantes norteamericanos de origen mexicano que son primordiales para su país de origen. Esto porque los trumpistas promueven una ideología fascista, racista y violenta centrada en el falso supuesto de que la población de “color café” es una amenaza que impide a Estados Unidos volver a ser la “gran nación que antes fue”. Es el criterio detrás de la consigna Make America Great Again (MAGA).