La candidata de una estrategia fallida

Columnas Plebeyas

Xóchitl Gálvez inició su participación en el primer debate presidencial mintiéndole a la gente, cuando dijo que no milita en ningún partido, a pesar de que lleva toda su carrera política vinculada al Partido Acción Nacional (PAN), y ahora al Revolucionario Institucional (PRI). Apenas un caso más de una serie de engaños y de simulaciones con los que ha tratado de construir una imagen opuesta a lo que en realidad representa. Ha afirmado, por ejemplo, que es trotskista y que rescatará a la verdadera izquierda, aunque siempre ha apoyado incondicionalmente la agenda de la derecha.

El origen de su fortuna lo ha explicado con una inverosímil historia de éxito, que según ella inició con la venta de gelatinas. Respecto al tema de la despenalización del aborto, decía estar a favor del derecho a decidir, pero en declaraciones recientes sostuvo que estaba obligada a respetar diferentes visiones, es decir, las posturas conservadoras. Asimismo, reiteradamente ha afirmado ser aliada de la comunidad LGBT+, pero en su trabajo como funcionaria y legisladora no emprendió ni una sola acción a favor de este sector de la población. Además, es la orgullosa candidata del PAN, un partido que siempre ha votado en contra de los derechos de las mujeres y de las personas de la diversidad sexual.

El hecho de que la coalición de partidos que conforman el Frente Amplio por México la haya elegido como su candidata —sin un proceso democrático de por medio— no es casualidad, sino que forma parte de una estrategia en que su perfil encaja a la perfección. Tal estrategia es la de la simulación, hacerle creer a la gente que está votando por algo distinto a lo que en realidad representa la derecha. El descrédito del PRI y del PAN es tan grande que han tenido que camuflarse y presentarse ante la sociedad bajo el disfraz del apartidismo, de la “sociedad civil”, del activismo, de defender al Instituto Nacional Electoral (INE) y la democracia. 

En este afán de engañar y confundir a la gente, han copiado frases de Andrés Manuel López Obrador, han caído incluso en el descaro de incluir en sus promesas de campaña propuestas contra las que han votado, como los apoyos sociales o los derechos LGBT+. Trataron de inflar a su candidata utilizando sus supuestas raíces indígenas, haciéndole vestir indumentaria de los pueblos originarios, que luego resultó ser ropa de marcas extranjeras. Xóchitl ha sido presentada como alguien emanado del pueblo, sin embargo, la concepción del “pueblo” que tiene la oposición es una visión caricaturizada, estereotipada y llena de prejuicios clasistas. Para ellos ser del pueblo es ser vulgar, torpe, ignorante y malhablado, decir “chido”, “chingón”, “la pendejié”.

El hecho de que este personaje —que presume sus privilegios, fruto de la corrupción, como logros de su echaleganismo— no haya encontrado eco en un gran porcentaje de la ciudadanía se debe en parte a la mala fama de los partidos que la respaldan, pero sobre todo a que uno de los logros de la llamada cuarta transformación es que la sociedad cada vez se encuentra mucho más politizada —no polarizada, como acusa la oposición—, por lo cual difícilmente cae en las trampas de una candidata esperpéntica, como la llamó Epigmenio Ibarra, que cree que ser carismática es reírse todo el tiempo, incluso de su propia estulticia, y no tener recato alguno en hacer el ridículo. 

La estrategia es tan fallida que varios de los voceros de la derecha en los medios empiezan a mostrarse incapaces de defender la torpeza política de Gálvez, desencantados ante una figura que nunca se convirtió en el fenómeno que nos quisieron vender. Y es que detrás de esa imagen nada inteligente y muy artificial no hay propuestas, no hay un proyecto de nación, sólo un personaje patético que representa a una clase política rapaz, desesperada por recuperar el poder y sus privilegios perdidos. 

La crisis que enfrenta actualmente la oposición se debe sobre todo a que no ha logrado conectar con una sociedad a la que continúa subestimando y despreciando profundamente. A pesar de este desolador panorama para la derecha, la izquierda no debe confiarse ni bajar la guardia en estas elecciones ni a futuro, con el fin de garantizar una continuidad que apenas está por comenzar.

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