La construcción de la nueva identidad mexicana se sustenta en su escudo nacional: había que acabar con los pueblos indios para que ese México nuevo alzara el vuelo.
El racismo es el núcleo de la violencia mexicana. Entre sus tantas perniciosidades, ha construido su propia mitología. Si bien —a diferencia del racismo científico que decide en las formas corporales y colores de piel virtudes o defectos—, el modo mexicano ha construido el mito del mestizaje, si bien es innegable la mezcla de personas de origen distinto, habría que situar la perniciosidad del mestizaje mexicano en su mito.
La raza cósmica o la raza de bronce, esa que borra de un plumazo metafórico la existencia de pueblos indígenas que al mezclarse con los españoles crea a un solo tipo de mexicano, otorgándole una simbología de la que es difícil sustraerse, a ese mestizaje le viene bien una sola bandera, un solo idioma, una sola religión, una sola cosmovisión y una sola condición sonora. Pero todo esto es falso. Como falsa es la idea de una sola España que llegaba a América —más bien un cúmulo de múltiples pueblos con identidades variopintas—.
México en realidad es un conjunto de naciones, un universo sónico que, cuando mejor le ha ido, ha sido ocultado; y cuando no, ha sido perseguido, asesinado, denostado y obligado a abandonar sus propios territorios, sus cementerios, ergo su memoria. A ese cúmulo de naciones indígenas también —cuando bien les va— se las folkcloriza, se las romantiza y se las tutela; en esa otra visión a esos pueblos se les quita maldad, deseo y responsabilidad, mermándoles así también todo argumento para la mayoría de edad, de modo que siempre deban ser tutelados.
Para entender el racismo estructural habría que remontarnos al mito del “águila que devora una serpiente”, entendiéndose “el águila” como la corona española que depreda al símbolo más importante de los pueblos mesoamericanos: “la serpiente”, un mito convenientemente diseminado para su exposición entre los pueblos indígenas de ese momento. Podría decirse que la construcción de la nueva identidad mexicana se sustenta en su escudo nacional: había que acabar con los pueblos indios para que ese México nuevo alzara el vuelo. El México nuevo se construyó sin la participación de los pueblos indígenas, la mitología creada para sustentar la falsedad se nos inocula a todos por igual, indígenas y mestizos.
La gente que asume su identidad mestiza está orgullosa de la raza de bronce y más orgullosa de los pueblos indios muertos: fervorosamente acuden cada 21 de marzo a las distintas construcciones creadas por nuestros abuelos, asumiendo su energía pero perpetuando el mito que los pulveriza. No pocos indígenas actuales siguen llamando dialectoa sus lenguas, no pocos indígenas siguen llamando a la gente de piel blanca como “gente de razón”, no pocos morenos dolidos usufructan la identidad indígena para asirse de sus derechos, más por reivindicar su derecho a una vida mejor —preferentemente blanca— y no asumir las razones que llevaron a su color de piel a ser sojuzgado, y no poca gente blanca ha evitado a toda costa mezclarse con gente de tez morena.
Y a la luz de todo esto habría que preguntarnos quiénes somos los mexicanos. Corresponde a las nuevas generaciones desandar el camino andado. Si bien la mitología del mexicano construyó un sentido de nación, habría que decir que se construyó auspiciando la invisibilización de los pueblos originarios del país. Hay responsabilidad en ello y sobre todo hay deudas históricas que merece la pena subsanar. Deberán ser, pues, la sociedad y, sobre todo, el Estado y sus respectivos gobiernos los que, cambiando la narrativa, den por iniciado un proceso de reconocimiento y justicia para los pueblos de más antes. Hacerlo será el inicio de la lucha contra el racismo, ese cáncer social que inhibe el desarrollo de los distintos individuos que habitan esta parte del mundo llamada México. La discriminación por racismo toca temas nodales: la inequitativa repartición de la riqueza, poco o nulo acceso a una educación cultural y lingüísticamente adecuada, el acceso a la salud y a la persecusión del conocimiento en materia de salubridad de los propios pueblos, el acceso a la vivienda digna, la visibilización de pueblos indígenas migrantes en las ciudades y el trabajo precarizado, la trata de personas para fines sexuales y trabajo esclavo, el acceso a la justicia lingüística y culturalmente adecuada, la reparación de daños, atención a adultos mayores, atención de los derechos culturales, ponderamiento gastronómico, marcos pedagógicos en favor de la no discriminación.
Es por racismo que la gente deja de hablar su lengua; es por racismo que hay gente que la maltrata; es por racismo que mujeres y hombres indígenas dejan sus comunidades y alguien más se aprovecha de ello, las constructoras o la industria maquiladora son un ejemplo de ello; es el racismo lo que lanza a los jóvenes a las filas del crimen organizado o a la milicia, ya que van a escuelas donde se les maltrata y se les tilda de poco inteligentes, lo que los hace llegar a estas estructuras; es el racismo lo que hace que sean los integrantes de pueblos indígenas los que hacen trabajos que nadie quiere hacer; es el racismo lo que los hace renunciar a su belleza, la industria cosmética del blanqueamiento de piel puede dar cuenta de ello; es el racismo lo que los hace invisibles, invisibilizarse, usar un camuflaje y no vivir su diferencia con sus respectivos derechos.
Por una Ciudad de México sin racismo, por un México sin racismo, por un mundo donde quepan los mejores mundos posibles para todos.