Anatomía del falso pluralismo

Columnas Plebeyas

Un concepto que ha aparecido últimamente con frecuencia en la arena pública en México es el de “pluralismo”. Una categoría que emerge en medio de un antagonismo propiciado por un gobierno que enarbola la bandera de una transformación de la vida pública, y aquellos sectores que se oponen a él.  En este contexto político, podemos rastrear uno de sus primeros usos entre un reducido número de senadores que decidieron constituir un bloque que llamaron “Grupo Plural”, conformado por cinco legisladores de diferentes colores partidistas. Según se puede leer en su cuenta de Twitter, este grupo está a favor de “una transición democrática, pacífica e incluyente de México”. Curiosamente, sus integrantes vienen de grupos políticos que se han presentado como opositores al partido dominante (Morena). 

Más recientemente, en vísperas de la llamada “Marcha por la Democracia”, convocada para manifestar desacuerdo ante la Reforma Electoral presentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador y el partido Morena, que implicaría cambios drásticos en el Instituto Nacional Electoral, el concepto de “pluralismo” volvió a emerger. Carlos Bravo Regidor, ante la crítica pública que señalaba que dicha marchaba la movían intereses partidarios y no era ciudadana como se presumía, la justificó aduciendo en sus redes sociales: “Dejemos de disculparnos por marchar con gente con la que no estamos de acuerdo en todo: la política democrática es pluralista o no es”. Y añadía: “El dogmatismo y el sectarismo son lo contrario del pluralismo, no son características democráticas sino autoritarias”. De esta forma, el concepto “plural” se empleaba para dos objetivos.

Para un lado, el concepto trataba de explicar racionalmente una realidad inédita y aparentemente contradictoria: el agrupamiento en una marcha de sectores políticos, empresariales, ciudadanos, académicos y religiosos que, por lo menos públicamente, no asumían intereses y métodos en común, hasta ahora. Por otro lado, “el pluralismo” servía para darle una identidad positiva a ese fenómeno político emergente: lo plural es un rasgo sano, donde las diferencias (de cualquier tipo) son menos importantes que aquello que se pretende combatir, como el autoritarismo, el dogmatismo y el sectarismo.

De esta lógica se desprendieron otras expresiones: desde una narración antropológica que, aunque pretendía describir neutralmente lo sucedido en la “Marcha por la Democracia”, encontró en “pluralidad política” o “pluralidad ciudadana” conceptos que legitimaban su acción; hasta comentarios más burdos, como los del legislador Jorge Triana, quien para justificar el uso de una imagen en Twitter (en la que compara al sexenio presidencial con un rebaño de ovejas guiado por un burro) escribió: “Un país crece desde su pluralidad, no imponiendo unanimidades desde el poder”.

Lo realmente llamativo es que estos usos han vuelto al concepto de “pluralismo” en una suerte de principio articulador de una posición política. Ya no es meramente una palabra que describe, sino una idea, un valor en sí mismo, que en esencia no dice mucho, pero esconde no poco, como lo explicaré.

Las implicaciones de este “pluralismo” como un supuesto principio, sin más objeto que el oponerse a un gobierno que piensa y hace las cosas de manera diferente, son varias. Por una parte, reconoce que las diferencias son menores cuando se enfrenta a un adversario común (en este caso el gobierno encabezado por López Obrador). No sólo la supuesta pluralidad de los integrantes se desvanece en ello, sino que además son capaces de desactivar un verdadero principio, como la ética, para marchar de lado de personajes que públicamente se les reconoce casos de represión o corrupción.

Por otro, asumir la pluralidad como una categoría política no es suficiente para hacer política. Es decir, el reconocimiento dentro de un grupo de las diferencias entre sus integrantes es parte de cualquier acción política, pero lo esencial es establecer aquello que es común entre ellos, apuntalar planes, acciones y coaliciones, para dotarles de un programa que los mantenga congregados. Sin embargo, para el fenómeno que analizamos, cualquier decisión tomada en esa dirección desmoronaría la máscara de la pluralidad que sus integrantes han forzado en usar, para descubrirse desnudos ante la realidad: lo que los conglomera son prejuicios, pérdida de privilegios, clasismo, irracionalidad, o el simple deseo de ganar a cualquier costo un espacio político. Desde ahí nada se puede construir, y lo saben.

Hay opiniones un poco más elaboradas que ven en el pluralismo una forma de distanciarse del “elitismo” y del “populismo” para buscar la reconciliación nacional. Sin embargo, no dejan de ser parte de la misma familia de empleos y usos. Al final el concepto opera para disimular la falta de un verdadero programa político que confronte la narrativa transformadora del gobierno.

La constante aparición del pluralismo en los medios de comunicación hace pensar que es parte de una campaña de algún Think tank o algo semejante. Como sea, su fracaso es inminente.

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