Un día después de las elecciones presidenciales en México los titulares del mundo estallan: Claudia, la primera mujer presidenta en México. Desde colectivas feministas en Europa y Estados Unidos remarcan que Claudia Sheinbaum es la primera mujer presidenta de Norteamérica. ONU Mujeres destaca que tan sólo en 15 países del orbe las mujeres han sido elegidas democráticamente como Jefas de Estado, en América Latina y el Caribe apenas 7. México, entonces, ha merecido ocupar los puestos 16 y 8 (respectivamente) tras los comicios de esta histórica jornada electoral.
Sin embargo, lo único relevante no ha sido que sea una mujer la que a partir del primero de diciembre de este año comience a gobernar los Estados Unidos Mexicanos; sino que sea una mujer con resultados de gobierno muy significativos en la capital, con una agenda progresista para los próximos 6 años, concebida del espectro de la izquierda latinoamericana.
Ha sido la candidata más votada en la historia de México, y este es otro hito que habla, no solo de su persona, sino del proyecto de país que representa y al que le va a dar continuidad y expansión. Acaudalada por la herencia del sexenio del presidente Andrés Manuel, confirmó ante los millones de mexicanos y mexicanas que la vimos la noche del domingo en el Zócalo capitalino que “no les voy a fallar”.
Según el conteo rápido del INE, 34 millones de personas decidieron por ella. Eso no solo representa un récord, también le pone la vara alta al compromiso constitucional de su mandato y ante las mayorías que confiaron en que Morena, en efecto, haría en primer lugar por las pobres y los pobres de México.
Ahora bien, teniendo en cuenta que en el 2018 el movimiento feminista en el país y el Movimiento de Regeneración Nacional conquistaron las agendas nacionales no precisamente como aliados, sino con altas tensiones ¿cómo dialogan hoy ambas fuerzas ante el triunfo de Claudia?
No fueron pocos los grupos feministas donde se volvió a hablar de que el Estado patriarcal no nos representa o que las urnas no significan un cambio verdadero. Es decir, el recelo sigue latente y no de forma injustificada. A pesar de ello, es importante destacar que los contrincantes electorales no pueden ser tomados por equivalentes. Cada uno persigue intereses diferentes y se enclavan en una agenda regional y global donde pesan los intereses corporativos y/o los fines antiderechos y desdemocratizadores. No significan lo mismo para los derechos de las mujeres, de las personas racializadas o LGBTIQ+ los gobiernos de Trump, Milei o Bolsonaro; que los de los gobiernos progresistas en la región. Recordar que Dina Boluarte es mujer y presidenta de Perú, pero en ese país se ha vuelto a ratificar la Transexualidad como una enfermedad mental. Estamos hablando de las acciones que acomete la derecha tras el velo discursivo de la lucha de las mujeres.
Para las feministas en México no será lo mismo organizarse, luchar y militar con un gobierno que desató la guerra contra el narcotráfico (una guerra contra el pueblo y su sociedad civil) y que nos sembró 10 muertas por día; a hacerlo acompañando un gobierno como el de nuestros últimos seis años, donde mencionándolo rápido:
12 estados despenalizaran el aborto; se hiciera constitucional la Paridad en todo provocando un aumento de 42% de participación de mexicanas en la política; el 31% de las beneficiarias de Sembrando Vida son mujeres rurales, indígenas y afromexicanas; el 58% del total de beneficiarios de todas las políticas sociales son mujeres; se logró detener el ascenso acelerado del número de muertas por feminicidios, notándose hoy la tendencia a la baja al reducirse en un 40% (comparando las cifras entre el primer mes de gobierno de AMLO y febrero de 2024; por alguna razón los medios corporativos ya no mencionan los diez feminicidios diarios).
Ese es el proyecto que ha prometido Claudia profundizar; que ha logrado, además: reducir la pobreza para más de 5 millones de personas según sus ingresos, aumentar en un 210% el salario mínimo, fortalecer el peso mexicano frente al dólar, aumentar la inversión extranjera directa con garantías sociales, incluyendo el desafío de diseñar un nearshoring postneoliberal.
La misma derecha salió a decir que, de ganar la contienda, mantendrían los programas del actual gobierno. El pueblo tuvo memoria.
Con largas décadas neoliberales donde se destrozó la riqueza de un país en el sentido de la privatización y, también, el cuerpo de las mujeres y sus colectividades; es lógico que aún queden reticencias ante el fenómeno político electoral. La doble militancia todavía es un peso al que tenemos que enfrentarnos cuando de “activismo” individual y descomprometido se trata. El abstencionismo solo puede sostenerse con privilegios de blanquitud y clase socioeconómica aun cuando sean mujeres las que rechacen el significado del ejercicio democrático de votar y ser votadas (aquel por el que tanto se luchó).
Cuentas pendientes quedan muchas. De las más visibles: el sector agrario; la atención a las comunidades racializadas y a las migrantes; regresar el ejército a los cuarteles; el problema de vivienda y habitacional; lograr el Sistema Nacional de Cuidados impulsado por Morena y congelado en el Senado; y los desaparecidos (aunque las madres buscadoras fueron “creadas” por el PAN con su guerra perdida contra las drogas, debemos tener el compromiso de atenderlas en todas las dimensiones posibles).
Por eso decidimos por Claudia. En conversación con Elvira Concheiro, recientemente decía que la presidencia de una mujer como ella requería de un llamado para mayor acción de las feministas. Acción y acompañamiento. Sin duda alguna, éstas han sido jornadas históricas.