Las niñas, los niños y las personas en general aprendemos a través de procesos de socialización. Este proceso ocurre a partir de eventos y experiencias vitales a lo largo de nuestras vidas y en interacción constante con otras personas. En ese sentido, la escuela cumple una función formadora pero no única, diría que ni siquiera es la principal fuente de formación o desarrollo intelectual de las niñas y los niños.
Muchas veces se ha planteado el binomio escuela y familia como los agentes educativos más relevantes en la vida de las personas. Si bien es cierto que tanto la familia como la escuela son grandes instituciones de formación educativa, la realidad es que la sociedad en su conjunto cumple una función educativa mayor. Existe la educación formal y una educación informal, muchas veces más poderosa que la propia instrucción escolar.
No sólo nos educamos a través de la familia y la escuela, sino mediante la sociedad en su conjunto (sin contar que tanto la familia como la escuela son instituciones estructuradas por la sociedad). También nos educamos a través de la iglesia y su marco de valores, que impone no sólo a sus feligreses sino a toda la sociedad; nos formamos a través de la industria cultural y del entretenimiento, quienes nos configuran el gusto, nociones de lo gracioso, lo dramático, lo de moda, lo relevante y hasta lo que nos distingue; nos educan las agencias de noticias e información, quienes priorizan lo “importante” y lo que merece discutirse o no, sin mencionar que esta priorización se da por una valoración con intereses económicos y políticos específicos; las redes sociales, la globalización y la inmediatez también configuran la forma de relacionarnos, interactuar y hasta de gestionar lo emocional; nos educan el barrio, las dinámicas sociales y las interacciones simbólicas que ahí se establecen. Con todo esto, no quiero demeritar ni quitarle un gramo de relevancia al gran papel formador que tienen la escuela y la familia, pero sí quiero resaltar los otros agentes formadores que muchas veces quedan exentos de observación, crítica e incluso regulación. Y que en muchas ocasiones son mucho más fuertes y poderosos que la escuela o la familia misma. Como dije, no existen regulaciones formales efectivas para todos estos agentes formadores.
El Estado, como responsable principal del bienestar de niñas y niños, tiene que ofrecer dentro de la educación formal las herramientas necesarias y suficientes para cumplir lo que mandata la constitución: “Contribuir a la mejor convivencia humana, fortalecer el aprecio y respeto por la naturaleza, la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de las familias, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos”. En ese sentido, es necesario que la escuela ofrezca las experiencias necesarias y oportunas para favorecer el desarrollo del pensamiento crítico y creativo que contribuya a formar personas capaces de resolver problemas de la mejor manera, que se desenvuelven de manera ética, empática y responsablemente consigo mismas y con otras.
Sin embargo, también es necesario reiterar la responsabilidad de la industria, las otras instituciones formadoras y la sociedad misma para producir, seleccionar, consumir y reproducir lo que ofrecemos a la niñez y el tipo de dinámicas que como sociedad estamos generando. Sólo así, entendiendo que tenemos una responsabilidad compartida, podremos gozar de una mejor educación que nos ayude a todas las personas a tener mejores infancias, y así poder construir sociedades más sanas, seguras, felices, igualitarias y justas.