Es paradójico que México haya iniciado su andar neoliberal al mismo tiempo que se aprobó una reforma constitucional que reafirmaba el carácter mixto de la economía mexicana y establecía la responsabilidad del Estado para trazar los criterios que garanticen la debida integración y convergencia del sector privado, público y social de la economía.
El artículo 25 constitucional es una ironía de la historia. Su arribo a la vida pública en el inicio del gobierno de Miguel De la Madrid coincidió con la inauguración de un proyecto de país que volvía su letra algo enteramente prescindible. No sólo el Estado abandonaba la rectoría de la economía y se deshacía de los instrumentos disponibles para tal fin, sino que, dentro del esquema neoliberal, la propia economía social debía desaparecer. Esto lo confirmó otra reforma, esta vez impulsada por Carlos Salinas de Gortari y que abrió la posibilidad a la privatización de los ejidos.
Pero la profecía neoliberal no se cumplió y la economía social sigue poniendo en movimiento bienes y servicios en todo el país. Según un estudio conjunto del Instituto Nacional de la Economía Social (Inaes) y el de Estadística y Geografía (Inegi), publicado en 2022, en 2018 el producto interno bruto (PIB) de la economía social alcanzó los 354 mil 706 millones de pesos, lo que equivale al 1,6 por ciento del producto nacional. Del total de trabajos generados en la economía nacional, el 4,5 por ciento viene de la economía social. Estamos hablando de más de 1,7 millones de puestos de trabajo remunerados.
Respecto a la composición de este sector, pese a que año con año se privatizan más tierras ejidales, esta forma de organización sigue teniendo un peso extraordinario, pues los ejidos explican el 76,5 por ciento del PIB de la economía social. Muy atrás en importancia vienen los servicios financieros, con 16,4 por ciento y la industria manufacturera, de apenas el 2,8.
Una de las trampas ideológicas que nos tendió el neoliberalismo fue la de clausurar ciertas discusiones, presentándolas como obsoletas y parte de un pasado ya superado. Pero los axiomas que ayer se presentaban como verdades absolutas hoy se encuentran en franca retirada. Y con ello la posibilidad de retomar el paradigma de una economía mixta se torna real.
La economía social hoy es un gigante dormido que ofrece un enorme potencial para crecer en extensión (trabajos generados) y en intensidad (productividad). Sin embargo, esto no sucederá si el Estado no se propone alentar la construcción de un sistema, capaz de generar y articular instituciones de producción, distribución y consumo propias. Para que la economía social desarrolle todo su potencial es indispensable construir una nueva legalidad y una nueva institucionalidad. Este es un paso necesario para transitar del estado actual de fragmentación del sector a la consolidación de un verdadero sistema de la economía social que articule y sirva de marco común a la diversidad de organizaciones que lo conforman.