No somos bestias, ni podemos tener la arrogancia de considerarnos dioses.
Homo sum, humani nihil a me alienum puto
Publio Terencio Afro (165 a.C.)
En cuanto se dijo “humanismo” pensé en la imagen del Hombre Vitruviano de Leonardo Da Vinci.
Esa imagen la tenemos presente todos, es la de un hombre desnudo en el centro de las dos figuras perfectas de un círculo y de un cuadrado, que aparece a la vez con los brazos abiertos arriba de los hombros y a la altura de los hombros y las piernas abiertas y cerradas. El ser humano como medida de todas las cosas. El principio del humanismo italiano, derivado de Petrarca y Boccaccio, que da pie al Rinascimento.
Se menciona mucho el humanismo últimamente.
Pero luego recuerdo una frase en latín, que es esta: Homo sum, humani nihil a me alienum puto. Claro, ahora todo el mundo puede decir: “qué fácil, esa frase nos la sabemos todos”, y además dice “puto” al final, ¡jo jo jo! Saben lo que significa, claro, significa: Soy hombre, nada de lo humano me es ajeno. Esto se revisa en dos segundos buscando en Google. Pero hay más.
Me gustaría que nos tomáramos el tiempo de pensar en lo que significan las palabras que usamos, sobre todo las que se desgastan en la costumbre.
Así que déjenme contarles una historia.
La historia es la de dos amigos, dos vecinos. Los vecinos se llaman Cremes y Menedemo y vivieron en la ciudad de Atenas hace muchos, muchos años.
Menedemo tenía un hijo, Clinia, que estaba enamorado de Antífila, una joven mujer de familia pobre. Menedemo, que pertenecía a una clase social más alta, no estaba de acuerdo con la relación de su hijo con la joven, y se opone a su amor. Desde ya nos damos cuenta, si hiciera falta, que las tramas de nuestras telenovelas o películas son algo que ya era un cliché en la época de Terencio. Pero sigamos.
Después de muchas críticas, el padre logró que su hijo partiera como militar a Asia y dejara de pensar en su novia. El hijo, siendo un hijo medio rebelde pero en el fondo respetuoso, obedeció al padre.
Cuando el hijo se fue, Menedemo se dio cuenta de lo duro que había sido, así que, desesperado, se arrepintió de su comportamiento, decidió vender sus propiedades y se castigó a sí mismo por haber sido tan rígido con el pobre Clinia, que sólo estaba enamorado. Así, Menedemo empezó a trabajar la tierra como una bestia para expiar sus culpas hasta la vuelta del hijo.
Es ahí cuando empieza nuestra historia.
Un día llegó a la casa de Menedemo su amigo y vecino, Cremes, que también tenía un hijo de la edad de Clinia. Cremes, después de observarlo trabajar, le preguntó a su amigo qué es lo que lo tiene tan preocupado, pero Menedemo no le quiso contestar. Cremes le siguió preguntando a Menedemo que qué tenía, que lo veía muy triste, que lo veía que se mataba de trabajo, mucho más de lo que debería por su edad y por su condición social de clase alta.
Pero Menedemo no le quiso contar nada a su vecino y más bien le preguntó si le quedaba tanto tiempo libre de sus propios asuntos personales como para andar ocupándose de cosas ajenas que no le correspondían.
Y acá notamos esa actitud pasivo agresiva que debería resultarnos tan familiar.
Es ahí cuando Cremes, precisamente, le contestó esa frase que quedará tan clavada en la historia. Le dijo: “Soy hombre, nada de lo humano me es ajeno. Por eso me interesas tú”.
Así empieza el Heautontimorumenos, también conocido como El castigador de sí mismo, una comedia de Publio Terencio Afro, que a su vez se inspira en una obra del comediógrafo griego Menandro.
La frase se hizo tan famosa que la seguimos repitiendo hasta la fecha como síntesis del humanismo de Terencio, que después fue retomado por Séneca y Cicerón, y en el siglo XIV por los humanistas florentinos, entre los cuales estaban Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio.
Pero es esta frase, y más en general la obra de Terencio, la que inaugura, en la Roma del segundo siglo antes de Cristo, lo que más adelante se conocerá como humanismo, cuyas influencias son parte de la discursividad de nuestro presente.
Llegados a este punto, se estarán preguntando por qué les hablo de una comedia de hace más de dos mil años. Pues porque me gusta. Me gusta la etimología, y en general buscar el origen de las ideas y de las historias.
Mi alma está perdida y la manera que tengo para volver a encontrarla es regresar a las raíces. Busco mi alma en las etimologías, y por cierto alma viene de ánima, femenino de ánimus, que a su vez deriva del griego ἄνεμος (ánemos), que significa viento, soplo vital, respiro. El otro día me tardé horas en investigar el origen de la palabra identidad y me perdí en mí mismo. Pero sería un tema para otro texto. Volvamos a Terencio.
Saqué mi copia del Heautontimorumenos y me puse a investigar de dónde viene en nuestra cultura latina el concepto de humanismo. Encontré razonamientos muy valiosos en el análisis que hizo de la obra de Terencio la crítica literaria Lisa Piazzi en la edición italiana del libro y me permito brevemente presentar algunos de los puntos para dialogar hoy con un autor romano del siglo II anterior a Cristo.
Vamos a ver.
Humanitas, para Terencio, significa, antes que todo, voluntad de comprender las razones profundas del otro, lo que hoy llamaríamos ponernos en los zapatos del otro, sentir su pena como la pena de todos, en una palabra (que aborrezco pero es muy utilizada): empatía. El hombre ya no es un enemigo, ya no es un adversario que es bueno engañar con mil astucias, sino es otro ser humano como nosotros, que hay que entender y ayudar.
Esto es un primer punto que suscita mi interés, porque al parecer estamos viviendo una época en la que se busca más bien distanciarse del otro, lo más posible, donde no es positivo ponernos en los zapatos ajenos porque tenemos que construir muros de diferencias minúsculas que hay que defender como si fueran bastiones sitiados.
Humanitas, en la época de Terencio y del Círculo de Escipión, del que formaba parte, significa por un lado benevolencia, amabilidad, apacibilidad, y por el otro educación literaria y filosófica entendida como un rasgo específico importante del ser humano. En nombre de un vínculo que existe entre todos los seres humanos justo y sólo por ser humanos.
¿Sigue existiendo este vínculo? ¿Es un valor hoy? Pareciera que la tendencia dominante es opuesta: que se empuje un individualismo narcisista y autorreferencial en el que cualquier persona se percibe como una mónada única que tiene incluso identidad única.
En el caso de Cremes, el vecino metiche que quiere ayudar a su amigo deprimido que se autoinflige una pena terrible, al impulso solidario se suma la curiositas, la curiosidad por la diversidad del otro, un interés que lo mueve a interactuar con el prójimo, lo empuja a enriquecer su visión del mundo haciendo tesoro de las experiencias ajenas. Si lo pensamos bien, en el fondo la curiosidad es un sentimiento egoísta. Es alimento para nuestra experiencia de vida, y el satisfacerla no trae ningún beneficio para el prójimo, sino exclusivamente para nosotros. Esa curiositas es uno de los sentimientos que mueve a los principales periodistas que han sido y son referencia para mí, e incidentalmente son también los que no pretenden moralizar al mundo ni ser militantes, sino que observan la vida, las sociedades, los seres humanos, con esa mirada con la que un niño observa un engranaje que lo fascina y que quiere entender hasta las últimas consecuencias.
La curiositas es también un elemento típico de la cultura romana antigua, que no estaba presente por ejemplo en el concepto de filantropía griego, del cual se desprende el humanismo. La filantropía griega, sobre todo la que se registra en el ocaso de la cultura griega antigua, que es el periodo helenístico (que por convención ubicamos a partir de la muerte de Alejandro Magno, en el 323 antes de Cristo, y hasta la muerte de Cleopatra, en el 30 de la misma era), surge de una conciencia pesimista de los límites y de la precariedad de la condición humana, y se traduce en una ética “negativa” de ayuda recíproca entre seres desafortunados que comparten una vida sustancialmente miserable. Por el contrario, la filantropía y el humanismo que se encuentran en los versos de las comedias de Terencio, un exesclavo originario de África (como entendemos de su nombre “Afro”), son el sentimiento de los romanos, que en el II siglo antes de Cristo viven la fase espansiva de su historia y se abren a nuevos mundos con optimismo y curiosidad.
La humanitas es el resultado de una confianza en los valores positivos del ser humano y en sus capacidades realizadoras,es la capacidad de entender de manera indulgente y tolerante las exigencias ajenas que son diferentes de las nuestras, sin considerar como absoluto cualquier punto de vista.
Si llegáramos hasta aquí podríamos pensar en el humanismo de Terencio como una postura algo cursi, muy cercana a cierta visión jipi y progre de la convivencia humana. Así es como está dibujado el personaje de Cremes en la comedia Heautontimorumenos. Pero el autor de comedias no se casa con una sola visión del mundo, porque es una visión limitada que se contrapone a la tradicional de los antiguos romanos. El que vivía Terencio era un mundo lleno de cambios, en expansión, un mundo de bienestar, riqueza, potencia de Roma que estaba a punto de volverse un imperio continental. Es ahí que colocamos las pulsiones innovadoras de la humanitas. Pero a la vez los valores antiguos seguían siendo el fundamento de la cultura latina, y nadie los habría tirado a la basura de una forma tan radical porque uno de los pilares de la cultura de Roma ha sido siempre el equilibrio. Esos valores tradicionales eran la gravitas, la dignitas, la auctoritas y la frugalitas, que podríamos traducir como seriedad, dignidad, autoridad y austeridad.
Para Terencio la humanitas por sí sola puede llevar a las personas a ser presuntuosas, las puede arrastrar hacia un exceso de autoestima, a una solidaridad exagerada que desemboca en paternalismo, en la convicción narcisista de que somos las personas mejores y sabemos cómo resolver cualquier problema ajeno. Y esto no es equilibrio, sino fanatismo. Se vuelve grotesco y tiene un efecto cómico.
La humanitas, entonces, debe ir de la mano de la sapientia, y no contradecirla. Y la sapientia, que podríamos traducir como “sabiduría”, para los antiguos, antiguos ya en la época de Terencio, quiere decir sentido de la mesura, porque un exceso en un lado nos hace enfrentar con las bestias (es decir con la barbarie) y un exceso en el otro nos enfrenta con los dioses (es decir con la hibris de creernos seres superiores). Y para un romano ambos enfrentamientos son inaceptables. No somos bestias ni podemos tener la arrogancia de considerarnos dioses.
Volvamos al inicio. Volvamos al Hombre Vitruviano de Leonardo Da Vinci, al humanismo que tan presente está en nuestra actualidad. Me entusiasmé en este pequeño viaje en el tiempo, en búsqueda de las raíces de nuestros valores.
No les voy a contar cómo acaba la historia de amor del joven Clinia y de su amada Antífila, ni de los viejos Cremes y Menedemos, porque si se les antoja pueden gozarla por su cuenta.
Lo que sí quiero dejarles es esto. La locución latina más atinada para definir la sapientia antigua es: ne quid nimis, es decir, “nunca nada excesivo”.
Y quien no respeta el ne quid nimis no puede alcanzar una humanitas plena.
Vale.
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