Basta escuchar a los intelectuales de derecha para darse cuenta de que hay algo en nuestro tiempo que le autoriza a la inteligencia separarse de la verdad. Al escuchar sus despropósitos, dan ganas de utilizar términos psicológicos como proyección o denegación, pero no me gustan, son muy elementales y, de hecho, creo que forman parte del estancamiento. Al reforzar la idea del individuo, los fenómenos políticos se quedan, digámoslo así, en el campo clásico del freudismo; y la verdad, en el campo de lo singular.
Pido disculpas sinceras a mis lectores porque quizás quieran quedarse con esos términos (serán medio antiguos, pero se entienden) antes de pensar en la división lacaniana entre verdad y saber, por ejemplo, cuyo sentido ni los mismos psicoanalistas manejamos con mucha seguridad. De cualquier forma, para entender algunas cosas hay que subir un poco el nivel. Los intelectuales públicos de la derecha han patinado a extremos muy graves; partamos de eso: a los intelectuales no les da pena equivocarse cada semana en todos los medios, les tiene sin cuidado quedar exhibidos, y eso es un síntoma a interpretar. Ni siquiera les da pena robar dirigiendo un instituto contra la corrupción y se respaldan, desde muchas universidades, entre ellos.
Esto representa un problema teórico muy importante. El mismo presidente busca una interpretación, desde mi punto de vista una interpretación psicoanalítica, sobre las determinaciones de los conservadores. Dijo el mandatario el lunes 6 de mayo por la mañana, en referencia al caso de María Amparo Casar: “En vez de meterse al fondo, si hay o no corrupción, recurren al INAI para decir ‘se violó la privacidad’, como si fuera válida la corrupción siempre y cuando se mantenga en secreto… el conservadurismo considera normal la corrupción cuando se trata de ellos, hay una especie de enajenación al sostener que tienen licencia… una de dos, o lo hacen conscientemente y son unos cinicazos, o, por su nivel de enajenación, les resulta normal que ellos sí puedan robar”.
Para Jacques Lacan, el sujeto del inconsciente es el sujeto dividido entre saber y verdad, y surge con la época científica moderna. Lo que quiere decir esto es que en nuestra época el saber no tiene un compromiso con la verdad. Antes el saber estaba anudado con el saber teológico, es decir, con la verdad de Dios, con lo que se consideraba la verdad del universo. Ahora no pasa lo mismo, ahora a la física, por ejemplo, no le importa la verdad última sobre por qué giran los planetas. El saber científico ya no está ligado con la verdad, el valor está en la exactitud del funcionamiento y en el cúmulo desmedido de dicho saber se obtura, o pasa por ingenua, la verdad misma.
En estas coordenadas viene el psicoanálisis a restituir la verdad en el campo del saber y vienen también los buenos políticos a poner la verdad en la cara de los expertos. En esta era en la que el saber desdeña a la verdad, en donde los grandes intelectuales hablan de cómo mueren las democracias y hacen sus institutos de transparencia, en la que los intelectuales crean sus organismos autónomos y regresan de Estados Unidos a dar clases; en esta era en la que las tarugadas se visten de gala; en esta era en donde los grandes doctorados autorizan cualquier cosa, viene Andrés Manuel López Obrador, como todo buen político —y, en un sentido muy estricto, como psicoanalista—, a restituir la verdad en el campo del saber.
Octavio Paz, por ejemplo, tenía una antipatía por la izquierda, pero su tiempo no le jugó en contra; por lo menos su antipatía coincidía con el ridículo mundial del socialismo, el socialismo realmente existente. Con esto no quiero defender a Paz, ni que se me confunda con pacista, pero su antipatía por la izquierda por lo menos coincidía con su tiempo. Ahora los intelectuales de derecha asocian libremente, dentro de un contexto histórico que no deja ver otra cosa más que la confesión reiterada de los automatismos de su propia lucha fantasmática.
La democracia parece ser, en este sentido, el espacio de psicoanálisis más productivo que se haya formado nunca. La división entre saber y verdad es precisamente el rasgo de nuestra época científica, en la que Lacan ve el surgimiento del sujeto del inconsciente. Y cómo no ver correr por una banda los argumentos eruditos de expertos y por la otra la inconsistencia de sus propias pruebas, tal como, en su momento, los marxistas continuaban quemándose las pestañas mientras se comprometían y se perdían millones de vidas bajo sus lemas políticos.
Ante tal descaro intelectual, que no revela sino las determinaciones inconscientes de quien las esgrime, solo faltaría ver quién ocupa el lugar de psicoanalista. En nuestro tiempo, creo que las mañaneras cumplen ese papel. Las mañaneras me parecen la conformación de un espacio que aloja la ruptura, la división política. Dicen que López Obrador nos divide; sí, pero también es el lugar en donde se busca restituir la verdad. Los otros datos de la mañanera suelen funcionar como evidencias frente al barullo argumentativo de la derecha. Hay casos muy claros; por ejemplo, el de Maria Amparo Casar, una intelectual del neoliberalismo acompañada por Héctor Aguilar para robarle al erario público millones de pesos. Ambos intelectuales quedan frente a una verdad, y el efecto es el mismo que en psicoanálisis. Un efecto de conclusión. Se pueden esgrimir y argumentar miles de teorías, pero hay datos capaces de cerrar el debate.