Al presidente Andrés Manuel López Obrador:
Nos conocimos hace unos veinticuatro años, en la explanada del centro social de la colonia Escuadrón 201, en Iztapalapa, donde ahora los capitalinos tenemos la Utopía Aculco. Recuerdo que esa tarde estábamos mi abuela María, mi madre Irazema y yo en la cocina-comedor de la casa familiar cuando unas palabras metálicas que resonaban desde un altavoz se acercaron por la calle. Yo no presté demasiada atención, pero ellas enmudecieron.
—¿Es Andrés Manuel? ¡Sí, creo que sí!— habrá dicho mi joven madre, o algo muy similar, pues mi abuela María salió a las calles a averiguar de qué se trataba todo eso y minutos después regresó con la noticia.
—¡Sí es Andrés Manuel! Está en un mitin aquí en la explanada del centro social. Nos pusimos los zapatos y salimos corriendo. Llegamos al mitin ya iniciado y afortunadamente encontramos lugar para los tres. A nuestras manos llegó un folleto con la fotografía de un hombre con corbata amarilla, camisa azul claro y saco oscuro. Debajo de ella, algunas palabras: «López Obrador. Un futuro con esperanza. Candidato a Jefe de Gobierno D.F.». Tanto mi madre como mi abuela escucharon atentas y emocionadas tu discurso. Para ellas no sólo eras su candidato, sino una persona distinta, un portador de esperanza y cambio. Yo miraba todo sin saber demasiado de nada. Únicamente comprendía que aquel hombre del folleto y del discurso era el mismo de los «comerciales» de radio que terminaban con una melodía pegajosa que decía «López Obrador, honestidad valiente».
Después de un rato de inquietud mía, mi madre preguntó si quería acercarme un poco más y accedí, pero una vez llegamos a las primeras filas me encaminé hacia la tarima con el folleto en mano. Antes de que mi madre me alcanzara, tú ya te habías aproximado sonriente para subir a ese niño curioso de seis o siete años al templete.
—Yo me llamo como tú— te dije y sonreíste más. Creo recordar que mi madre me
animó a pedirte tu autógrafo porque te extendí el folleto y con tinta negra pusiste tu firma. Este documento autografiado sigue conmigo, bien guardado en uno de los cajones del escritorio donde suelo trabajar. Para mí siempre será invaluable: es una grata evidencia y un recuerdo de mis pequeños primeros pasos por el pensamiento de izquierda.
Al terminar el mitin, las olas de personas nos desplazaron a los costados de la
explanada y no pudimos dar con mi abuela. Todos te seguían; querían compartirte sus sentimientos, preocupaciones y deseos. Recuerda mi madre que entre la multitud apareció mi abuela tomada de tu brazo y diciendo a la gente «¡No me lo mallugue, no me lo mallugue!». Esto lo cuento con base en mis difusos recuerdos de niño y en las anécdotas de mi madre y mi fallecida abuela que, a pesar de no alcanzar a ver la victoria en 2018, nunca desertó.
No nos volveríamos a encontrar de nuevo, no de esa manera tan cercana. Sin embargo, siempre caminaríamos a tu lado. La primera movilización social a la que asistí fue la marcha contra el desafuero junto a mi madre y poco después ayudé a mi tío y a su compañía de artes circenses con un show que presentaron en el plantón de Reforma, a un costado de la fuente de la Diana Cazadora. Para 2012, un grupo comprometido de camaradas nos reuníamos para seguirte por la ciudad. La esperanza que se había diluido con el fraude regresó a nosotros en Tlatelolco, en ese evento que llamaron «El día en que AMLO lloró». Nos llenaba de emoción saber que en nuestra primera oportunidad de votar por la presidencia podíamos salir victoriosos. Pero nos la volvieron a hacer y aquellos se robaron nuestra ilusión por años. Aunque descorazonados, mi madre y yo continuamos atentos, asistiendo a mítines o a lo que surgiera. Así fue como apoyamos con nuestras firmas para que Morena obtuviera el registro de partido. Estaba pasando por momentos de profunda desilusión cuando salí sorteado para ser funcionario de casilla en 2015. Fue algo extrañísimo: el capacitador del INE me convenció de continuar, de seguir creyendo en el sistema democrático mexicano a pesar de todos los espectros del pasado. Acepté ser suplente, me presenté en mi casilla el día de la elección (no fue necesaria mi participación) y voté por vez primera por Morena.
Entonces llegó el 2018, y aunque temíamos revivir el pasado, teníamos una esperanza renovada. El movimiento se consolidaba y tú nunca habías puesto una sola rodilla en el suelo. Sabíamos que cargabas con la única y última oportunidad para cambiar este país. Aquellos nos habían hecho de todo, nos habían dejado con tan poco, pero aún teníamos muchísimo por ganar. Por ello, te apoyamos en las calles, en las universidades, en el metro, en redes sociales, donde se pudiera. Tuve la fortuna de ser funcionario de casilla de nuevo y en esa ocasión pude participar plenamente. La jornada electoral fue ardua, no por la inmensa cantidad de gente que acudió a votar, sino por la densidad de las horas; estaban mezcladas con nerviosismo, miedo y esperanza. El conteo de cada voto nos hizo suspirar y recuperamos el aliento que nos habían estado robando todos esos años. Cuenta mi madre que los vecinos se reunieron afuera de la casilla a escuchar atentos cómo cantábamos los votos: «Morena…Morena…Morena». Pasada la medianoche supimos que el fenómeno recorría todo el país con fuerza y alegría: habíamos ganado con un amplio margen, de forma inédita. El viejo espectro se había desplomado de espaldas, sin fuerzas para levantarse. Y en aquella casilla, a pocas calles de la explanada donde nos conocimos, sentí que las esperanzas de tantos años tenían el mayor de los sentidos y que la historia finalmente nos recompensaba.
Recorrimos caminos muy largos, y a pesar de que muchos fueron yermos, adversos y ensombrecidos, nos mostraste que la lucha continua por las causas justas e ilumina cualquier sendero. Siempre agradeceré que tu lucha, esa que representa los deseos, sentimientos y preocupaciones de nuestro pueblo, le haya dado tanta esperanza y alegría a mi madre Irazema y a mi abuela María. Siempre agradeceré que para cambiar la vida de millones hayas resistido los más agresivos embates de los oligarcas y plutócratas. Y siempre agradeceré que me hayas mostrado que la única derrota definitiva de una persona es cuando traiciona sus principios.
Como toda mi generación, no conozco una política nacional sin López Obrador. El 1 de octubre nuestras vidas cambiarán nuevamente. Un nuevo paisaje comenzará a trazarse sobre el lienzo de la transformación cultural y política que nos dejas. Tendremos un horizonte distinto, sin el tabasqueño, sin el gran luchador social de la izquierda partidista, sin Andrés Manuel. Te diremos adiós con los ojos humedecidos, llenos de orgullo y satisfacción por saber que nuestra esperanza se convirtió en la transformación que el país requería. Qué fortuna haber caminado junto a ti, Andrés Manuel.
Siempre agradecido y honrado de acompañarte, te escribe estas palabras,
Andrés J. Lizárraga.