Hasta siempre, presidente

Plaza de la Constitución S/N

Presidente Andrés Manuel López Obrador:

Siempre supimos que se iba a retirar; nunca le ha mentido al pueblo. Pese a ello, nos negamos a creer en que ese día realmente llegaría. Pensar en que nuestras mañanas no iniciaran con su alegre “¡ánimo!” nos hace un nudo en la garganta.

Se va porque es un fiel creyente de que no hay que tenerle mucho apego ni al dinero ni al poder. Gestionar el poder no es para cualquiera, bien dice que el poder vuelve tontos a los inteligentes y a los tontos los enloquece. Nada más cierto en la mayoría de la gente, mas no con usted. Se va porque usted reivindica los valores de Madero y también porque merece descansar.

Ha transformado el país de maneras que aún no alcanzamos a entender y nos ha formado a millones. Qué ilusión pensar en la pasión que usted desató en aquel niño de Iztapalapa que salió a su azotea para dar el grito suyo: “¡Que muera el racismo! ¡Que muera la discriminación!”. Qué tranquilidad saber que tantos jóvenes nos queremos involucrar en la construcción de un país mejor. Y qué dicha que podamos educar a nuestras hijas con los principios del movimiento que hoy deja que siga su camino sin usted: convencer, no imponer, me digo cuando estoy cerca de perder la paciencia con mi hija.  

Observo a quien no coincide con usted seguir hablando de las pensiones para adultos mayores con desprecio o como una simple transacción económica, sin darse cuenta de que, más allá del merecido apoyo para quienes llegan al último tramo de su vida, es sobre todas las cosas, una cuestión de dignidad. Veo a los jóvenes y a los niños orgullosos de ser mexicanos y sintiéndose parte valiosa de nuestra sociedad. La política de por el bien de todos, primero los pobres se hizo realidad. Veo un gabinete paritario por segundo sexenio consecutivo y a la primera presidenta de México ganar con casi 36 millones de votos. ¿Quién puede dudar de que este país cambió?

Y aunque ya no lo vamos a ver diario, en sus valores y legado encontraremos la respuesta a muchas de nuestras dudas. Nos deja en duelo con su partida, pero con un país transformado y fértil para un segundo piso encabezado por –como bien lo dice– una giganta. Nos quedamos además con el recuerdo de haber vivido la leyenda del presidente más querido.

Gracias, presidente por ser nuestro compañero de desayunos y trayectos a la escuela, por ser maestro de Historia y de vida. Gracias al hombre que cambió este país para siempre; nunca lo vamos a olvidar.

Hasta siempre, presidente.

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