Abajo el debate

Columnas Plebeyas

El pasado 11 de junio, en conferencia de prensa, el presidente nacional de Morena, Mario Delgado, anunció que el Consejo Nacional de ese partido y sus aspirantes a la presidencia, alcanzaron consenso por unanimidad en los criterios para la selección de su candidato.

Entre los varios lineamientos que ahí se suscribieron se encuentra el acuerdo de unidad: “no habrá posibilidad de debates, esto lo dejamos muy claro, tiene que ser una contienda fraterna. No puede haber denostación entre compañeros, tiene que haber absoluto respeto. Tampoco pueden hablar mal o desacreditar este proceso porque tiene todo el consenso del Consejo Nacional”. – Advirtió Delgado.

En una entrevista con Adela Micha, algunos días después, la secretaria general del partido, Citlalli Hernández, reiteró: “no queremos que los aspirantes se centren en sí mismos y no queremos generar un debate confrontativo. Queremos que nuestros aspirantes inicien una serie de visitas a nivel nacional en forma de asambleas informativas con la gente”.  

No se necesita de un análisis demasiado concienzudo para comprender que una fractura al interior del movimiento conviene sólo a sus detractores. Para el filósofo francés, Gilles Deleuze, el debate de argumentos no puede separarse del pedido fascista de explicaciones. Seamos claros, el problema no son los argumentos, sino la estructura del debate: “los tuyos contra los míos”, a ver quién tiene razón.

Sabemos que existen diferencias palpables y evidentes entre quienes aspiran a la Coordinación de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación. Sin embargo, por tratarse de un proceso inédito, el debate no puede darse en los márgenes tradicionales de este ejercicio político.

Por otro lado, lejos de abonarle puntos al interesado, una posible ruptura, so pena del exigido debate, casi con seguridad, terminaría perjudicándole. Pero ese ni siquiera es el fondo del asunto, no se trata de embellecerse con sofisticados discursos individuales para legitimar ambiciones personales, sino de pensar en la constitución de un sujeto político dentro de un proyecto transformador en curso.

El reto consiste en que no se trata de un único sujeto, sino de una multiplicidad, un enjambre de sujetos en distintas luchas contra la explotación y la opresión. De ahí que la unidad -problemático eufemismo- necesariamente deba obedecer no sólo a la pluralidad que la compone, sino además a todo lo que esta implica: lo inefable, la discordancia, lo inasible y el resto que queda fuera.

Hagamos la suma, por unanimidad, informó Mario Delgado, la y los aspirantes, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, además de Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco, suscribieron el acuerdo del Consejo Nacional de Morena para elegir al coordinador de los trabajos de Defensa de la Cuarta Transformación.

El acuerdo demanda una contienda fraterna, en unidad, cuyo protagonista sea el pueblo y no sus representantes. Por esa razón, el debate no debe relegarse al intercambio entre un puñado de personajes, sino que debe realizarse abajo y traducirse en una demanda popular que será recogida en una serie de encuestas que definirán al candidato presidencial de Morena.

Ahora sí, bienvenido el debate popular, la unidad no debería domesticar el espíritu crítico y la crítica no debería medrar la unión del movimiento.

El verbo criticar -cuya génesis griega remite al vocablo separar-, nos revela la naturaleza inevitablemente dialéctica del lenguaje. El crítico, como el filósofo, disecciona la realidad y la inserta en categorías cuyo propósito más acuciante es el de convertir al mundo en un lugar pensable. Por eso coincido con Žižek cuando afirma que pensar bien es criticar y con Pessoa cuando sitúa al autocrítico en el margen que separa al hombre de aquello a lo que pertenece, no viendo sólo la multitud de la que es parte, sino también los grandes espacios que tiene a su lado.

Cerrar