Camino del Mayab

Columnas Plebeyas

En la selva maya baja, a unos cuantos kilómetros de Mérida se encuentra la zona que en su tiempo fue el corazón del esplendor del “oro verde”, como se le llamó en su auge al henequén: donde se desarrolló la industria más importante de Yucatán en el siglo XIX. Una industria cuya implementación se sostenía en la semiesclavitud de los indígenas mayas, familias, todas sin igual, destinadas a trabajar para el patrón del pueblo, que además era dueño de la hacienda y de la iglesia. Con la entrada de las fibras sintéticas y con la posterior revolución agraria, la situación de la región cambió. Lo que quedó fueron caminos abandonados donde pasaban los trucks o el tren que transportaba el henequén, y sacbés (caminos mayas antiguos) que hasta la fecha comunican a poblaciones que habitan en medio de una de las zonas con más riqueza biocultural del país. Es ahí, entre cenotes, ruinas arqueológicas de gran valía, venados, aves, ceibas y una cultura maya muy viva, donde surge el Camino del Mayab. 

Se trata de un proyecto de desarrollo regional comunitario sostenible que busca la conservación de la naturaleza y el desarrollo sociocultural, mediante una red de más de 100 kilómetros de bellos y antiguos caminos con valor histórico y natural. Además de que apuesta por el turismo de bajo impacto mientras promueve la organización comunitaria e incorpora en el andar liderazgos jóvenes de los pueblos de la zona, comprometidos con distintas batallas a favor de sus comunidades y de la conservación de su patrimonio. 

Así, en cinco días a pie o tres en bicicleta, los visitantes podrán recorrer 13 comunidades y conocer a Christian en Tzacalá, el comisariado municipal más joven de Yucatán que, con tan sólo 21 años, es un aguerrido luchador social, fiel seguidor de Felipe Carrillo Puerto y un sujeto convencido de la fortaleza cultural e histórica de la cultura maya y de la importancia de la conservación de las tierras en manos ejidales. También es un estudioso de la huella que ha dejado la organización económica y social casi feudal de la época del oro verde en la región. 

También Irene forma parte del proyecto, otra mujer joven, maya, como todos en la zona, encargada de la biblioteca que, junto con el Camino del Mayab y con el apoyo de un fondo internacional, fundaron hace algunos años para dar un espacio de estudio y consulta a su pueblo. Más adelante en el recorrido, en San Antonio Mulix, podrán encontrar a Julio, que junto con su esposa recuperó la tradicional casa maya con dos puertas en forma de cilindro y techo de palma, cuya ingeniería milenaria aporta un poco de frescura frente a las altas temperaturas de la península, de modo que se pueda ofrecer a los visitantes un acogedor espacio junto a uno de los cenotes más bellos que dejó el meteorito.

Así, en vez de hacer más rico al dueño del Hyatt en Cancún, tenemos la oportunidad de pagar un precio justo por el bonito y cálido hospedaje que Julio y su esposa prepararon en su comunidad. Un espacio que, contrario a la suerte de varios de sus vecinos, les permite permanecer y no tener que migrar a las grandes ciudades en búsqueda de un trabajo casi siempre precarizado. 

Los días pasan y el recorrido llega a su fin en la fantástica zona arqueológica de Mayapán, “la última capital maya”, y Diego, uno de los jóvenes guías locales certificados, será el encargado de encarnar el famoso “calor maya” que, haciendo un poco de loch, sin duda marcará el resto de la travesía sin importar el siguiente destino de cualquiera de los visitante que se atreva a hacer el Camino del Mayab.  

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