El Mundial de Catar: México, Polonia, Argentina y el fascismo

Columnas Plebeyas

Las Copas del Mundo de Futbol tienen valor político en sí mismas porque son escenarios hacia los que buena parte del planeta enfoca la mira puesta y ahí un mensaje puede gozar de altavoces descomunales. A ese respecto, un recuerdo: fue gracias a un periodista deportivo que en el Mundial de 1978 la prensa holandesa comenzó a profundizar sobre las violaciones de derechos humanos en Argentina.

Con esa base, dos apuntes: en 1922 fue electo papa Pío XI, exnuncio en Polonia. Ese hombre era admirador del proyecto Intermarium: ideario polaco que en ese tiempo pretendía la creación de un gran país entre los mares Negro y Báltico que, con base en el catolicismo más intolerante, fungiera de barrera contra el “expansionismo” de la Rusia bolchevique, guiado por un fanatismo sito en la Edad Media: la idea de que los judíos querían adueñarse del mundo y los comunistas actuaban como sus aliados. Esta tesis absurda en el fondo era una oposición al Estado laico y a la ponderación científica de la vida, porque según los católicos más rancios ambas cosas beneficiaban a los judíos por sacarlos de sus guetos e integrarlos a la comunidad, y en el entendido de que muchas figuras intelectuales y científicas eran de origen judío. 

La conspiración jadeo masónica comunista es, pues, una fantasía del catolicismo intransigente, que enmascara un odio a la ilustración y a la pluralidad.

Ese motor ideológico movía al Intermarium polaco que en la década de 1950 fue inspiración para la creación de organizaciones de ultraderecha en México, como los Tecos o el Yunque (cuyos integrantes poblanos se inspiraron en el movimiento polaco en sus tesis y adoptaron santos polacos en sus hagiografías). Y en su versión menos tosca, pero igual de sectaria, se fomentaba la devoción por el papa polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Así, algunos poblanos desorbitados compartían miedos con los conservadores de Varsovia y Cracovia. Seguramente los soviéticos querían robar en 1922 la fórmula de los chilaquiles a los poblanos, como alguna vez se burló con razón don Eduardo Del Río Rius.

Esa manera de pensar tuvo ecos en toda América Latina durante la Guerra Fría. 

Luego, en el catolicismo argentino es imposible no pensar en el peso que tuvo el ideario de Julio Meinvielle, un sacerdote ultramontano, repetidor literal de las contradicciones de la Biblia, quien movido por su ceguera juraba que los judíos y los comunistas querían adueñarse del mundo. Uno de sus herederos intelectuales es el autor más notorio del catolicismo nacionalista argentino: Antonio Caponnetto, hombre neurotizado que regurgita conspiraciones medievales en su mente y, obvio, reivindica a la criminal dictadura argentina de 1976, además de que funge de abogado ideológico del primer cura condenado en la historia latinoamericana tras probársele su participación en asesinatos y tortura: el excapellán de la policía bonaerense Christian Von Wernich.

Esos prejuicios polacos y esas fichitas argentinas tienen vínculos con la ultraderecha mexicana, que se inspiró en ambos para fundar organizaciones secretas así en la década de 1950 como hoy, cuando organiza foros fascistoides contra “la ideología de género, el comunismo y el aborto”, como ocurrió recientemente en la Ciudad de México.

Ojalá que en la cancha y en el mundo estas expresiones de intolerancia ya no tengan cabida.

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