La oposición ha sido mezquina, no sólo con el actual gobierno, sino con toda la ciudadanía. Han sido incapaces de generar propuestas y alternativas, por lo que se han dedicado a descalificar y a desinformar. No pueden reconocer algún logro al actual gobierno, pues temen que, en caso de hacerlo, evidenciarían aún más que carecen de proyecto.
Una de las prioridades de la actual administración es la política social. De hecho, buena parte del erario se dirige a este rubro y, a diferencia de los anteriores sexenios, la misma es bien evaluada por buena parte de la ciudadanía. Esto no es sólo una cuestión de percepción, sino también de números.
Los resultados de los gobiernos neoliberales en esta materia evidenciaron que era necesario un cambio radical. Por ejemplo, de acuerdo con la Auditoría Superior de la Federación (ASF), con la Cruzada Nacional contra el Hambre se crearon más de 90 programas, se destinaron más de 70 mil millones de pesos y sólo se logró mejorar las condiciones de vida de cinco mil personas. Un enorme gasto y nulos resultados.
Si a esa baja eficiencia le sumamos la corrupción y el uso electoral de los programas focalizados, es claro que no pueden presentarse como una alternativa. Por eso, en la oposición concentran todos sus esfuerzos en calificar los actuales programas como un fracaso, y repiten hasta el cansancio que “López” es culpable de que haya cuatro millones de nuevos pobres.
Una verdad a medias es una mentira completa. La última medición de pobreza multidimensional indicó que 3.8 millones de mexicanos habían caído en situación de pobreza, sobre todo por la disminución del ingreso familiar. Lo que no mencionan es que esa evaluación se hizo durante el momento más grave de una pandemia que paralizó el mundo. Si no se considera el contexto atípico, se generan interpretaciones viciadas.
Al iniciar la pandemia, todos los analistas coincidían en que era inevitable un impacto negativo, la cuestión era implementar medidas que permitieran disminuirlo. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyectó que la pandemia provocaría una caída del 9% del Producto Interno Bruto (PIB), lo que causaría un incremento de la pobreza de 7.6%, es decir, casi el cuádruple de lo que creció.
No deja de ser interesante que esta proyección se realizó con un modelo que tomó como referencia el impacto de la crisis financiera de una década antes, ocurrida durante el gobierno de Felipe Calderón. Si las crisis se hubieran manejado de forma semejante a la anterior, no estaríamos hablando de 3.8 millones de personas, sino de casi 11 millones.
Hay varios indicadores que nos muestran que se trató de la apuesta correcta. En menos de dos años, la capacidad de consumo de las familias mexicanas rebasó los niveles anteriores a la pandemia. El incremento del salario es mucho mayor a la inflación. Se ha alcanzado una cifra récord de empleos formales. La recuperación, que pronosticaban que tardaría más de diez años, se logró en menos de dos. Esos factores explican por qué la economía mexicana es evaluada como la sexta con mejor desempeño entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
La pobreza laboral se ha reducido 8% en los últimos dos años. Y, aunque la pobreza multidimensional contempla más variables, esta tendencia nos hace anticipar que en la próxima medición el índice de pobreza multidimensional será igual o incluso mejor que antes de la pandemia.
Sin embargo, esto no sólo es una cuestión de cifras y números, sino que implica un grave problema político. Al hablar del incremento de la pobreza sin considerar los efectos de la pandemia, la oposición intenta distorsionar la conversación pública. A través del miedo y la confusión pretende desmovilizar a una ciudadanía que cada día está más politizada. Si no existe un mínimo de confianza entre los interlocutores, se cancela la posibilidad del diálogo y, por tanto, la democracia tiende a disolverse.
En los próximos meses, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) actualizará estos datos. Todo indica que la falacia de los cuatro millones de nuevos pobres ya no tendrá ningún asidero. Aun así, también estamos seguros que la oposición insistirá en el mismo discurso. Lo realmente preocupante es que esa tendencia a desinformar representa un grave riesgo para la democracia, pues la estrategia es sólo una antesala de las campañas de odio.