Hace unos días, la politóloga Denisse Dresser publicó en el diario Reforma una nota sumamente agresiva, en la que descalifica a algunas voces y plumas que difieren de sus puntos de vista. Es de sobra conocida la posición de Dresser respecto a la 4T y Andrés Manuel López Obrador, pero el tono de la nota, más que una postura política, transmite un malestar personal.
La opinión mencionada forma parte de la penosa circunstancia en la que la oposición mediática se mantiene, luego de los resultados de la elección del 2 de junio. En esta ocasión, llama la atención que dirija su diatriba a colegas con quienes incluso comparte mesas de análisis, pero a quienes ni siquiera se atreve a llamar por su nombre. Dresser intuye que con el subcódigo que comparte con sus lectores, alcanza. No deja de ser paradójico que una analista que hizo de la crítica a la polarización una muletilla, no sea consciente de su propio papel en los medios.
Pero el objetivo de estos párrafos no es seguir el mismo camino de la descalificación personal, sino de tratar de entender cómo es posible que alguien, cualquiera, haya pensado adecuado hacer pasar por análisis una nota así.
Que en los últimos años hayan aparecido en los medios tradicionales nuevas voces no es de extrañarse. No “polulan”, como afirma Dresser, sino que cumplen una necesaria función. Cuando el obradorismo ganó en 2018, quedó claro que hacían falta analistas que asumieran otros puntos de vista. Ninguno de los colegas a quienes Dresser descalifica ha ocultado su posición política, precisamente porque comprenden que fueron convocados a llenar este vacío y lo hacen con objetividad, rigor y argumentos propios.
La democracia es diversidad y el debate es imposible si todos pensamos lo mismo. Además, los dueños y gestores de los medios tradicionales entendieron que el riesgo de mantener el status quo era perder a una porción considerable del público que ya no se conformaba con las voces que, semanalmente, pronosticaban la muerte de la democracia.
En gran medida, la sorpresa de los analistas como Dresser con los resultados del 2 de junio se debe a que quedaron encerrados en sus propias premisas. Y parte de eso se explica por la actitud que han tenido con sus colegas, descalificando sus argumentos, en lugar de sopesarlos con seriedad. No se trata de coincidir, ni de convencer, sino de fortalecer y complejizar su propia postura.
Pero la burbuja volvió a reventar y la sensación de vacío de nueva cuenta se intenta colmar con la descalificación. Dresser y su columna son el síntoma de un grupo acostumbrado a ser la buena conciencia del viejo régimen, pero que ahora se ve obligado a compartir espacio con personas que opinan diferente y tienen legítimas expectativas del nuevo rumbo del país.
No hay libertad sin disenso y mantenerse encerrado en las propias convicciones, por más cómodo que resulte, conduce directamente a empobrecer el pensamiento. La oposición electoral ya probó este camino y se dedicó sólo a aquellos con quienes presume que comparte un subcódigo.